Una de las cosas más atractivas de la fiesta de Halloween es que suele venir acompañada de algún estreno potente en cines, ya sea para un público más festivalero (como fue la propia La noche de Halloween) o encarado a un público infantil (como fue el caso de Pesadillas). La apuesta principal de este año fue Las brujas de Roald Dahl, de Robert Zemeckis, aunque debido a que este año el terror está en nuestro día a día en forma de pandemia, el estreno pillo con los cines de parte de España (como poco los de toda Catalunya) cerrados.
Tras la reapertura
de las salas del pasado viernes (a ver cuánto dura), al fin se ha estrenado en
Barcelona, donde resido, y la presencia del bueno de Zemeckis tras las cámaras
es una excusa obligada para regresar a la acogedora oscuridad de un cine.
Cierto es que no es
el mejor momento del director (su anterior film pasó por las carteleras casi de
tapadillo tras unas críticas demoledoras) y está claro que sus mejores
películas están ya realizadas. Él mismo debe saber que no va a repetir obras maestras
como la trilogía de Regreso al futuro,
¿Quién engañó a Roger Rabitt? o incluso La muerte os directa tan bien,
de la que soy gran defensor. Y eso que no soy un apasionado de la que se supone
que es su obra maestra, Forest Gump.
Pero también es cierto que cuando se ha dejado de tonterías digitales (deja las
innovaciones tecnológicas para James Cameron, Bob) y se ha puesto serio,
tampoco le ha ido tan mal, como demuestra Aliados.
Producida por
Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, siendo el primero quien pegaba dirigirla
inicialmente, uno de los méritos del guion es que consigue hacer lo que no supo
hacer, por ejemplo, la reciente Rebeca.
Es decir, ser una nueva versión de una novela y no una simple fotocopia de un
film anterior. Así, Zemeckis logra desmarcarse de la versión de Nicolas Roeg
ofreciendo su propio punto de vista del clásico cuento de Dahl, provocando, de
paso, que las comparaciones entre la bruja de Angelica Houston y Anne Hatthaway
sean estériles. Puede gustar más una u otra, ser mejor una u otra, pero por lo
menos son diferentes.
Sorprende que
Zemeckis haya regresado a un tono infantil del que llevaba años alejado sin
renunciar por ello a ofrecer unas gotas de terror que pueden asustar a los
niños de hoy en día, demasiado sobreprotegidos para según qué cosas (esto se
puede tener, probablemente, a la mano de Del Toro, que también ha juguetear con
el guion).
Siguiendo con
relativa fidelidad la obra de Dahl, la película recurre a una elegante
fotografía y un colorido muy vistoso para retratar ese peculiar aquelarre
encabezado por una Hatthaway que parece pasárselo bomba ante la desesperación
de una Octavia Spencer mucho más contenida. Ayuda, y mucho, el uso de unos
efectos visuales muy cartoon para dar
rienda suelta a los poderes de la gran bruja sin llegar al exceso. Zemeckis,
esta vez, sabe cuál es el límite y su planificación visual, aunque rozando la
caricatura, nunca llega a molestar ni resultar grotesca. Tampoco puedo poner
ninguna pega a la «humanización» de ciertos roedores, también convincente y
divertida.
Sí se le puede
echar en falta un punto de la mala baba que se gastaba antaño, algo que se
encontraba también en la obra iniciática de Tim Burton o en otras adaptaciones
de Dahl como la Matilda de Danny
DeVito, pero hay que recordar que esto es terror para niños, y reiteró que los
niños de ahora no son como los de los ochenta y los noventa, que podían
disfrutar de las salvajadas de los Gremlins
o los piratas deformes de Los Goonies
sin acabar con traumas infantiles.
En fin, divertida y
entretenida, emotiva sin ser ñoña y absurda pero sin caer en el ridículo. Un
buen Zemeckis que recuerda al que una vez fue, firmando una película para toda
la familia que, visto el panorama de estrenos que tenemos, los cines vendrían
tratar de aguantar en cartelera con el propósito de que pueda ser la película
de las navidades.
Valoración: Siete
sobre diez.
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