martes, 17 de diciembre de 2013

DIANA (3d10)

Cuando uno se presenta ante una película como esta lo lógico es pensar en un biopic en toda regla sobre la princesa Diana, esperando quizá conocer detalles sobre cómo llegó a ser heredera al trono o sobre sus discrepancias con la Reina de Inglaterra, a la postre su suegra, viniéndonos a la mente grandes biografías cinematográficas como pueden ser las magníficas Chaplin, Gandhi, Nixon o Gran bola de fuego (sobre el genial Jerry Lee Lewis) -incluso podríamos meter en esta lista la reciente y maravillosa El mayordomo-. 
Luego nos enteramos de que solo trata un episodio concreto de la vida de Lady Di, pero no pasa nada. Ya nos sabemos su vida y ejemplos de biografías episódicas también hay unas cuantas, como Nixon contra Frost, Mi semana con Marilyn o (también de este año y también excelente) Rush. Además es de esos films con el clásico slogan en el cartel que reza: "de la ganadora de un Oscar..." y con un director de prestigio (que ya realizó El hundimiento, otro gran biopic episódico centrado en las últimas horas de vida de Hitler). Pero, lamentablemente, la unión de Oliver Hirschbiegel y Naomi Watts no bastan para salvar este despropósito de película cuya cosa más amable que se le puede decir es que es soporíferamente aburrida.
La trama arranca con la muerte de la princesa y su ¿prometido? Al-Fayed en París para retroceder entonces dos años y explicarnos cómo llegó a esa situación. A partir de ahí son muchos los caminos que se abrían ante el director por los que podría optar, y sin duda cualquiera de ellos habría sido interesante. Podría haberse convertido Diana en un drama romántico a raíz de su relación con el doctor Khan, una intriga palaciega centrada en sus desavenencias con la reina y su divorcio con el príncipe heredero, o incluso una crónica social con denuncia incluida en relación a la responsabilidad del acoso de los paparazzis en su accidente mortal. Pero ninguna de esas opciones son acordes con lo que Hirschbiegel nos va a mostrar en pantalla, una especie de crónica rosa que bien podría ser un documental de la revista Hello (o su contrapartida española Hola) en la que sólo falta Anne Inartiburu como maestra de ceremonias. Así además lo ha entendido la distribuidora en España, que fiel al poco sentido del ridículo que tenemos en este país ha decidido traducir los nombres de algunos protagonistas tal y como hace la prensa rosa de manera chabacana y sonrojante, de manera que la princesa es llamada Diana, como suena en lugar de Daiana, y su marido es Carlos en lugar de Charles, aunque no han tenido narices de saber castellanizar a Hasnat Khan o a Dodi Al-Fayed.
Pensando quizá que escarbar en una historia poco conocida como el romance de Diana con un cirujano cardiovascular era suficientemente interesante para permitirse prescindir de un guion de empaque alrededor de esta película con alma de telefilm que se lo juega todo a una sola baza en forma de su interprete, la excelente protagonista de Lo imposible, que aquí fracasa estrepitosamente en su transformación en Diana, limitándose a un maquillaje poco afortunado (se consideraba a Diana una de las mujeres más atractivas de la época, pero esta Diana no solo es mucho menos guapa que la princesa real sino que consigue ser también mucho menos guapa que la propia Naomi Watts, ver para creer) y a una insistente inclinación de cabeza exageradamente forzada, algo que recuerda a los ridículos andares de Aston Kutcher como única arma para mimetizarse en Steve Jobs. 
La dama de hierro era una mala película, pero al menos Meryl Streep conseguía transformarse totalmente en Margarita, perdón, Margaret Thatcher, mientras que Watts nunca consigue que veamos a Diana en pantalla, sino a una mera actriz interpretando.
Diana pretende ser la historia de un gran amor, pero solo consigue que veamos la relación entre un egoísta e inexpresivo médico -insulso Naveen Andrews (todos te preferimos como torturador, Sayid)- y una princesa histérica y acosadora; un romance que más bien parece protagonizado por jovenzuelos de instituto. Y para colmo tienen la indecencia de insinuar que la madre del médico espantapájaros este es la culpable indirecta de la muerte de la princesa por no dar su aprobación a la relación. 

En mi opinión la película habla de todo (ambición, egoísmo, cobardía, obsesión) excepto de amor, y lo hace de una forma tan plana y desdibujada que no se puede encontrar en ella el mínimo punto de interés, más cuando los propios productores quieren huir del efectismo más facilón y nos escamotean las escenas del accidente o el funeral con Elton John en plan estelar, lo cual, aunque lo tengamos todos grabado ya en nuestra memoria, nos habría despertado al menos momentáneamente.

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