Dirigida
por Henry Joost y Ariel Schulman, oriundos de la saga Paranormal Activity, y con la novela de Jeanne Ryan como fuente de
inspiración, Nerve pretende ser un
retrato de la juventud actual en el que el medio audiovisual es la base de las
nuevas religiones y uno es capaz de cualquier cosa por conseguir un like en
Facebook.
En
plena fiebre del Pokamon Go los teléfonos móviles son los verdaderos motores de
la sociedad, albergando en su interior toda la identidad de sus usuarios, ya
sea en forma de Facebook, twitter, Instagram, etc. y pudiendo llegar a
arrebatársela. Este es el punto de partida de Nerve, en el que un juego virtual está arrasando por todas partes.
En él, los participantes pueden elegir entre ser Observadores o Jugadores,
siendo los primeros los que controlen a los segundos proponiendo una serie de
pruebas que les hará subir de nivel y recibir tentadores premios económicos.
Unas pruebas, por supuesto, creadas a partir de sus propios perfiles,
conocedores de sus gustos, sus miedos y sus debilidades.
Vee
Delmonico es la protagonista de la función personificando al adolescente
anónimo, sin grandes aspiraciones y con miedo a luchar por sus creencias que
encuentra en el (falso) anonimato de la red una oportunidad para sentirse viva
y hacer posible todo aquello de lo que no se creía capaz. De esta manera Nerve arranca como un retrato de una
época y una generación, tal y como hace años hiciera la comedia de Ben Stiller Reality Bites (de hecho, pese a no
participar en ese film, Juliette Lewis, que interpreta en Nerve a la madre de Vee, era una de las actrices componentes de la
llamada generación X), pero se aprecia en la puesta en escena detalles visuales
que parecen prestados de La noche de las bestias (The Purge) y, sobre todo, es muy heredera de la magnifica serie
británica Black Mirrow.
La
alienación de la juventud, la obsesión por la fama instantánea (y efímera) y la
perdida de la identidad son interesantes puntos de partida que, sin embargo,
terminan diluyéndose en un film que va claramente de más a menos, que anuncia
pero no llega a acusar ni a tomar partido y que deriva al fin en un thriller de
intriga con dosis de romance, algo muy naiff y descafeinado y con una solución
final tan facilona como irrisoria.
Con
todo, el arranque es lo suficientemente interesante y revelador como para
merecer un aplauso, por más que a sus realizadores, como a la propia
protagonista, la cosa se les vaya de las manos y sean incapaces de controlar su
propio ego. Esta es, quizá, la mayor metáfora de la película. Que al final la
identidad termina por desaparecer bajo los efectos de los intereses del consumismo
y la dictadura de una sociedad que prefiere un film comercial que uno que acuse
y señale a su público objetivo.
Película
interesante pero descafeinada aunque magnífico ejemplo de metacine accidental.
Valoración:
Seis sobre diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario