Dirigida
por Miguel Ángel Jiménez, La Mina es
una de esas curiosas películas que aparecen de la nada y logran escapar de la
invisibilidad por encima de otras producciones a priori más llamativas y con
alguna estrella en su reparto.
No
hay ningún rostro reconocible en esta producción íntegramente española aunque
filmada en inglés con actores foráneos y que pese a acontecen en un pueblecito
de la América profunda ha sido filmada en gran parte en Asturias y País Vasco
(algo lógico si se trata de minas).
De
una modestia tal que recuerda un poco a las producciones casi de serie B de Blumhouse,
La Mina narra la historia de Jack, un
hombre que acaba de salir de prisión y regresa a su hogar, donde le aguardan
(que no esperan) su hermano, su mujer y su hijo. Deseoso de rehacer su vida y
tener una segunda oportunidad con su matrimonio acepta el trabajo de vigilante
nocturno de una mina abandonada, una mina que, como su propio pasado familiar,
esconde muchos secretos.
La
trama, así como la escena inicial, ya invitan a pensar que estamos ante una
propuesta de terror psicológicos, donde lo que no se ve va a ser más aterrador
que lo que se muestra en pantalla.
Tenemos también el suficiente interés
personal como para adivinar que se trata de una película de personajes capaz de
profundizar en ellos más allá de presentarnos a una serie de sujetos predispuestos
a ser machacados por el psicópata de turno.
Lo malo es que Jiménez no es capaz
de aunar correctamente ambas vertientes, creando un híbrido que abandona
durante demasiados minutos del metraje su faceta aterradora mientras que la
parte correspondiente al drama familiar resulta previsible y algo cansina. Jiménez quiere cocer su
historia a fuego lento, pero se pasa de pausado y, cuando al fin arranca la
acción, es ya demasiado tarde.
Un breve y precipitado festival gore (donde se
encuentran las principales carencias de Jiménez como realizador) no es
suficiente para reactivar una película con momentos interesantes e intérpretes
correctos (el protagonista es Matt Horan, cantante del grupo Dead Bronco que
debuta en la interpretación) pero que no alcanza a emocionar (ni aterrorizar)
lo suficiente y que corre el peligro de que, de querer analizarla en
profundidad, tenga demasiados vacíos en su guion, dejando demasiadas preguntas
sin responder.
Una
propuesta prometedora, no lo niego, pero demasiado irregular como para llegar a
convencer. Un cuento de terror a medio camino de todo.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
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