Apenas unas pocas horas después de haber publicado mi reflexión sobre la situación actual del cine, los últimos grandes estrenos llegados de Hollywood han venido a confirmar mi teoría. Por un lado, las cifras internacionales de La Sirenita la confirman como un fracaso más para sumar en un año catastrófico (y eso que aún no hemos llegado al ecuador). Por otro, Spider-Man: cruzando el multiverso me ha dado la razón en eso de que, pese a explosión de la famosa burbuja, la falta de interés, la bajada de calidad y bla bla bla… el cine de superhéroes (y hago extensible el término a disparates hermanos, como los productos de Fast&Furious, Misión Imposible o John Wick) es (casi) el único que sigue dando algo de dinero.
El caso es que ya he podido ver la secuela de Spider-Man: un nuevo universo y, sin
atreverme a decir que es la mejor película de superhéroes de todos los tiempos
(para mi EndGame fue un hito que
supera lo estrictamente cinematográfico), si reconozco que la he disfrutado
mucho. Sólo hay dos detalles que me siembran la duda sobre si es mejor película
que su antecesora: la pérdida del factor sorpresa y el exceso de hype que ya
condiciona mucho su visionado. Para dictar sentencia habrá que esperar a verla
de nuevo, aunque ya adelantó que es difícil que con la animación pueda llegar a
emocionarme tanto como con el live action.
Pero sobre lo que quiero reflexionar hoy, más allá de
realzar las muchas virtudes del film (de eso ya se están encargando en no pocas
páginas y portales web), es en lo cansino que me empieza a resultar esta moda
de dejar una película a medias y obligarte a esperar meses o años para conocer
el desenlace. Un coito interrumpus en
toda regla.
No se trata de un invento de ahora, ni mucho menos, y
ya a principio de los ochenta se nos quedó cara de tontos al ver terminar El Imperio contraataca con Han Solo
apresado en carbonita y los malos campando a sus anchas y Robert Zemeckis ya
rodó del tirón la segunda y tercera entrega de Regreso al futuro mucho antes de que Peter Jackson se atreviera a
meterse con la Tierra Media. Peor aún
fue la moda de las sagas, que abusaban del «continuará» aún a riesgo de dejar
las historias inconclusas. Por culpa de querer estirar el chicle demasiado
estuvieron a punto de arruinar la saga de Harry Potter con una película (Las reliquias de la muerte, parte uno)
tan aburrida como innecesaria, pero nos dejó sin finalizar, después de tres
películas, la historia de Divergente.
No por estiramiento, pero sí por la manía de extender la trama por varias
películas, nos quedamos sin el desenlace de The
Amazing Spider-Man y los últimos intentos de reinventar a Terminator fracasaron precisamente por
no contentarse con hacer películas sueltas y pretender que todo forme parte de
un universo compartido más extenso y complejo.
En resumen, que mientras seguimos sumidos en el exceso
superheroico que tanto molesta a Tarantino, en el frenesí multiversal y en
guerras por visionados en streaming,
cada vez son más los que se apuntan a eso del «continuará…», convirtiendo el cine
en folletines televisivos. Una o dos veces puede tener su gracia, pero
convertirlo en la nueva moda me parece ya abusivo.
En fin, que habrá que ver cómo responde la taquilla a
esta especie de epidemia para poder sacar mejores conclusiones y comprobar si
es un error o soy yo el equivocado. O, dicho de otra manera, continuará…
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