Bienintencionada
comedia que pretende invitar a la reflexión aunque demasiado irregular para
conseguirlo.
Dirigida
por Pascal Chaumeil (realizador de Los
Seductores y la reciente Llévame a la
luna), cuenta la historia de Martin Sharp (Pierce Brosnan), un famoso
presentador televisivo caído en desgracia por culpa de un escándalo sexual, que
decide terminar con su vida en la noche de Fin de Año saltando desde lo alto de
un rascacielos, coincidiendo allí con otros tres presuntos suicidas: Maureen
(Toni Collette), J.J. (Aaron Paul) y Jess (Imogen Poots), cada uno con sus
propios dramas particulares. Tras conocerse en tan atípica situación deciden
realizar un pacto: no intentar volver a quitarse la vida hasta San Valentín.
Tan
insólita relación convierte a estos cuatro solitarios en una especia de
disfuncional familia que recuerda por momentos (aunque en otro tono cómico
bastante alejado de este) a la de Somos
los Miller. Chaumeil no busca en ningún momento el humor fácil y zafio de
aquella, cosa que es de agradecer, pero comete el error de querer ponerse
demasiado trascendental y tratar de transmitir un mensaje que no termina de
calar, quedando a medio camino entre la comedia y el drama sin saber definirse
correctamente. En este sentido, me viene a la memoria la magnífica Los amigos de Peter, de Kenneth
Brannagh, que sin tener nada que ver, en principio, con esta, comparte una
reflexión en común: que por mal que vayan las cosas siempre hay alguien pasándolo
peor.
Mejor
otro día (el título también me recuerda a aquella canción de Sopa de Cabra: “pot ser que avui no em suicidi, pot ser
ho deixi per demà –puede que hoy no me suicide, puede que lo deje para mañana-“)
cuenta como reclamo principal un talentoso aunque secundario reparto,
encabezado por el últimamente desaparecido Pierce Brosnan y repitiendo el
binomio de la reciente Need for speed
de Paul y Poots, que aparentan bastante mejor química aquí que en esa estupidez
sobre carreras de coches que prefiero olvidar. Entre los secundarios de lujo se
encuentran también Rosamund Pike y Sam Neill, dos brevísimas apariciones que le
sirven a Chaumeil para denunciar también la manipulación de los medios de
comunicación, siempre más pendientes del morbo que de la información, y las
falsas apariencias de los políticos, aunque es en este segundo punto donde
menos se incide.
Al
fin, la película es simpática e invita a la sonrisa en diversos momentos, pero
Chaumeil debería tener un poco más de dureza hacia sus personajes y cargar las
tintas contra ellos, de manera que podamos identificarnos con ellos y sufrir
por sus desgracias igual que alegrarnos por sus éxitos. Pero ahí es donde falla
el film. Porque no da la sensación de que ninguno de los protagonistas tenga un
motivo real para desear morir, y eso impide que nos contagiemos de sus ganas
finales por vivir.
Chaumeil
no es Capra ni Brosnan es James Stewart, así que nadie espere ir a ver esta
película y salir del cine pensando en qué bello es vivir. La propuesta es agradable
y se deja ver con agrado, pero ni nos va a cambiar la vida ni la conservaremos
en nuestra memoria.
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