Los días de vacaciones son ideales para recuperar alguna de esas películas que se escaparon en el momento del estreno y que gracias a algunos cines que no se conforman con ofrecer simple entretenimiento prefabricado apuestan por alternativas más arriesgadas.
En este sentido, no es que El hombre perfecto se pueda llegar a englobar bajo el estigma de “cine de autor”, pero el simple hecho de ser una producción francesa y que no sea una comedia ya la distingue de cualquier blockbuster veraniego prominente del otro lado del charco.
Dirigida por Yann Gozlan, casi un debutante en esto del cine, y con Pierre Niney como máximo foco de atención (este si es un rostro conocido de la filmografía francesa, siendo la producción española Altamira su último trabajo), la película narra la historia e Mathieu Vasseur, un empleado de una empresas de mudanzas que sueña con ser escritor de novelas, aunque debe resignarse a ver como su único trabajo es rechazado por las editoriales sin mucha compasión. Pero su suerte cambia cuando en un trabajo de limpieza del piso de un anciano fallecido sin familia descubre un diario de guerra y decide convertirlo en novela, transcribiendo sus páginas de manera literal. La obra se convierte en un repentino éxito de crítica y público y Mathieu se convierte en una celebridad, conquistando a la (adinerada)chica de sus sueños y aspirando a conseguir por fin todo aquello con lo que había soñado. Pero el secreto sobre el que se sostiene su éxito no tardará en atormentarlo embarcándolo en una espiral de mentiras y pesadillas que lo empujarán irremediablemente al abismo.
Gozlan, firmante también del guion, pretende realizar una parábola sobre las dificultades del creador, los obstáculos que se presentan en su camino y el pánico, no ya al fracaso, sino al propio éxito. El terrible miedo al folio en blanco se ve perfectamente reflejado en el atormentado Mathieu y el desafío que supone enfrentarse a una segunda obra tras un éxito sin precedentes puede ser una presión tan demoledora como para encaminar al protagonista por el reverso más oscuro de su psique. Sin embargo, todo lo interesante que la situación pueda llegar a ser se vuelve en contra de la propia película por culpa de la construcción de un personaje cuya estupidez es tal que no es posible empatizar en ningún momento con él. Puede que en comedia sea simpático enfrentarse a un antihéroe capaz de tomar siempre la decisión más errónea, pero esto es un drama muy negro, y aquí no tienen cabida ciertas cosas.
El hombre perfecto es la historia de un fraude, pero no es la novela de la que hablan (Arenas negras) el fraude en cuestión, sino el propio Mathieu, un tipo mentiroso, cobarde y sin nada de autoestima que puede llegar incluso a ofender por lo bien que le llegan a ir las cosas. Viéndome yo mismo reflejado en el origen del personajes y sabiendo lo que es ser rechazado por editoriales sin ninguna explicación al respecto, no me cabe en la cabeza que alguien con ansias creativas como se le suponen al protagonista no tenga la necesidad e cambiar una sola coma o palabra del diario que plagia, así como se me antoja imposible que aparte de esa novela rechazada no tenga e un cajón cientos de ideas, proyectos o borradores que le sirvan cuanto menos de punto de partida para su segundo trabajo.
Así, al final resulta que el propio guion de la película resulta ser un fraude también, tanto por el desarrollo de ciertos acontecimientos que no debería relatar aquí como por el detalle de que la propia historia creada por Gozlan no deja de ser una burda copia del libreto de Brian Klugman de la película El ladrón de palabras que Bradley Cooper protagonizó en 2011.
Aun así, aceptando que no estamos más que ante una representación de lo mismo que se pretende criticar, El hombre perfecto contiene, el menos, brillantes interpretaciones y una dirección firme y directa que la convierten en un eficaz entretenimiento con grandes dosis de intriga que ayudan a que uno olvide las obviedades de un manido guion o la incierta falta de moralidad en la descripción de un descenso a los infiernos que al final no resulta ser para tanto.
Valoración: Seis sobre diez.
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