Llamada en su versión original Il nido, la traducción de esta película de terror italiana ha llegado a muestras carteleras bajo el erróneo título de La maldición de Lake Manor. Este es uno de esos casos en los que poco o nada tiene que ver la traducción de un título con la película en sí (no hay ninguna maldición ni transcurre en un lago, aunque sí hay uno en la finca donde acontece todo), no es más que una treta publicitaria para atraer al público rememorando las dos mini series de Mike Flanagan para Netflix (La maldición de de Hill House y La maldición de Bly Manor).
Si bien es cierto
que estamos ante una película con un estilo costumbrista y toques del
romanticismo gótico de las series, poco más podemos encontrar que aúna estos
productos, ya que pese a lo engañoso que pueda resultar el tráiler ni siquiera
estamos ante una historia de fantasmas.
La maldición de Lake Manor,
ópera prima de Roberto De Feo, cuenta la extraña sociedad que se ha formado
alrededor de una sobre protectores madre y su hijo inválido en una enorme finca
en mitad del bosque. Acostumbrados a vivir ajenos al mundo exterior, sus vidas
cambiarán con la llegada de una joven que pronto hará buenas migas con el chico
impedido.
Con un tono
desconcertante que parece anunciar algún tipo de secta extraña, con referencias
a Midsommar (auque sin la luminosidad
de aquella) y referencias claras al aislamiento que Shayamalan propició para su
El bosque, la película ofrece un
ritmo tan lento y reflexiva que puede hacer perder los nervios más por sus
carencias que por sus aciertos. Bien se puede decir que la trama, la cual no
llegados a comprender hasta la sorpresa final, es intrigante y plantea las
suficientes dudas como para mantener el interés, pero tiene un toque demasiado
anodino que impide que, pese al género en que se engloba (y que no puedo
concretar por no revelar ese giro final), pueda hablarse realmente de película
de terror, pues no hay ni un solo susto efectivo en todo el metraje y lo único
que verdaderamente funciona bien del argumento (aparte de querer saber qué
demonios está pasando) es la relación latente entre los dos protagonistas.
Eso sí, la puesta
en escena es impecable, con una bella aunque oscura fotografía y una muy
acertada composición musical, que junto a las interpretaciones de algunos
actores hagan elevar la nota final. Pero tanto la falta de alma como las
pretensiones artísticas por encima de las literarias la condenan a provocar
cierto agotamiento que limitan el interés ajenas llegar al ecuador, mientras
que el giro final que debe justificar todo puede ser visto como algo tramposo
por sus formas, ya que ese ritmo totalmente opuesto a lo esperado del desenlace
es lo que ayuda al desconcierto, ya que de otra manera el giro se habría podido
intuir con facilidad.
Es esta una
película fechada en 2019, uno de esos estrenos residuales en una carretera
huérfana de propuestas de actualidad, y provoca que no aproveche mejor esa
especie de confinamiento al que se ven sometidos los protagonistas y que ahora,
como espectadores, vemos de manera muy diferente a como habríamos visto hace
apenas un año.
Valoración: Cinco sobre diez.
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