Dirigida por Antonio Campos a partir de una novela de Donald Ray Pollock (que se encarga además de poner voz en off al film), El diablo a todas horas es una de las grandes apuestas de Netflix para este año que he tenido por ver con algo más de un mes de retraso.
Incómoda de ver por
momentos, la película se sitúa en una América profunda recién salida de la Gran
Depresión (aunque muchos de sus personajes parecen no hacerlo ni notado), en un
mundo corrupto y sin ley a caballo entre dos guerras (la II Guerra Mundial y la
de Vietnam).
El guion se
conforma por diversos relatos que terminan teniendo incidencia unos en otros y
cuyo desenlace, pese a estar perfectamente cerrado, invita a la reflexión.
Ya el título (así
como una de las privadas frases del film) anticipa la presencia de las
creencias religiosas sobrevolando la trama, y habría quien, en un análisis
simplista, atribuya a la religión la máxima responsable de la violencia de la
película. «Matar en nombre de Dios», dirán algunos. Aquí es donde yo considero que
la película invita a la reflexión, sacando cada uno la lectura que más le
interese. Yo, personalmente, rechazo esa sentencia. Cada uno usa la violencia
en su propio nombre, y usar a Dios o al Diablo es una libre excusa para su
propio fanatismo.
La película, aún
con un ritmo lento y reflexivo, contiene una violencia cruda y amoral que se
digiere bien gracias, sobre todo, a un casting estelar que se encuentra
especialmente inspirado. En una película bastante coral destaca ligeramente el
personaje de Tom Holland, quizá el que lo tenga mejor para conseguir una mayor
identificación con el público. A su alrededor, un reparto plagado de estrellas
como Jason Clarke, BILL Skarsgård, Haley Bennet, Sebastian Stan, Riley Keough,
Robert Pattinson o Mia Wasikowska.
Perturbador film,
en fin, que algunos podrán encontrar de ritmo irregular (ya sabemos que cuando
hay varias historias siempre hay unas que atrapan más que otras), pero que a mí
me ha resultado tan turbia como estimulante.
Valoración: Siete
sobre diez.
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