Cuando
un casi novato (en cine, al menos) J.J. Abrams tuvo un pequeño traspiés en
taquilla con Misión imposible 3 se
comprometió con Paramount a producir
una película que daría el pelotazo y les compensaría con creces. Eso cuenta al
menos la leyenda. Sea como sea, Monstruoso
(la mala traducción que aquí se hizo de Cloverfield)
fue realmente un gran éxito, debido más a la potente campaña publicitaria que a
la calidad propia de la película (aunque para ser un found fotage no estaba tampoco mal). No estaba J.J. tras las
cámaras, sino su amigo Matt Reeves, pero él era la cabeza pensante de todo, mostrándose
como un gran especialista en crear grandes expectativas. Durante la campaña publicitaria
todo el mundo se preguntaba qué demonios iba a ser eso de Cloverfield (había teorías que incluso lo relacionaban con el
universo de Perdidos).
La
clave de la película estaba en el factor sorpresa, y cuando casi diez años
después se reveló la existencia de una película llamada Calle Cloverfield, 10 (Cloverfield
Lane, 10) apenas un mes antes de su estreno la volvieron a liar.
Cloverfield es un universo propio, una especie de saga de
películas sin relación directa entre ellas que, como pequeñas piezas de un
puzle infinito, aspiran a explicar una gran historia. O puede que no. El caso
es que ahora llega la tercera pieza del juego, y tampoco podía hacerlo de forma
convencional. Tras un rodaje algo complejo ha sido Netflix quien adquirió los
derechos de distribución, colando el tráiler como uno de los grandes eventos de
la media parte de la SuperBowl. Sin embargo, mientras el resto de los potentes tráileres
de sus competidores concluían con un “próximamente”, The Cloverfield paradox anunciaba su gran estreno… para esa misma
noche. ¿Adivinan lo que vieron miles de norteamericanos en sus televisores
apenas terminar el partido?
Otra
jugada perfecta que, por desgracia, no esconde una película especialmente
inspirada, probablemente la más floja de las tres. Una misión internacional al
espacio para juguetear con la física cuántica y los aceleradores de partículas abrirá
una puerta al multiverso que podría (o no) ser el causante de los hechos acontecidos
en las dos películas anteriores. El cebo está lanzado, pero me temo que hay
poco donde pescar.
Con
un reparto tan interesante como poco aprovechado, la película tiene unas
cuantas ideas bastante originales, aunque también algo locas, transformándose
en algunos momentos en una paranoia algo absurda (todo lo relacionado con
cierto brazo, por ejemplo), que hace que te preguntes por el formalismo de la
misma.
A
años luz de la estupenda Calle
Cloverfield, 10, tampoco es que la película sea para tirarla a la basura. Se
ve con agrado y mantiene bastante correctamente la intriga, pero sabe a
demasiado poco teniendo en cuenta el juego que nos propone. Quizá sea culpa de
los múltiples cambios realizados en el rodaje (desde aquella época en que esto
se iba a titular “la partícula de Dios”)
o a querer forzar demasiado las cosas para terminar con una película demasiado
parecida a cualquier producto baratito de naves espaciales pero con injertos
que la emparejen al universo al que pertenece.
Así
y todo, es una buena propuesta para pasar una hora y media viendo sufrir a Gugu
Mbatha-Raw (la única cuyo personaje tiene algo de trasfondo) y buscando los
secretos ocultos que demuestren que este es el universo Cloverfield. Y alguno hay, os lo aseguro.
Y
después, podéis olvidarla tranquilamente y esperar con calma a ver cómo nos
sorprenden con el nuevo capítulo de la ¿saga?, que por lo visto irá sobre
nazis, algo que siempre mola.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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