Con el éxito de Gambito de dama todavía dando de qué hablar, Netflix estrena su última mini serie con aroma a pelotazo: Los favoritos de Midas.
Dirigida por Mateo
Gil, guionista habitual de Amenábar en cuya faceta como director no había
conseguido atraparme aún (sus dos últimas películas, Proyecto Lázaro y Las leyes de la termodinámica, no acabaron de convencerme), su debut televisivo es
por la puerta grande, con un proyecto hecho a medida para el lucimiento del
inmenso Luis Tosar a los que acompaña como trío protagonista Willy Toledo (no
voy a entrar en la polémica sobre su participación en la serie, más allá de
opinar que es una pena habernos perdido tanto tiempo a un actor tan bueno por
culpa de no saber -él y los demás- diferenciar al actor de la persona) y Marta
Belmonte.
Los favoritos de Midas adapta
muy libremente una novela de Jack London, trasladada para la ocasión en un
Madrid más o menos actual (la ola de disturbios que la asolan la convierten
casi en una distopía).
Con un
planteamiento de esos que enganchan desde el principio e invitan al debate y la
reflexión, la serie arranca con un anónimo dirigido a un adinerado empresario
diciéndole que si no les entrega cincuenta millones de euros mataran
desconocidos de manera aleatoria.
No es este el único
dilema al que se deberá enfrentar Víctor Genovés, el personaje al que da vida
Tosar, y la manera en la que se entregará a cada uno de ellos, que en alguna
ocasión será reprochable desde el punto de vista del espectador y en otros
puede (o no) coincidir con este, está las claves para entender el mensaje que
nos ofrece Mateo Gil.
La pena es que si
Gil es un gran guionista, todavía le queda camino para ser un director
completo. Un caso similar, salvando las distancias, al de Aaron Sorkin. Y es
que en ocasiones da la sensación de que Gil confía poco en sí mismo abusando de
unos diálogos demasiado sobre explicativos, mientras que en otras ocasiones se
pasa de frenada y abusa de los momentos intimistas que si bien ayudan a definir
el momento personal por el que pasa el tal Genovés, rompe bastante con el ritmo
de la serie.
Así es como también
desmerece al personaje de la periodista Mónica Báez, que parece que va a ser
determinante en la trama para convertirse, en demasiados momentos, en una
simple mujer florero, para que a la postre pese más lo que otros personajes
hacen respecto a ella que sus propias acciones y decisiones.
Como sea, sin
teniendo en cuenta el abuso de la suspensión de la credulidad al que en
ocasiones nos obliga Gil, lo que no se le puede llegar a la serie es ser
sumamente entretenida y hasta adictiva, y pese a distar mucho de ser redonda,
el duelo interpretativo entre Tosar y Toledo y el brillante final (que seguro
que mucha gente no habrá comulgado con él o, simplemente, no lo habrán
entendido) sean suficientes como para que me incline a recomendarla sin ninguna
duda.
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