Sally
Potter es una directora y guionista británica cuyo trabajo más recordado hasta
la fecha sea Orlando pero que con The Party, pese a su aparente sencillez,
consigue la que posiblemente sea su obra más completa.
Filmada
en un apacible blanco y negro, Potter disfraza la película de cuento
inofensivo, como si de una comedia familiar cualquiera se tratase, de esas que,
al amparo de la genial Los amigos de
Peter, convierten una velada de amigos en una guerra abierta a base de
desempolvar los trapos sucios, algo así como lo que ha hecho recientemente Álex
de la Iglesia con su exitosa Perfectos desconocidos.
Sin
embargo, bajo esa capa de comedia negra, Potter esconde una serie de ácidas
reflexiones, tirando con bala contra diversos estamentos de la sociedad, tales
como el poder político, el feminismo o el simple concepto de familia. No busca
para ello unos personajes comunes, fáciles de conseguir la identificación por
parte del público, sino que se ampara en la burguesía, una clase alta de esnobistas
ideales progresistas que, con todo su dinero y todo su estatus social, una vez desnudados
de sus miserias, no son tan diferentes del más común de los mortales.
Todo
comienza con el nombramiento de la protagonista como ministra del Gobierno. Sin
embargo, la velada en su casa para celebrar la notica no se desarrollará de la
manera prevista, creándose una sucesión de conflictos, en apariencia nada
cómicos, que, regados con unos punzantes y ágiles diálogos, componen un
magnífico vodevil en el que, con apenas setenta y un minutos de metraje, se
dice mucho.
Todo
ello, pese a la brillante labor de Potter, posiblemente no habría sido posible
sin un reparto de gran nivel, y por ello todos los elegidos por la británica no
solo son grandes nombres de la industria, sino que están realmente brillantes: Kristin
Scott Thomas, Patricia Clarkson, Emily Mortimer (ambas recién salidas de
compartir rodaje en La Librería), Bruno Ganz, Cherry Jones, Cillian Murphy y Timothy
Spall. Siete únicos actores que componen un retrato casi teatral (en algún
momento me vino a la memoria Un dios
salvaje, de Roman Polanski) pero que con la habilidad de Potter para mover
la cámara por los escasos escenarios evita caer en el estancamiento visual y
filma una pieza digna de elogio.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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