Aunque
nunca he sido un gran fan del cine de Clint Eastwood, que en esa busca del
héroe cotidiano y el melodrama fácil parece que lleva años haciendo variaciones
de su misma película, debo reconocerle algunos aciertos innegables, siendo en
mi opinión Sully el último de ellos.
La película de Tom Hanks, sin embargo, era una rara excepción en unos años muy
alejados de sus títulos más afamados, como Sin
Perdón, Cazador blanco, corazón negro
o Gran Torino, anclado como estaba en
un cine simplón y sin personalidad.
Por
desgracia, 15:17. Tren a París se
engloba en esta última categoría. De nuevo con unos “héroes por accidente” como
pretexto y mostrando su cara más republicana, tal y como hizo en la igualmente
mediocre El francotirador, Eastwood se
inspira en una historia real, la del frustrado atentado a un tren lleno de
pasajeros por parte de tres jóvenes militares que casualmente disfrutaban de
unas vacaciones recorriendo Europa.
Confieso
que las escenas del asalto están bien filmadas, y mantienen la emoción incluso sabiendo
de antemano su desenlace, y puede que algunos de los flashbacks con los que
adorna la historia mostrándonos el pasado de los protagonistas ayuden a
conocerlos mejor. Sin embargo, esto no da para más que un cortometraje o, en el
mejor de los casos, un documental sobre el asalto. Toda la paja de relleno que
Eastwood nos ofrece con los chicos pasándoselo bien por distintas ciudades europeas
no es más que un tributo a la época del selfie y un pretexto para que la productora
le pague unas vacaciones recorriendo el viejo continente. Casi nada de lo que
hay en la película, a excepción de ese efímero cuarto de hora final, aporta
demasiado, resultando insípida e incluso tediosa, Se trata de una propuesta tan
plana que ni siquiera se la puede calificar como mala. Simplemente es anodina.
Y
no es que la curiosa decisión de prescindir de actores profesionales e invitar
a los propios protagonistas de los hechos a interpretarse a sí mismos lastre
mucho la cosa, porque no es que los chicos lo hagan mal del todo, pero desde luego
que la falta de tablas (y, por lo tanto, de carisma) ayude demasiado a levantar
una propuesta que no hace más que recordar que los mejores años del vaquero Clint
quedaron ya muy atrás.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
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