Después del triste año que llevamos, necesitaba el mundo del cine una película que revitalizara las salas de este flojo 2023. John Wick 4 llegaba con ese propósito y sus números iniciales así parecen indicarlo.
Chad Stahelski repite por cuarta vez como director en un filme que aspira a ser (aunque eso nunca se sabe) el cierre de la saga para dar paso a otros spin off que amplíen el lore que se ha ido desarrollando desde la película de 2014.
Sobre el papel, parecía difícil superar lo conseguido por la hasta ahora trilogía, pero tres elementos a destacar en la película provocan que esta sea, posiblemente, la mejor de todas. Por un lado, el reparto, donde viejos conocidos (te echaremos de menos, Lance Reddick) regresan, con Ian McShane y Lawrence Fishburne respaldando de nuevo al incombustible Keanu Reeves, junto a alguna incorporación nueva muy estimulante, como Donnie Yen, Hiroyuki Sanada, Scott Adkins, Natalia Tena o Bill Skarsgård como el gran villano de la película. Por otro lado, hay que destacar, una vez más, el gran trabajo de Stahelski tras las cámaras, superándose a sí mismo con algunas set pieces magistrales. Pero quien de verdad se lleva las palma es Dan Laustsen, el director de fotografía, que consigue que todo luzca maravilloso. John Wick 4 es una gran película de acción, dinámica y trepidante, pero si hay algo por lo que de verdad merecer ser recordada es por su empaque visual, esos juegos de luces, esa escena cenital tan de videojuego, esas salidas de sol… Nunca París se ha visto tan hermosa, ya sea a plena luz del día o en una noche que para nada pretende enmascarar los trucos de los coreógrafos y en lo que todo se ve estupendamente.
Tanto es así, que muchos son los que la reciben cono una obra maestra. Y ciertamente durante su visionado me sentí tentado en más de una ocasión de calificarla como la Maverik de este año, esa película por encima de las demás capaz de sentar cátedra y obligar a la gente a ir en masa a las salas de cine. Porque si algo está claro es que esta película debe verse en pantalla grande, cuanto más grande, mejor.
Es problema radica en el momento de salir de la sala y volver a la realidad, cuando esas poderosas imágenes que se han quedado grabadas en las reinas empiezan a difuminarse y nuestro cerebro, anestesiado por tanta violencia elegante y gratuita empieza a despertar y nos damos cuenta de lo ridículo de su guion.
Concebida inicialmente para ser dos películas rodadas a la vez, la pandemia y los compromisos de Reeves con la también cuarta entrega de la saga Matrix (que bien podría haberse ahorrado) forzaron la decisión de resumir toda la trama en una sola película. Esto puede servir para justificar su extensa duración (casi tres horas que en ningún momento aburren) y cierta irregularidad entre los momentos más adrenalíticos y los más pausados, pero no vale para aceptar un guion demasiado fácil de criticar. Y no es cuestión de pedir a una película de estas características una profundidad y unos diálogos apabullantes, ni aspirar a que tenga una verosimilitud total, pero teniendo en cuenta que juega más en la liga de la espectacularidad tangible de Misión Imposible que a la locura fantasiosa de Fast&Furious, por poner dos símiles, hay que hacer demandados saltos de fe para encajar todas las piezas. Se pueden perdonar las heridas y golpes que se curan al momento, o las discotecas en la que nadie parece ni percatarse de un tiroteo que sucede a escasos palmos de ellos, pero detalles como la ausencia policial (o incluso vecinal) en París, los trucos que se sacan de la manga para llegar a un final apropiado y el nuevo lore que contradice lo que conocíamos de entregas anteriores hacen muy difícil definir el film como excelso. No quiero ponerme quisquilloso con el tema, pero es una lástima que lo que podría ser una gran obra se vea empañada por decisiones de guion que rozan lo ridículo, culpa, seguramente, de la salida de Derek Kolstad, guionista de las tres entregas anteriores.
En fin, que obviando esto (y la imposibilidad de hacer comparaciones odiosas a raíz de la escena alrededor del Arco de Triunfo entre esta película y Misión Imposible: Fallout), estamos ante un espectáculo de gran calidad, un broche de oro a una saga que ha sabido ir de menos a más y que ha supuesto un antes y un después dentro del cine de acción más físico.
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