Kurt Russell, que nos tiene acostumbrados a su imagen de tío duro pero socarrón, como los inolvidables MacReady de La cosa, Snake Plissken en 1997: Rescate en Nueva York y su secuela o Gabriel Cash en Tango y Cash, empezó a darse a conocer en películas de Disney, y aunque haya cambiado la casa del ratón por Netflix, tras una segunda juventud gracias a sus colaboraciones con Tarantino y sus apariciones en el MCU y como secundario recurrente en la saga de Fast & Furious, ahora parece haberse asegurado la jubilación gracias a Crónicas de Navidad, cuya primera entrega fue todo un éxito hace un par de años.
Con Goldie Hawn
como partenier de lujo (su esposa en
la vida real ya aparecía en la anterior película, aunque en aquel momento
parecía sólo un chiste para cerrar el film), Crónicas de Navidad, segunda parte busca cambiar la fórmula para no
ser una mera repetición, y aunque repite protagonista (eficaz Darby Camp, que
tras su participación en Big little lies
ya puede presumir de codearse con las grandes estrellas) no se limita a copiar el
esquema, buscando ampliar el universo aunque el objetivo final, salvar la
Navidad, obviamente sea el mismo.
Cuando se iba a
estrenar Crónicas de Navidad, imagino
que con la idea de diferenciarlos del resto de pastiches navideños, se
publicitó como «de los productores de Harry
Porter y la piedra filosofal», y para remarcar más esa idea el propio Chris
Columbus se ha responsabilizado de dirigir Crónicas
de Navidad, segunda parte, amar de coescribir el guion, y aunque es un
realizador de prestigio eso no tiene que ser necesariamente bueno. Ha llovido
mucho ya desde la mítica Sólo en casa
y parece que en la actualidad Columbus hice más de las tartas que otra cosa,
como prueba lo flojito que fue su último trabajo, Pixels.
Es quizá por eso, o
por el intento de la historia de ser más infantil y edulcorada, que esta
secuela parece tener menos garra que la anterior, que sin ser tampoco nada
demasiado transgresor, sí tenía un aire más gamberro. Puede que el problema sea
el abuso digital. Sí la primera película transcurría en su mayoría eh el mundo
real y sólo se veía un atisbo del Polo Norte, aquí hay un aviso de elfos que no
sólo infantilizan el resultado final, sino que demuestra las limitaciones
presupuestarias lógicas de un producto de estas características. No me parece
casual que la mejor secuencia de la película sea, precisamente, la del
aeropuerto de Detroit, una de las pocas que suceden con protagonista humanos y
sobre la emotividad funciona muy bien.
Dejando de lado
comparaciones, hay que reconocer que la película sigue estando muy por encima
de otras propuestas navideñas, un subgénero muy en horas bajas, y que consigue
el propósito de entretener y recordar que el espíritu de estas fiestas no son
sólo los regalos y el delirio consumista, sino estar con los seres queridos y
recordar a los que nos han dejado ya.
En fin, que a falta
de tiempos mejores, estamos ante una secuela aceptable, que invita a pesar que
hay crónicas para rato, con un Russell en su salsa y que confirma que la
película navideña por excelencia sigue siendo Qué bello es vivir, por lo que es gratificante saber que también en
la aldea de Papá Noel se mantiene la tradición de revisitarla año tras año.
Valoración: Seis
sobre diez.
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