La historia de esta película data de los años noventa, cuando Jack Fincher escribió el guion y David Fincher quiso dirigirla. Ya por aquel entonces ambos, padre e hijo, tenían claro que decía ser una película en blanco y negro y eso y las poco tentador para la taquilla que pintaba el argumento impidió que ninguna productora confiada en ellos.
De nuevo ha tenido
que ser Netflix quien andaré por un
autor de demostrada calidad para darle rienda suelta y permitirle hacer las
película con total libertad, dando como resultado que Mank sea una de las
mejores películas de 2020 y una presencia asegurada en los próximos Oscar. Es una película, eso sí, que
requiere de una atención especial, cosa complicada fuera de las salas de cine,
donde las distracciones son constantes, motivo por el cual se ha debutado tanto
este comentario.
El veredicto es que
Mank no es, desde luego, el mejor
trabajo de Fincher, cosa fácil de decir si tenemos en cuenta que hablamos
posiblemente del mejor director de cine en activo, pero no por ello deja de ser
una excelente película.
Todo en Mank está soberbio. La dirección
impecable de Fincher, la cuidada fotografía, una música sublime y una de las
mejores insurrectos ser la carrera de Gary Oldman, que logra dotar a su
Mankiewicz de la mezcla justa de humor, cinismo y repulsión logrando esquivar
los dos grandes peligros que este papel le confería: caer en el histrionismo o
causar antipatía.
Por poner algo
pero, puede que el eslabón más débil sea precisamente el guion. Fincher padre
parece no decidirse por completo sobre si quiere hacer un retrato del Hollywood
dorado, una biografía sobre Mankiewicz o una crónica sobre la creación del
guión de Ciudadano Kane, una de la
películas más importantes de la historia del cine.
Existe controversia
sobre la autoría del libreto, ya que algunos defienden que fue Mank el escritor
principal mientras que otros atribuyen el mérito principal al propio Orson
Welles. Fincher no es imparcial, ni lo pretende, así que puede que no deba
cogerse su historia como un relato totalmente fidedigno (me comentan que hay
ciertas posturas políticas que están también algo alteradas), aunque sí sirve
como retrato de una época que, en ciertos momentos, no deja de ser un reflejo
del mundo actual.
Más allá de
decisiones argumentales, lo cierto es que tanto a nivel técnico como
interpretativo todo roza la excelencia, desde los títulos de crédito que nos
trasladan de inmediato a ese Hollywood dorado como a las escenas casi
calculadas del clásico de Welles.
Fincher, que
llevaba tiempo alejado del mundo del cine (desde la excelente Perdida, del 2014) por culpa de sus
compromisos televisivos no menos brillantes, vuelve a cargos otra gran muestra
de cine con mayúsculas que, eso sí, por ciento y temática no es apropiada para
un público demasiado palomitero.
Valoración: Ocho
sobre diez.
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