No lo tenía pensado, pero debido, en parte, a todos los problemas que os comente hace unos días que provocaron que haya estado durante un tiempo sin escribir prácticamente nada, una tercera novela ha cogido un puesto prioritario en mi cabeza. Y, como en el caso anterior, tiene también algo de experimento, aunque espero que esto no se note en el resultado final.
Empezaré
por el principio. Tengo la inmensa fortuna de poder presumir de ser gran amigo
de Carlos Abreu, director, traductor y también escritor de un puñado de novelas
de carácter infantil con quien comparto además, desde hace décadas, mis
inquietudes como guionista. Pues bien, el caso es que un día me propuso un
curioso reto, casi como un juego: escribir una novela a cuatro manos. No sé
cuál es el procedimiento habitual en estos casos, y si algún día tengo la
oportunidad de hablar con Stephen King o Guillermo del Toro les preguntaré como
lo hacían ellos con Peter Straub y Chuck Hogan respectivamente, pero en nuestro
caso el invento consistía en escribir cada uno de nosotros uno o dos capítulos
y pasárselo al siguiente sin tener ninguna regla ni pensar juntos en el futuro
al que nos dirigimos. Es presumible pensar que algo así sólo puede conducir al
desastre, y en cierto modo así fue, pues pocos años después y con casi
doscientos cincuenta páginas ya escritas, el proyecto se abandonó.
El
motivo oficial es que estábamos tocando palos muy dispares, aparte de los retrasos
que teníamos en cada entrega, cosa que provocó una cierta sensación de vacío en
nuestra inspiración. Sin embargo, debo asumir mi parte de culpa: pese a habernos
comprometido a no pensar en el futuro de la historia no pude evitar ir siempre
uno o dos capítulos por delante de lo que escribía, de manera que cada giro en
su narración que me complicará las cosas era rectificado en mi turno, entorpeciendo
así sus ideas. Eso terminó por agotarnos y causar cierto desánimo que provocó
un abandono nunca confirmado.
Ha
sido ahora, en este tiempo muerto que me he tomado, que he decidido releer todo
lo escrito, y sinceramente, me ha encantado. Es cierto que hay que realizar
muchas correcciones (eso es algo que ya tenía claro desde el principio del
experimento), pero el conjunto final me parece no sólo coherente, sino por
momentos brillante.
Comenté
mis sensaciones con Carlos Abreu, con la existencia de contagiarle mi entusiasmo,
pero ya era tarde. Como un matrimonio hundido que no cree en las segundas
oportunidades, mi amigo desechó retomar el proyecto, animándome sin embargo a
que yo terminará la obra por los dos y cediéndome todas sus aportaciones.
Y
eso voy a hacer. No apropiándome de su trabajo, que de una manera u otra le
reconoceré si el libro llega a ver la luz, pero esta especie de utopía inter
dimensional que ya forma parte de las vidas que pululan por mi cerebro merece
tener un final. Y lucharé a muerte por encontrarlo.
Magia,
ciencia y amor es un potente cóctel que se da cita en esta novela que, si
termina siendo tan satisfactoria como espero, podría terminar formando parte de
algo más grande.
Así
que ya veis, tercer proyecto que tengo en marcha (y en un estado bastante
avanzado) y que podría ver la luz en breve. Esto nunc a se detiene, aunque lo
pueda parecer, y el vacío editorial en que me encuentro atrapado (y que espero
se solucione algún día) no basta para desanimarme y frenar mis ansias de
escribir.
Así
que paciencia. No estoy seguro de cuál de los tres proyectos de los que os he
hablado será el primero en ser finalizado, pero ya veis que por material y ganas
no será.
De
una manera u otra, nos leeremos pronto. Os lo prometo.
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