Siempre he pensado que hay tantos elementos a la hora de valorar una película que me resulta imposible encontrarlo todo tan perfecto u horrible para dar una valoración extrema, ya sea en forma de diez o de cero. Sin embargo, pocas cosas hay en La fuerza de la naturaleza capaces de defender mi postura, ya que no recuerdo un despropósito tan horrendo en años.
A sublime vista, el
argumento podría recordar al de aquella película con Operación Huracán, de Rob Cohen, en la que unos atracadores
intentan un gran golpe aprovechando que han desalojado un pueblo debido a la
anegada de un fuerte huracán. Esta… «cosa» que tiene el dudoso honor de firmar
Michael Polish, un tipejo cuyo mayor logro en la vida es el haberse casado con
Kate Bosworth (la Lois Lane más olvidada de la historia del cine) a la cual ha
enchufado en esta pantomima de película (¿o habrá sido al revés?), va más o
menos de lo mismo pero pronto nos damos cuenta que lo de la tormenta perfecta
es poco menos que una excusa para meter a un grupo de personajes, a cual más
ridículo y estúpido, en un edificio en el que ofrecer una especie de
correcalles disparatado y que no tiene el más mínimo sentido. Ni siquiera la
presencia de algún rostro conocido, como David Zayas (el sargento Batista de Dexter) o Stephanie Cayo (Verónica en Yucatán) eleva el estado de ánimo, ambos
muy por debajo de lo que se puede esperar de ellos.
Argumento simplón
con diálogos horribles, situaciones grotescas y unas interpretaciones de pena
confieren al film el privilegio de ser la peor película que he visto no sólo en
este año, sino posiblemente en lo que llevamos de década. Y eso que me he
tragado cada bodrio…
Así las cosas, uno
se podría preguntar qué narices pinta Mel Gibson (sustituyendo al inicialmente
previsto Bruce Willis) en todo este berenjenal. Pues está bastante claro: En
peinar lugar, dar suficiente empaque a la carátula como para que yo mismo
cayese en la trampa y me interesara por la película, estrenada directamente en
Amazon Prime. En segundo lugar, cobrar su cheque, que es algo que nunca viene
mal. Y por último, pasárselo a lo grande. Mientras el protagonista Emile Hirsch
parece tomárselo todo muy en serio, consiguiendo sólo demostar sus
limitaciones, Gibson parece tener en mente a un remiendo de Martín Riggs,
iluminando la pantalla con su carisma cada vez que aparece y consiguiendo que
no importe que su papel no tenga recorrido alguno.
En resumen, una
tontera de película, aburrida y ridícula, que encina tiene el descaro de
pretender aleccionar socialmente mediante un par de frases de pasada (se trata
la violencia policial, el racismo y hasta a los nazis, pero como si no). No sé
cómo lo habrán hecho estos tipos, tanto el director como el guionista Cory M.
Miller, para que les paguen para hacer esto, pero como se decía antiguamente:
«a picar en una mina los ponía yo».
Valoración: Dos
sobre diez.
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