En 1984 se estrenó Karate Kid, una de esas películas que, sin ser gran cosa (como La historia interminable y otras tantas), se convirtió en una película de culto, merecedora de dos secuelas, una especie de reboot, un remake y hasta una serie de animación. Conceptos como el «dar cera, pulir cera» forman ya parte del imaginario popular y convirtió en estrella a Ralph Macchio y Pat Morita, cuyas carreras tampoco fueron mucho más allá de la franquicia (sólo Elizabeth Sue logró triunfar y mantenerse en el candelero).
No era una gran película, insisto. La clásica historia de superación deportiva con drama adolescente donde los buenos eran muy buenos y los malos muy malos, heredando conceptos de Rocky que serían aprovechados, un año más tarde, por la más inspirada y divertida Teen Wolf.
Es por eso que, a priori, una secuela en forma de serie a estas alturas no parecía una gran idea, más si encima era el buque insignia de la nueva plataforma de pago de YouTube. Pero lo que son las cosas, la misma serie ha sobrevivido al invento de YouTube y, tras dos exitosas temporadas, estuvo a punto de caer en desgracia tres el grabado de la plataforma hasta que Netflix llegó para recoger las migajas, sumarla a su catálogo y aprobar una tercera (por lo menos) temporada.
¿Y de qué va Cobra Kai? Pues como se pueden imaginar, recoge los pasos de Daniel LaRusso (Macchio) y Johnny Lawrence (William Zabka) y lo que la vida les ha deparado. Como parece obvio, Daniel es un triunfador, con una mujer preciosa y dos hijos, mientras que Johnny es un muerto de hambre, divorciado y con un hijo al que apenas ve. Sin embargo, este es el único tópico que la serie se permite, pues si la película presentaba a dos antagonistas arquetipos, sin apenas matices, Cobra Kai les da varias vueltas para conseguir que el bueno se comporte como un cretino y que el malo aprenda lo que es el honor de una forma muy natural, eliminando ese concepto del bien y del mal y dotando a ambos enemigos de una escala de grises cuya evolución es lo más interesante del serial. Tampoco es cuestión de dar la vuelta al concepto, ni mucho menos, pues los matices lo son todo. Y en Cobra Kai hay mucho de eso.
Cobra Kai tampoco renuncia a jugar las cartas de «la nueva generación», dando tramas igualmente atractivas a los descendientes y componiendo un plantel de secundarios adolescentes que tienen suficiente fuerza y carisma como para que no la subtrama más secundaria resulte aburrida.
Como es de suponer, Cobra Kai vive del recuerdo de Karate Kid, pero puede ser disfrutada incluso por aquellos que sean ajenos a las películas, pues todo aquello de vital importancia es recordado en forma de unos flashbacks que, por otro lado, tienen el mérito de no ser excesivos ni molestos. Con una mirada discreta al pasado, la serie acierta también con un uso de la moda de la nostalgia ochentera rehuyendo de la amenaza de acartonamiento propio de otros intentos recientes.
Se trata, en resumen, de una magnífica serie sobre una lucha de egos con el arte del karate como telón de fondo (y las diversas maneras de entenderlo), con la mezcla justa de intriga y culebrón que impiden que sea en ningún momento aburrida, resultando tan divertida como dramática y enternecedora.
Y es que otro gran acierto de la serie es su formato. Con una medida duración (apenas alcanza la media hora por episodio) y tandas de diez capítulos por temporada, es la dosis perfecta para dejar al espectador con ganas de más sin necesidad de meter paja para rellenar.
Una serie muy recomendable que no nueva a un target específico, pues es adecuada para toda la familia, muy superior a cualquiera de las películas precedentes y que, gracias a unos buenos guiones, demuestran que Macchio y Zabka son mucho mejores actores de lo que todos nos creíamos.
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