Pese
a la presencia de algún actor español en el reparto, Al final del túnel es una película cien por cien argentina. Ello no
implica que se englobe dentro de la moda actual en nuestra cinematografía de
apostar por las películas de intriga policíacas, más concretamente en su
vertiente de robos a bancos, y en esa línea se encuentra el título que ha
dirigido Rodrigo Grande.
Leonardo
Sbaraglia es Joaquín, un hombre condenado a una silla de ruedas tras un trágico
accidente cuya única finalidad en la vida es espiar a sus vecinos de finca que
planean un elaborado robo a una sucursal bancaria. Pero en el momento en que
Berta (Clara Lago) y su hija alquilan una habitación en su casa toda su vida se
verá trastocada.
Fábula
de intriga sobre el honor, la lealtad y el amor que contiene grandes momentos
de tensión (todo lo referente al túnel al que alude el título) y que está
filmada con elocuencia y buen hacer pero que, a la hora de la verdad, poco o
nada aporta al género. Todo lo que se ve es esperable y los giros de guion no
resultan ni de lejos tan sorprendentes como se pretende, ni impacta lo
suficiente ese clímax final tan inspirado en Tarantino.
Al
final del túnel es una de esas películas que se ven con agrado, que te
mantienen tenso y pegado a la butaca y que se pueden olvidar tras la salida de
la sala. Cine de consumo puro y duro, tan correcto como innecesario y que,
desde luego, no va a trascender para nada.
Y
aun así, se puede recomendar sin problemas, porque hay veces en que la
trascendencia es conveniente dejarla aparcada en la puerta y dejarse llevar por
una historia sin implicarse demasiado en la misma.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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