A
estas alturas de la película no seré yo quien se extrañe (y mucho menos se
queje) del abuso que está haciendo Hollywood de hacer remakes de sus propias
películas, aunque este verano está siendo especialmente sangrante. Evitando
caer en la tentación fácil de criticar una película antes de verla (aunque me
apetece muy poco hacerlo, la verdad), estamos a punto de recibir a un nuevo Ben-Hur, más tarde llegarán Los Siete Magníficos y aún estamos
pendientes del resultado comercial que tengan las nuevas Cazafantasmas. Y en medio de todo esto llega Peter y el dragón, remake de un clásico Disney que por estas
tierras se tituló Pedro y el dragón
Eliott y que supuso una revolución al combinar dibujos animados con acción
real.
Por
mucho que esa película pudiese marcar a los niños de mi generación, aquí la
Disney no se ha andado con chiquitas y lo único que tiene de remake la cosa es
la idea conceptual de un niño que se hace amigo de un dragón, desmarcándose
inteligentemente de su referente para todo lo demás. Este ya no es de dibujos
animados ni hay canciones por doquier (a Dios gracias). Y el doblaje, desde
luego, ya no es en español latino.
Sí
tiene la película un aire muy clásico, al menos en su concepción, que recuerda
las comedias familiares de la época de Mary
Poppins o La bruja novata, donde
no hay buenos ni malos y todo se soluciona de la forma más sencilla e ingenua
posible. Es ese sentido, Peter y el
dragón es una comedia muy blanca e infantil que, sin embargo, se deja ver
con agrado por espectadores de cualquier edad.
El
argumento tiene muy poco de original, resultando una mezcla extraña entre El libro de la Selva y King Kong, con un niño humano criado en
el bosque y una bestia gigante tratando de ser capturada para su exhibición. Y
quiere David Lowery (director de En un lugar sin ley que en breve repetirá con Robert Redford en El viejo y la pistola y con Disney con Peter Pan) ser tan onírico y visualmente
hermoso que todo el primer arco argumental que explora la amistad entre Peter,
el niño perdido, y Eliott, el dragón, retozando y sobrevolando los bosques del
noroeste del Pacífico, amenaza con hacerse pesado e incluso soporífero. Pero
pronto entran en escena el resto de los humanos y la cosa se anima.
Con
un reparto de verdadero lujo (Bryce Dallas Howard, Robert Redford, Wes Bentley
y Karl Urban), quienes realmente se llevan la palma son los pequeños de la
función, maravillosos Oakes Fegley y Oona Laurence, que enamoran a la cámara y
hacen creíbles lo increíble de sus personajes.
En
Peter y el dragón no hay cabida para
la verosimilitud ni la coherencia. Todo es muy absurdo, tramposo y pillado por
los pelos, pero da igual, ya que de lo que se trata es de un cuento sin hadas
pero con mucha magia destinado al niño que todos llevamos dentro. Y por eso
podemos aceptar que una bestia salvaje que vuela, se mimetiza con su entorno y
puede escupir fuego sea, en realidad, tan adorable como un cachorro. Y es que,
aunque estemos saturados de tanto Hobbit y tanto Juego de tronos la realidad
es que, pese a todo, los dragones siempre molan.
¿O
no?
Valoración:
Seis sobre diez.
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