Cuando
se tiene en tus manos a la gallina de los huevos de oro hay que seguir
exprimiéndola hasta acabar con ella. Esa es una máxima que en Hollywood se
sigue al pie de la letra y el caso del espía más desmemoriado de la historia no
iba a ser una excepción.
Tras
una trilogía que rallaba a gran nivel casi se cargan a la susodicha gallina
cuando, para mantener el tirón, hicieron un cambio de cromos en el papel
protagonista y Jeremy Renner interpretó a una versión paralela de Bourne en El legado de Bourne que no pareció
convencer a nadie y que, vista en la distancia, no estaba mal del todo.
Pero
la gallina seguía viva. Agonizante, pero viva. Y se ha decidido traer de vuelta
al Bourne original, ese Matt Dammon metido en labores de productor e imponiendo
directores, en una cuarta (o quinta, ya no lo tengo muy claro) entrega que,
siguiendo la estela de Rocky Balboa o
John Rambo, demuestra su falta de
ideas desde su mismo título, simplemente el nombre del protagonista: Jason Bourne.
Tras
crear un laberinto con sus recuerdos en la trilogía original, basada por cierto
en las novelas de Robert Ludlum, esta vez ya no parecía quedar secretos sobre
el pasado del personaje, por lo que la historia debía ir por otros derroteros.
Pero Paul Greengrass (que además de director se ha enchufado también en tareas
de guion) y Christopher Rouse no se han molestado en arriesgar lo más mínimo y,
ya sin la obra de Ludlum como referencia, han tirado por el mismo camino,
desluciendo el final de El ultimátum de
Bourne, y rebuscando más secretos en el pasado del pobre agente secreto.
La
saga Bourne, aun con sus dosis de
intriga y acción, siempre se ha caracterizado por mostrar la cara más seria y
torturada del agente secreto, dotando a sus films de una verosimilitud que ni
tenía ni buscaba la saga Bond, por poner un ejemplo similar. Sin embargo, en
esta ocasión, pese a la cámara nerviosa y el abuso de los primeros planos tan
característicos de Greengrass, nada es creíble en este sinfín de piruetas de
destrucción, tiroteos y persecuciones que transforman a Bourne, aún con su alma
taciturna, en un superhéroe del montón.
Jason Bourne no es divertida porque la saga nunca ha pretendido
serlo, pero lo necesita para poder aceptar la transformación a la que ha sido
sometida, un lavado de cara fallido y que solo se sustenta porque, aun con lo
alargadas que son la mayoría de sus secuencias, no llega a aburrir, y porque el
lujo de contar con Tommy Lee Jones, Alicia Vikander o Vicent Cassel acompañando
a Matt Dammon en sus peripecias compensan incluso la espantosa dirección de
Greengrass, que no estaría en esta silla si no fuese por su amistad con la
estrella o la fama de documentalista (¿acaso había algo más que eso en la
soporífera Capitán Philips?) y que
encima amenaza con insistir (¿no le ofrecen más trabajos?) en una nueva
entrega.
Torpe
y excesiva, Jason Bourne no pasa de
entretenimiento veraniego, trascendental y olvidable, que empaña el recuerdo de
las películas anteriores y hace buena a El
legado de Bourne. Ya puestos a retorcer a la gallina, al menos se podría
reactivar aquel proyecto de juntar a los personajes de Dammon con el de Renner.
Al menos tendría su chicha…
Valoración:
Cinco sobre diez.
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