miércoles, 23 de octubre de 2024

El Vals más triste del mundo es también el último.

La estrofa de uno de los clásicos de Sabina, incluido en su disco más extraño y de premonitorio título, Enemigos íntimos, rezaba así: «El primero en sacarte a bailar un vals, el vals de la tristeza más triste del mundo».

Eso fue en 1998, un año antes de que, con cuarenta y diez años, escribiera una canción donde detallaba su funeral y testamento. Aclaraba, eso sí, que lo hacía sin prisas, y «que el traje de madera, que estrenaré no está siquiera plantado». Después de eso, aún tendrían que llegar más discos, una depresión, otra colaboración (esta vez con final feliz) junto a «su primo, el Nano», una aparatosa caída, muchos conciertos y continuas demostraciones de su «mala salud de hierro».

Hasta ahora.


Esta semana, en la que parecía que todo iba a girar alrededor de la ruptura entre Leyre y el resto de componentes de La Oreja de Van Gogh  (creando un debate casi violento entre los defensores de Leyre y los de Amaia Montero que a punto estuvo en dividir a las dos Españas, un enfrentamiento a la altura del que hay entre seguidores de La Revuelta y El Hormiguero), va el bueno de Don Joaquín y nos obsequia por sorpresa con un tema nuevo, presentado en forma de videoclip que, según ha asegurado, va a ser el último de su carrera. No solo eso. Además, va acompañado por la noticia de que va a iniciar una potente gira llamada «Hola y… Adiós» que supondrá su despedida definitiva de los escenarios.

Sería fácil pensar que Sabina iba a ser uno de esos artistas que no se iba a retirar nunca (y estoy convencido de que como compositor no lo podrá hacer, aunque lo pretenda) pero el genio de Úbeda se ha propuesto marcarse su propio destino y decidir cuándo y cómo despedirse de su gente. Y lo ha hecho por lo grande, con una maestría en forma de canción de despedida que, junto con unas imágenes maravillosamente filmadas por Fernando León de Aranoa (quien ya llevara parte de la historia de Joaquín a los cines con su documental Sintiéndolo Mucho), logran emocionar hasta límites insospechados.

En El último vals, Sabina habla, con el corazón en la mano, directamente a su público, mirándolo a los ojos y haciendo un rápido balance de su historia, disfrazándolo todo en forma de conversación de bar (¿qué mejor lugar para despedirse de la música o, en definitiva, de la vida?) y rodeado por algunos de los amigos que han marcado sus últimos años.

Sabina ha querido imaginarse, posiblemente, como podría ser su propio funeral y ha invitado a aquellos que sabe que no van a faltar a que se despidan de él en vida. Momentos como el de Leyva mirando desde un lateral mientras por el opuesto aparece Serrat para darle un  afectuoso beso a Joaquín, justo antes de que este les dedique su ripio más agradecido («Tú, que corriste a rescatarme de las llamas, tú, que pusiste paz en mi ciudad sin ley, tú, que aprendiste en mis electrocardiogramas que hace tiempo que no sigo siendo el rey») ponen la carne de gallina, y la sucesiva aparición de amigos, abrazándose entre sí como si se tratara de un ansiado reencuentro largo tiempo pospuesto invitan a pensar si el Sabina del videoclip no es ya un fantasma del pasado, un fantasma de una vida de excesos y descontrol pero también de genialidad y buenos amigos. El bar que Aranoa nos presenta es el lugar ideal para esa reunión de amigos y familiares (no faltan tampoco «la viuda» Jimena o las dos «huérfanas», Carmela y Rocío) en una despedida en la que el fantasma del difunto (nótese el juego de planos que ofrece Aranoa, alternando los momentos en los que Sabina está rodeado «de los de siempre» con aquellos en los que está en completa soledad, más allá de un barman que bien podría ser su Caronte ideal) se sorprende, con alegría, al encontrarse con su alma gemela de sus comienzos, un Javier Krahe que nos dejó hace ya casi diez años sin tiempo para tan magistral epitafio.

La canción, pausada en su arranque, va ganando fuerza y rabia conforme avanza, desprendiéndose de la melancolía inicial para mutar en una declaración de intenciones. Sabina no canta a sus amigos, solo los disfruta. Sabina canta, en el fondo, como siempre lo ha hecho, a sus fans, a sus seguidores, a sus acólitos. Nos apunta directamente con el dedo y nos lanza una última advertencia llena de esperanza: «Aún guardo un último vals para ti».

El último vals no es, en fin, una canción triste, sino un inventario de recuerdos y sentimientos que da una lección de vida a todo aquel que la escucha. Lo triste no es envejecer y morir. Lo triste es no saber cómo enfrentarse a ello. Sabina ya ha bailado varias veces con «la pálida dama» y sabe que no debe temer nada de ella. Es mejor, en su lugar, coger el toro por los cuernos y decirle a la cara que cuando «se encapriche con él y lo lleve a dormir siempre con ella» no estará solo. Y es por ello por lo que vivirá por siempre en nuestros recuerdos y en el de sus grandiosas, insuperables canciones.

Ya lo dijo en sus comienzos. « Aquí he vivido, aquí quiero quedarme». Pues eso, maestro, aquí te quedarás para siempre. No en Madrid, sino en nuestros corazones, que es mejor lugar que «a mitad de camino entre el infierno y el cielo».

viernes, 8 de marzo de 2024

CASI UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA...

Los que me conocen podrían confirmar que soy un hombre al que le gusta el comer. El buen comer, añadiría yo. Eso se traduce en que tengo unos baremos de exigencia razonables, aunque no necesariamente exquisitos. El otro día, sin ir más lejos, callejeando por Madrid, caí en un restaurante de menú donde me sirvieron un solomillo con salsa de cabrales para chuparse los dedos. Una delicia, vamos, que hace que se me salten las lágrimas solo con recordarlo.

Paralelamente, siempre he desconfiado de la alta cocina, siendo uno más en sumarme al descrédito que para mucho merecen esos platos tan elaborados que se podrían describir como una pulguita comestible en medio de una vajilla inmensa, convenientemente decorada con una pincelada de algún sirope o vinagreta. Platos de diseño que, en apariencia, no podrían aspirar jamás a saciar el apetito pero sí a vaciar el bolsillo del desprevenido comensal. Bueno, desprevenido tampoco, que quien va a un sitio de estos que presumen de estrellas Michelín en sus puertas ya sabe a lo que va.

Siempre he desconfiado (me he burlado, incluso) de lo que yo llamaba cocina de postureo. 

Hasta la semana pasada...

Quisieron las circunstancias que, sin comerlo ni beberlo, me encontrase yo a las puertas del Ravioxo, que con una estrella Michelín es uno de los restaurantes del designado por dos años consecutivos como mejor cocinero del mundo Dabiz Muñoz. Iba alertado ya de las virtudes del lugar, pero ello no impedía que un deje de desconfianza me acompañara en mi primera visita a un local de alto standing. Ubicado en una zona gourmet de unos populares grandes almacenes, el espacio es relativamente pequeño, aunque con unos juegos de espejos que evitan cualquier sensación de claustrofobia, mientras que la cocina abierta, junto a una elegante barra de bar donde se preparan los cócteles, ayuda a dar una confortable sensación de amplitud. El personal, como cabría esperar, es muy amable y atento y hay una continua sucesión de camareros que presentan con detalle los platos, aderezándolos con valiosos consejos sobre el orden de pedir los platos o incluso la forma de degustarlo. Todo muy bien, pero a la hora de la verdad lo que cuenta es la comida. Y eso es lo que estaba yo esperando.

Pues resulta que la comida me dio, directamente, una bofetada en la boca, y aquellos a los que consideraba yo pomposos y abusivos con las florituras son los que me dieron una completa cura de humildad que invita a que, a partir de ahora, vea de forma diferente a este tipo de establecimientos.

Debo empezar diciendo que el cheff Dabiz Muñoz es, literalmente, un mago. Sus platos se basan en una composición imposible de ingredientes de diversas culturas (en Ravioxo predomina la pasta oriental) que de forma milagrosa casan con un virtuosismo asombroso. 

Es fácil pensar que pueda tener un plato estrella (de hecho, su postre de pastel fluido con chocolate blanco bien merecería serlo), pero tras una degustación de casi quince platos me resultaría imposible quedarme solo con uno. Pasta de la resaca con pollo frito, ravioli frío escabechado, cocido Hong Kong Madriz… Delicias diversas que explotan en la boca produciendo una mescolanza de sabores y sensaciones que hacen de la jornada gastronómica toda una experiencia. Tal es el desconcierto placentero que producen los platos que obligan a forzar, ya superada la sorpresa, una segunda visita para disfrutar sin limitaciones de las creaciones de Muñoz que tan bien saben reproducir (no les restemos nada de mérito) los fabulosos cocineros del local. Tal es la maravilla de la propuesta que incluso algo tan básico como el pan para acompañar las salsas se convierte aquí en una deliciosa dona frita china que emparejada a un pan de gambas y una salsa de guacamole con toques lácteos, se convierte en pieza indispensable para saborear cada plato hasta dejar el plato reluciente.

Y para beber, olvidaos de vinos caros ni, por supuesto, agua, que es necesaria pero no para saciar la sed sino para limpiar el paladar tras cada plato y así degustar sin inconvenientes el siguiente. Y es que casi al mismo nivel de genialidad que la comida se encuentran los cócteles, también creaciones del galardonado cheff, que enmascara de genialidad bebidas clásicas, como la Kaipirinha bola de nieve, o reinventa el propio concepto de bebida, como Bola de Dragón Z, sin olvidar sabores imposibles como el cóctel Melón con Jamón.

Una vez sentados a la mesa y rendidos ya al arte del creador, es hora de disfrutar del arte de los camareros, de la presentación de los platos, de la exclusividad del hielo de las bebidas (ejemplo sencillo de cómo se cuida hasta el último detalle) y del descubrimiento de algún que otro secreto, como el tiempo de elaboración de algún plato (que puede llegar a ser de varios días) o las veces que se ha cocinado determinada carne para encontrar el punto exacto de ternura.

Como cantaría Enrique Iglesias, la visita a Ravioxo fue casi una experiencia religiosa, y como tal lo quería reflejar aquí, en homenaje a todos los implicados en el local que tanto me hicieron disfrutar a la par que me abrieron los ojos ante un mundo nuevo al que tenía muy estigmatizado.

Cierto es que la cuenta no está al alcance de todos los bolsillos (aunque tampoco es algo exagerado, menos en proporción a lo que ofrecen), pero es una experiencia que recomiendo a todo el mundo, algo que debe probarse al menos una vez en la vida. Yo soy de esos que ni siquiera sabría decidirme si alguien me preguntara por mi comida favorita, aunque podría recordar algún plato concreto que me haya marcado a lo largo de mi vida (que puede ser desde algo tan básico como una taza de consomé en un una refugio de montaña en medio de la nieve, los nachos con carne de mi amada esposa o el solomillo con cabrales que mencioné al principio de mi escrito), pero si hablásemos de una comida en general, desde la bebida que hacía de aperitivo hasta el último postre, no creo exagerar si digo que la de Ravioxo fue la mejor comida de mi vida. Así de rotundo me muestro: La mejor comida de mi vida. Y así lo quería transmitir aquí, como modesta forma de agradecer a los culpables de semejante deleite su dedicación.

Si algún día soy condenado a muerte, ya sé a quien encargaré mi última cena.

Buen provecho.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Simplemente... Chloe

 Siendo yo erudito de la literatura de terror, desde el clasicismo de Poe al hiperactivismo de King, pasando por las demencias alucinógenas de Lovecaft, y a fin de cuentas de que mi primogénito ya me había obsequiado concediéndome el capricho de nacer precisamente en el día del libro, se me vino el antojo carpenterniano de que para mi segundo vástago la noche de Halloween sería la más idónea. Quiso, por tenerme contento más que nada, la buena de la madre sufrir sus primeras contracciones reales en tan alegre fecha, mas el parto no se concretó hasta entrada la ya mañana. Así fue como mi pequeña, frágil, delicada Chloe me dio mi primera lección de vida, rechazando la artificiosidad de un evento hollywoodense que mancillaba una tradición de origen celta para sustituirla por el mucho más patrio día de Todos los santos ( que precede a la noche de difuntos), haciéndome rememorar aquella adolescencia injustamente olvidada en la que bebía los vientos (o me cortaba las venas, según correspondiese) por los textos de Becker.


Así, cambiando los machetes de Michael Myers por los espectros del monte de las animas y las calabazas macabras por las castañas y boniatos humeantes, mi muñequita le ha llorado por primera vez al mundo un uno de noviembre a las ocho y treinta y seis minutos, con casi tres kilos con seiscientos gramos de peso y una estatura de cincuenta centímetros. Rebosante de salud, es un nuevo ángel en mi inmerecido séquito, una musa más dispuesta a guiar mis textos pese a mi absoluta vagancia literaria.

Chloe es hija del deseo, del amor y de la ilusión, y la bendición que supone tenerla ya conmigo es tan solo equiparable al regalo que recibí hace apenas treinta meses con su hermano Noah o unos años atrás con la llegada de su madre, mi musa primigenia.

Y con ellos, y gracias a ellos, puedo comprobar también el regalo que supone los amigos y la familia que tengo alrededor. Y eso me convence de que, pese a todo, este mundo al que Chloe acaba de llegar puede ser maravilloso.


sábado, 26 de agosto de 2023

DE MACHIRULOS Y FEMINAZIS...

Está a punto de cumplirse una semana exacta de lo que debería haber sido un acontecimiento inolvidable, algo digno de celebrar y recordar con los años y por lo que, ¿por qué no?, presumir al salir de nuestras fronteras. Y en lugar de eso, tenemos otro episodio de vergüenza ajena, con el mundo entero mirándonos con un dedo acusador en una mano mientras con la otra tratan de ocultar una mal disimulada sonrisa de sorna.

Me refiero a todo lo del asunto Rubiales, por supuesto, pero no solo a eso. Y es que todo lo que rodea a la consecución de nuestro primer mundial de futbol femenino (repito y recalco en mayúsculas por si alguien lo había olvidado ya: MUNDIAL) me está dando mucho asco. Un Mundial que más de uno estará pensando ya que ojala no lo hubiéramos ganado. A eso estamos llegando…

Sé que mis opiniones pueden resultar polémicas y que a lo mejor me gano algún que otro enemigo con ellas, pero a estas alturas poco me importa ya. No voy a meterme, eso sí, en el charco de criticar o defender al señor Rubiales. Lo que hizo me pareció feo y su reacción más fea todavía, pero es que este hombre carga con un currículo detrás que poco nos puede sorprender ya. Por otro lado, los cambios de opinión de Jenni Hermoso tampoco me parecen muy sensatos, mientras que definir lo que pasó (muy reprobable, insisto) como agresión me parece algo exagerado. Su reacción en el momento, al menos, no tuvo punto de comparación a la cara de incredulidad y asco de Halle Berry tras la entrega del Oscar a Adrien Brody. Aquello si habría sido un escándalo de haber sucedido en esta época. Pero insisto, no quiero opinar más sobre el tema porque nadie más que la implicada sabe lo violento que le resultó o no, y cada minuto que pasa hay declaraciones o acusaciones nuevas que dan giros propios de una peli mala inspirada en Agatha Christie.

Inciso: ¿Qué pasaría si alguna jugadora de sentimientos republicanos o independentistas se hubiese sentido violentada por los efusivos abrazos no consensuados de la Reina de España? ¿Sería más o menos lo mismo?. Fin del inciso.

El caso es que, más allá del beso, todo lo que vino después del levantamiento de la copa me dio mucho asco, desde las feminazis sacando pecho por méritos ajenos hasta los machirulos que van a aprovecharse de todo esto para sacar los colores a los que de verdad luchan por la igualdad.

Me explico: lo de Rubiales pudo estar mal, muy mal, ser delito incluso. Pero, ¿había tanta prisa por condenarlo y ejecutarlo? (¿sospechas de que tiene muchos enemigos en las sombras afilándose los dientes?). En Tailandia todavía están buscando celda para Daniel Sancho y aquí ya se ha dictado veredicto. Así, tras cinco minutos hablando de deporte, todos los telediarios (cada vez más parecidos a programas del corazón) se han volcado en ondear banderas feministas y machacar al agresor, olvidando a quién deberían apuntar los focos. Casi desde el minuto uno personajes como Irene Montero han errado el tiro y han empezado a aprovecharse de la situación para colgarse una medallita a todas las mujeres y una condena a todos los hombres muy fuera de lugar. Y luego, viviendo en tiempos de un correccionismo político absurdo, han salido cientos de palmeros acusando al villano, indignados y heridos en su honor, aunque apuesto a que hasta anteayer no sabían ni quien era la Hermoso en cuestión.

Ojo, que nadie me malinterprete. Apoyo el feminismo como el que más, si es que esto se traduce en luchar por una igualdad salarial y laboral y luchar por defender unos derechos que no deberían  distinguir entre sexos, razas o religiones. Pero no el feminazimo en el que todo vale por el bien de la causa. Lo del domingo, lo miren por donde lo miren, no fue un éxito del feminismo. Fue un éxito de un equipo de fútbol (femenino en este caso) que ha ganado muy merecidamente un campeonato. Recuerdo, por si alguien lo había olvidado, que ganase quien ganase el título lo iban a levantar unas mujeres, ¿o es que las inglesas no tenían derecho a demostrar su feminismo? Otra cosa es que con el título se aproveche para dar más visibilidad al fútbol femenino y dar un paso más para echar del mundo del fútbol (por algo se empieza) a esos energúmenos que iban a los campos solo a insultar. Mucho se ha avanzado desde la época del mítico anuncio de Guaraná, ¿lo recordáis? Y aún queda camino por recorrer.

¿Y por qué me molesta que sean las mujeres y su empoderamiento quienes se estén llevando todos los méritos y elogios? Os daré once razones: Cata Coll, Ona Batlle, Irene Paredes, Laia Codina, Olga Carmona, Aitana Bonmatí, Teresa Abelleira, Jenni Hermoso, Alba Redondo, Salma Paralluelo y Mariona Caldentey. ¿Queréis más razones? Ahí van alguna más: Misa Rodríguez, Enith Salón, Ivana Sanz, Oihane Hernandez, Rocío Gálvez, Irene Guerrero, Alexia Putellas, María Pérez, Claudia Zorzona, Esther González, Eva Navarro y Athenea del Castillo. ¿Os suenan? Las once titulares y las suplentes que el domingo ganaron la copa del Mundo de Fútbol y de las que poco o nada se habla ya. Y no, no me las quiero dar de listo. Yo, como la mayoría de vosotros, no conocía a casi ninguna. Pero lo triste es que va a seguir siendo así. Era inevitable que su gloria durase un puñado de días. O hasta que a Barça y Madrid les tocase jugar sus partidos de liga, pero gracias a las feminazis y los machirulos ni siquiera eso se han podido llevar. Un día, a lo sumo, duraron las alabanzas. Los medios las han vuelto a condenar al ostracismo. Y todo por no saber disfrutar, por una vez, de una sufrida y meritoria victoria y, una vez homenajeadas como es debido, ponerse a limpiar la casa. Y entonces sí habría aplaudido a quien quisiera ejecutar a Rubiales, si es lo que al final merece.

Porque a la postre, lo que han conseguido Irene Montero y compañía, en su absurda exaltación del feminismo y la justicia, es que tras la victoria más grande de la historia de un grupo de mujeres sólo se hable de un hombre.

Y así no vamos bien.

domingo, 13 de agosto de 2023

(CASI CUATRO MESES) SIN NOTICIAS DE DIOS

Sin noticias de Dios es una película Hispano-mejicana de Agustín Díaz Yanes escrita por él mismo sobre la llegada de un ángel a la Tierra y la posterior reacción a ello desde el Infierno.

Desconozco si en la vida real hay emisarios del más allá entre nosotros, pero si aceptamos la definición de Dios cono la del ser superior que mueve los hilos de nuestro destino lo cierto es que yo también estoy sin noticias de dios (con minúscula, eso sí). De un dios llamado Ricard Pérez Braña y que, siguiendo con el símil religioso, ha tomado el rol de Ángel caído al convertirse de editor amigo a empresario desaparecido.

Un escritor, uno auténtico, al menos, lo que más desea es escribir. Pero también ser leído y saber que sus ideas son capaces de llegar a la gente e influir en sus ánimos. Y para lograrlo debe vender. Así que no es una cuestión de dinero. No sólo eso, al menos. El escritor necesita vender para conseguir que le publiquen más libros y con ello seguir escribiendo.

Pero, por lo visto, el editor Ricard Pérez Braña no lo entiende igual.

Conocí a Ricard en el maravilloso año del señor del 2020, meses antes de esa plaga bíblica llamada Covid, y todo eran alabanzas y pensamientos optimistas hacia Mundo Muerto, una novela que «lo iba a petar» y de la que se hizo una edición y distribución algo desproporcionada. Luego llegó la pandemia y Sanguijuelas y con El hombre de trapo mataba por amor, la primera novela original que me publicaba Célebre Editorial, hubo que rezar a la Virgen de los milagros para conseguir ejemplares suficientes para la presentación del libro (spoiler: no hubo).

El hombre de trapo iba a ser mi consagración, pero se vendió muy poco. O mucho, según como se mire, pues la edición (partida en dos tandas) se agotó (sin contar con una tirada que sigue pérdida en los almacenes de una imprenta porque nadie los quiere pagar).

Cuando entré en la familia de Célebre Editorial esta era una empresa pequeña que resurgía, bajo la mano autoritaria de Ricard Pérez, de un proyecto anterior del que dos socios salieron huyendo. Pese a la juventud de la empresa, eran tiempos de bonanza, con Jesús Vera organizando presentaciones y eventos, Carolina Bensler haciendo portadas maravillosas e incluso con la inauguración de una librería en la que dar visibilidad a las novelas.

Pero los buenos tiempos duraron poco. La pandemia y el encarecimiento de los materiales a raíz del conflicto ruso-ucraniano influyeron, desde luego, pero fue una pésima gestión lo que arruinó el sueño. El mío, el de Ricard Pérez y el de cientos de escritores que colgaban sus ilusiones en la editorial.

Al final, la calidad de las portadas (con Carolina Bensler fuera de la ecuación) brillaba por su ausencia, las correcciones eran inexistentes y había que cumplir penitencia para conseguir libros que vender. Jesús Vera, otra víctima del célebre desastre, huyó con más pena que gloria cuando vio que no había nada que pudiera hacer por defender al autor, convirtiéndose en el injusto blanco de las iras, justificadas por otro lado, de los escritores abandonados. Ricard se convirtió en un predicador en el desierto, empeñado en huir hacia delante, aumentando su deuda con la esperanza, quizá, de que un golpe de suerte arreglara lo que con su trabajo no era capaz de solucionar. Puede que, siguiendo el instinto del friki que sé que es, lo dejara todo en manos del mítico «lo ha hecho un mago».

No es mi intención crucificar al editor Pérez, pues no es cuestión de convertirlo en mártir, pero tampoco me apetece demonizarlo como otros escritores han hecho llevándolo a juicio. Primero, porque de donde no hay, no se puede sacar nada. Y seguro, porque sigo pecando de buena fe y creyendo que mi editor (¿puedo seguir llamándolo así?) no es un estafador, simplemente un mal gestor y, a raíz por su reacción, algo cobarde.

Tenemos en la editorial un grupo de wasap donde se supone estamos todos los autores (y digo se supone porque cada poco tiempo van eliminando números, quizá por no ser muy afines al régimen), en el que sólo pueden publicar los administradores. Sirve para anunciar novedades editoriales, ferias, eventos, etc. ¿Última publicación? El dieciocho de marzo. Casi cinco meses. Durante ese tiempo, tras insistentes llamadas y correos he conseguido que un tal David Martínez, la aparente mano derecha actual (y única, creo yo, aunque hay quien llega a dudar de su existencia) me diga, al fin, mi cifra de ventas y las regalías pendientes de cobrar (una pista: no he cobrado ni un duro de los tres libros publicados). Eso fue el 26 de abril y quedó pendiente que me indicara cómo se realizaría el pago. No ha habido más respuesta desde entonces. Ese mismo día 26 me escribí con Ricard. Me confirmó que ha aceptado las regalías calculadas por David Martínez. Le pregunté cómo fueron las ventas de Sant Jordi y su respuesta fue que estaba en el médico y que al salir me llamaría.

Fin.

Silencio.

Nada más.

No contesta al teléfono. No responde wasaps. No le entran los correos. No hay actualizaciones en Instagram ni Twitter y las escasas aportaciones en Facebook son para promocionar una nueva línea editorial destinada a reeditar clásicos libres de derechos de autor (última actualización: 18 de mayo).

Ante esta situación, las dudas son claras: ¿Existe aún Célebre Editorial? ¿Está Ricard Pérez Braña en activo y dispuesto a afrontar sus deudas? (Al menos sé que sigue vivo y sano, y no secuestrado por algún cárter colombiano, pues desde hace unos días le ha dado por actualizar mucho su Instagram; el personal, me refiero) ¿Hay futuro para los escritores con contrato en vigor?

Para un escritor, el editor es como un dios. Y, como Jesucristo en la cruz, no puedo evitar preguntarme: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

sábado, 1 de julio de 2023

CUANDO LOS UNIVERSOS SE EXTINGUEN

Es maravilloso el metalenguaje que se puede producir en ocasiones en algunas películas. La reciente Flash, de Andy Muschietti, es el mejor ejemplo. Más allá de analizar su calidad (que se puede resumir diciendo que es tan entretenida y divertida como vergonzosamente estúpida y ridícula), lo interesante está en su fondo. Adaptando muy a su manera dos clásicos del cómic como son Flashpoint y Crisis en Tierras Infinitas y volviendo al tema del multiverso (que tras Spiderman: No way Home, Dr. Strange en el Multiverso de la Locura, Spider-man: Un nuevo universo, Spider-man: cruzando el multiverso, la oscarizada Todo a la vez en todas partes y la propia versión de Crisis en Tierras Infinitas de las series de CW, ha resultado que la famosa burbuja del cine de superhéroes era, en realidad, la burbuja del cine sobre el multiverso), la película trata sobre la posibilidad de que el universo que describía el CDEU pueda desaparecer, recurriendo para ello a multitud de fan services tan resultones como cafres (y es que pocas veces he visto una película tan irregular como esta Flash). Sin embargo, tras su fracaso en taquilla (y van…) la situación ficticia se ha traducido a la vida real, pudiendo anticipar el fin del universo de DC en cines, un universo que, en su nueva variante, ni siquiera había llegado a nacer.

Para los que no estéis muy al tanto, voy a poneros en situación: Durante décadas, desde DC se han dedicado a explotar sus franquicias de manera individual, sin conexión alguna entre sus personajes: Estaba el Superman de Christopher Reeve (que también tuvo el efímero rostro de Brandon Routh), el Batman de Michael Keaton (que compartió rostro con Val Kilmer y George Clooney) y el Batman de Christian Bale. Sagas independientes que jamás aspiraron a compartir universos. Pero hete aquí que el éxito de Marvel y su Fase Uno, concluyendo con la apoteósica Los Vengadores, de Joss Whedon, en 2013, propició que en DC quisieran subirse al carro y encargaran a Zack Snyder hacer su propio Universo compartido, dando el pistoletazo de salida con El hombre de acero en 2013. Sin embargo, no iba a ser un camino de rosas, y la particular visión de Snyder iba a chocar con buena parte del fandom y la crítica, aparte de con una cúpula directiva que no tenía ni idea de qué era esto de los comics. Ya he comentado alguna vez que podría llegar a ser más apasionante una película sobre los despachos de Warner/DC que sobre cualquiera de sus personajes comiqueros, y sin un Kevin Feige dando cohesión al invento, la propuesta iba a quedar muy deslavazada. No es solo que las diferentes películas tuviesen estilos muy alejados unos de las otras, cosa que también sucedía en Marvel sin que representara ningún problema, lo malo era que no parecían conducir a un mismo lugar. Y las cifras tampoco ayudaban a guiar los pasos de los creativos. Que la absurda Escuadrón Suicida de David Ayer tuviese bastante más recaudación que El hombre de acero y casi la misma que Batman V. Superman: el amanecer de la justicia no ayudaba demasiado a esos directivos ineptos a saber sobre qué terreno se movían.

El por aquel entonces llamado DCEU (DC Expansive Universe), pero que entre el fandom iba a ser más conocido como el Snyderverso, agonizaba y la película de La liga de la Justicia sería la que marcaría el principio del fin. Aquí la información se entremezcla con la suposición, pero podemos concluir que tras un primer visionado que no gustó nada a esa cúpula directiva, y aprovechando cruelmente los trágicos problemas familiares por los que atravesaba Zack Snyder con el rodaje casi finalizado, le dieron la patada y le buscaron un sustituto, el Joss Whedon de Marvel al que prometieron una peli de Bat girl a cambio de arreglar el desaguisado de La Liga de la Justicia y hacerla más divertida y colorida (dicho en otras palabras, más Marvel), aunque sospecho, vistos los resultados, que tampoco le dejaron trabajar con demasiada libertad. El resultado, con el problema del conflicto de fechas de Henry Cavill con Mission Imposible: Fallout de por medio y los carísimos reshoots que dispararon el presupuesto, fue un desastre de película. La Liga de la Justicia debería ser el colofón de una saga épica, pero se convirtió en el hazmerreír de Hollywood. La que se suponía era Los Vengadores de DC se estrelló en taquilla, algo inaudito siendo la culminación de la historia de Superman y Batman y con la presencia de Wonder Woman, Aguaman, Cyborg y Flash (todos los pesos pesados de la editorial), y mientras, en la acera de enfrente, a las puertas de Infinity War.

Warner se encontraba enfrascada en la tormenta perfecta. La solución parecía pasar por hacer borrón y cuenta nueva, pero Wonder Woman había funcionado suficientemente bien como para ignorarla y las previsiones de Aquaman también eran bastante optimistas, por no olvidar que todos querían tener a la Harley Quinn de Margot Robbie haciendo lo que sea. A eso se sumaba las progresivas marchas de Ben Affleck de su hipotética película de Batman (primero dejó el cargo de director, luego el de actor y al final se rechazó también su guion en un proyecto que derivó en el film de Matt Reeves con Robert Pattison ajeno al canon del DCEU) y, sobretodo, la inminente llegada de AT&T, que iba a adquirir Warner con la idea de, tras fusionarla a Discovery, convertirla en un gigante de la comunicación. Eso, en lugar de traer algo de calma, revolucionó aún más el mundillo, que señalaba a Walter Hamada, presidente de DC, como culpable de todos los males. Hubo, en esos días, un par de alegrías para el directivo, ya que Aquaman finalmente resultó ser un éxito y a Shazam, teniendo en cuenta que sus aspiraciones eran más pequeñas, tampoco le fue nada mal, pero eso no hacía más que aumentar el interrogante: ¿Cómo avanzar en un Universo donde los comparsas tenían más éxito que las estrellas principales? 

La mejor solución parecía pasar por un reboot parcial,  y los comics tenían la solución perfecta en una historia de Flash que permitiría reescribir la historia y quedarse tan solo con los elementos que funcionaran, obviando los que no. Así nació el proyecto conocido como Flashpoint, la última esperanza del DCEU mientras en las carteleras se demostraba que hacer cine siguiendo las modas no era buena idea (tras la llegada de Affleck todo fueron proyectos relacionados con Batman y con Robbie estaba pasando más o menos lo mismo) y Aves de presa se estrelló en taquilla. Para colmo, acusaciones de violencia de género contra Joss Whedon (por cierto, de su Batgirl nada más se supo), críticas del actor que dio vida a Cyborg del supuesto racismo de toda la cúpula directiva de Warner, Hamada al frente, rumores convertidos en clamor sobre un supuesto montaje de La Liga de la Justicia de Snyder… Y, como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela. Y esa abuela se llamó covid-19 y paralizó a toda la industria (audiovisual y en general) con catastróficas consecuencias para muchos. Eso contando con que el Flash que debía arreglarlo todo estaba interpretado por un Ezra Miller que, visto en La Liga de la Justicia, no había gustado a nadie.

Como en Warner parecen aficionados a apagar fuegos con gasolina, durante el parón obligatorio por la pandemia no se les ocurrió mejor idea que, fingiendo que escuchaban al fan (aunque la realidad es que estaban dispuestos a cualquier cosa por lanzar la plataforma de streaming de HBO), confirmaron la existencia de ese montaje casi definitivo de Zack Snyder y soltaron un buen puñado de billetes para rodar nuevo metraje y estrenar la ansiada cinta en la susodicha HBO. El resultado, como no podía ser de otra manera, dividió al aficionado, que se debatía entre los que opinaban que era la misma bazofia de Joss Whedon pero con más cámaras lentas y más egocentrismo y los que la consideraban una obra maestra y exigían la restauración del canon del Snyderverso.

La única alegría para la productora, por decirlo de alguna manera, era la satisfacción de haberles robado a los de Disney a James Gunn, despedido (y posteriormente recuperado) de Guardianes de la Galaxia, Vol. 3 por unos twits antiguos de dudoso gusto. Dejando de lado las cifras (paupérrimas, por cierto) de Wonder Woman 1984, primera película del DCEU estrenada tras la pandemia, las cosas no le fueron mucho mejor a El Escuadrón Suicida de Gunn, aunque a alguien le debió gustar lo suficiente como para ofrecerle al realizador carta blanca en una serie spin-off de El Pacificador para HBO.

Eran tiempos difíciles, y no parecía haber muchas esperanzas en una pronta recuperación. Los grandes iconos de DC seguían desaparecidos y las esperanzas estaban puestas en la segunda parte de Aquaman y la tercera de Wonder Woman, mientras que otros proyectos ampliamente anunciados (La Fosa, Gotham Sirens…) habían desaparecido de los calendarios. Sí se llegó a rodar un film de Batgirl con muy buena pinta (Leslie Grace como protagonista, los directores de Bad boys for live, Michael Keaton regresando como Batman…) pero se eliminó de un plumazo tras haberse gastado en ella la friolera de noventa millones de dólares. Iba a ser una película estrenada directamente en HBO pero el nuevo CEO de Warner, Peter Zafran, tratando de arreglar los estropicios de su antecesor, un Jason Kilar que pasará a la historia por su decisión de estrenar sus películas simultáneamente en cines y plataforma, provocando el batacazo de la genial Dune y la huida de nombres como Christopher Nolan), decidió que tal y como estaban las arcas de la compañía resultaría más rentable destruir la película que estrenarla. Y digo destruir porque no se ha conservado ni una copia de la misma, ya que si alguna vez llegara a ver la luz la cifra a pagar en concepto de impuestos sería astronómica.

Así las cosas, aún quedaba un halo de esperanza en la figura del todo poderoso Dwayne Johnson. El taquillero actor llevaba años tratando de levantar una película sobre Black Adam, hecho que incluso propició que el personaje no apareciera en Shazam como estaba previsto inicialmente, y por fin lo había conseguido. Convertido en su máximo valedor (a nadie parece importarle que el director de la misma sea el catalán Jaume Collet-Serra), Johnson prometió que su película iba a cambiar para siempre el CDEU. El problema vino con la aparición de un falso rumor que especulaba con la aparición de Superman en el film,. Cuando en la ComicCon se mostraron las primeras imágenes de la película y no había ni rastro del último hijo de Kripton hubo abucheos para Johnson, que reaccionó rápido y acudió a la cúpula directiva de Warner para exigir la participación de Henry Cavill aunque sea a modo de cameo final. Cabe destacar que por aquel entonces Cavill, sin comerlo ni beberlo, se había convertido en un apestado, viendo cómo se recurría a un Superman «decapitado» en el final de Shazam y de quien Hamada llegó a decir que jamás se pondría el traje de Superman de nuevo. En ese momento, había una nueva tormenta en Warner Discovery, y Michael De Luca y Pam Abdy acababan de ser contratados para dirigir la división de cine de Warner. Aunque Hamada seguía al frente de DC Films, debía rendir cuentas a estos y Johnson decidió, no corto ni perezoso, saltarse el escalafón y acudir directamente a ellos para solicitar el regreso de Cavill, pese a que el estudio ya estuviese trabajando en una versión de un nuevo Superman, esta vez de raza negra. Johnson lo consiguió, Cavill regresó y hasta se habló de una secuela de El hombre de acero.

¿Fueron felices y comieron perdices? Para nada. En el breve periodo de tiempo en que se reveló el ansiado cameo y el estreno de la película volvió a haber una tormenta interna. Hamada fue despachado, su supuesto sustituto (Dan Lin) no llegó ni a sentarse en la silla de su despacho y Peter Zafran junto a James Gunn fueron designados para dirigir DC Films y reorganizar el DCUE a su gusto. Primeras consecuencias: confirmación de que no habrá secuela de El hombre de acero y de que Henry Cavill ya no tenía contrato con la productora, cancelación de Wonder Woman 3 y peleas mediáticas con Dwayne Johnson por la taquilla de Black Adam (que terminó, cameo incluido, siendo un fracaso).

Y mientras, desde hace ya unos años, Flash (que a estas alturas ya había dejado de llamarse Flashpoint) entre rodajes y reshoots. Como colofón, el comportamiento de un Ezra Miller que se empeñaba en hacer de todo y nada bueno: posesión de drogas, acusaciones de violencia y abusos sexuales, robos, problemas mentales y hasta presunto líder de una secta. De nuevo Warner monta y un circo y le crecen los enanos.

En esas, con todo lo que se relacione a Snyderverso apestando a cadáver, el fracaso de Shazam 2 no fue nada sorprendente, pero todo apuntaba a que la polémica película de Flash iba a ser, al fin, un punto de inflexión. Pese a los escándalos de Miller, pese a que pertenece a una época ya caduca, pese a los diversos cambios de su final (uno por cada directiva con la que le ha tocado lidiar), los tráileres presagiaban algo bueno. Había cierto hype tras las palabras de entusiasmo de los primeros espectadores que la habían disfrutado (Tom Cruise y Stephen King entre ellos, tal vez algún día sepamos la verdad tras esas alabanzas desorbitadas). Y todo parecía indicar que el film de Andy Muschietti iba a encargarse de cerrar el Snyderverso y abrir las puertas al nuevo DCEU. De nuevo regresaba Michael Keaton como el hombre murciélago, aparentando ser el nuevo Batman oficial de este proyecto, y los cameos y las mil fiestas para los fans que auguraban un verdadero deleite.

En ocasiones se ha criticado al cine de género por no escuchar a los fans, pero también ha habido otras muchas ocasiones en las que hacer una película pensando solo en los fans es un peligro. Pasó con World of warcraft, se repitió con Star Wars: el ascenso de Skywalker y vuelve a suceder ahora con Flash. Unos efectos especiales ridículos, una trama muy limitada y un exceso de cameos casi telegráficos es un pequeño resumen de lo que el film de Muschietti ofrece (nada que ver con sus estimulantes aproximaciones al terror con Mamá e It), y el público ha reaccionado en consecuencia.

La que debía sentar la cátedra del nuevo proyecto, una estación de paso entre dos universos (incluso se hablaba ya de la continuidad de Miller en el DCEU de Zafran y Gunn y de una posible secuela), ha sido un rotundo fracaso, mayor aún que el de Black Adam. Incluso se especula que habría sido más rentable no haberla estrenado, como se hizo con Batgirl que hacerlo en estas condiciones. Warner ya ha tirado la toalla y apenas dos semanas después de su estreno ya ha anunciado la fecha en la que se podrá ver en HBO Max (de perdidos al río).

Flash habla sobre la colisión de varios mundos paralelos y la posible destrucción de ellos, pero lo que nos cuenta fuera de plano es la definitiva destrucción del Snyderverso. Falta, a modo de epitafio, esa secuela de Aquaman por la que nadie da un duro. Y el proyecto random de Blue Beetle, que bien llevado podía aspirar, por aquello de ser un personaje nuevo, a pertenecer al plan de Gunn, pero que posiblemente supondrá otro clavo en el ataúd de los superhéroes de DC.

En los despachos ya dan las películas por perdidas y solo quieren mirar hacia el futuro. Hacia «su» futuro. Ya se ha anunciado al nombre del actor que interpretará al nuevo Superman y liderará el proyecto de Gunn y Zafran, pero viendo cómo han gestionado el final de la etapa anterior hay pocas esperanzas de que consigan devolver la ilusión a los fans.

Snyder ha muerto. Sus nuevos universos aspiran a brillar (ya sea en forma de apocalipsis zombi o de epopeya espacial) en Netflix. Henry Cavill va a trabajar con Guy Ritchie, Chad Stahelski y Matthew Vaughn. Margott Robbie suena mucho por las oficinas de Marvel… Nombres de grandes talentos que resurgirán de sus cenizas. Pero el universo que compartieron, sin ningún superhéroe que luchase por salvarlo, ha sido aniquilado. Ahora, la gran pregunta es si le espera un largo recorrido al Universo planteado por Gunn (que recordemos que se pegó un batacazo con El Escuadrón Suicida) o si por el contrario nace ya moribundo.

El tiempo dirá.


jueves, 15 de junio de 2023

EL MULTIVERSO DEL «CONTINARÁ»

Apenas unas pocas horas después de haber publicado mi reflexión sobre la situación actual del cine, los últimos grandes estrenos llegados de Hollywood han venido a confirmar mi teoría. Por un lado, las cifras internacionales de La Sirenita la confirman como un fracaso más para sumar en un año catastrófico (y eso que aún no hemos llegado al ecuador). Por otro, Spider-Man: cruzando el multiverso me ha dado la razón en eso de que, pese a explosión de la famosa burbuja, la falta de interés, la bajada de calidad y bla bla bla… el cine de superhéroes (y hago extensible el término a disparates hermanos, como los productos de Fast&Furious, Misión Imposible o John Wick) es (casi) el único que sigue dando algo de dinero.

El caso es que ya he podido ver la secuela de Spider-Man: un nuevo universo y, sin atreverme a decir que es la mejor película de superhéroes de todos los tiempos (para mi EndGame fue un hito que supera lo estrictamente cinematográfico), si reconozco que la he disfrutado mucho. Sólo hay dos detalles que me siembran la duda sobre si es mejor película que su antecesora: la pérdida del factor sorpresa y el exceso de hype que ya condiciona mucho su visionado. Para dictar sentencia habrá que esperar a verla de nuevo, aunque ya adelantó que es difícil que con la animación pueda llegar a emocionarme tanto como con el live action.

Pero sobre lo que quiero reflexionar hoy, más allá de realzar las muchas virtudes del film (de eso ya se están encargando en no pocas páginas y portales web), es en lo cansino que me empieza a resultar esta moda de dejar una película a medias y obligarte a esperar meses o años para conocer el desenlace. Un coito interrumpus en toda regla.

No se trata de un invento de ahora, ni mucho menos, y ya a principio de los ochenta se nos quedó cara de tontos al ver terminar El Imperio contraataca con Han Solo apresado en carbonita y los malos campando a sus anchas y Robert Zemeckis ya rodó del tirón la segunda y tercera entrega de Regreso al futuro mucho antes de que Peter Jackson se atreviera a meterse con la Tierra Media. Peor aún fue la moda de las sagas, que abusaban del «continuará» aún a riesgo de dejar las historias inconclusas. Por culpa de querer estirar el chicle demasiado estuvieron a punto de arruinar la saga de Harry Potter con una película (Las reliquias de la muerte, parte uno) tan aburrida como innecesaria, pero nos dejó sin finalizar, después de tres películas, la historia de Divergente. No por estiramiento, pero sí por la manía de extender la trama por varias películas, nos quedamos sin el desenlace de The Amazing Spider-Man y los últimos intentos de reinventar a Terminator fracasaron precisamente por no contentarse con hacer películas sueltas y pretender que todo forme parte de un universo compartido más extenso y complejo.

Pero para no extenderme más, voy a centrarme sólo en el hecho de dividir las películas en dos partes, dejándote el final ya no abierto sino directamente inconcluso. Hay casos desesperantes por la ansiedad que pueden provocar, como Los Vengadores: Infinity War que, en contra de lo que se pueda pensar, sí tiene un final. Lo que sucede es que es un final en el que, simplemente, ganan los malos. Es más un final oscuro que un simple cliffhanger. Pero hay casos mucho más sangrantes con Spider-Man: Cruzando el multiverso como último ejemplo. Lo preocupante no es que hayan algunas películas así, lo malo es que sólo en este año nos encontramos con cuatro ejemplos (como poco). Aunque la publicidad y los trailers trataron de enmascararlo, ya nos empezamos a ganar las vestiduras cuando, al principio de Dune, aparecía el subtítulo de Parte uno, cuya conclusión nos llegará en la segunda mitad de este 2023. Hemos disfrutado ya de otro final abierto con Fast&Furious X (que ya no sabemos si concluirá en la siguiente película, si será trilogía, si habrá un spin-off por medio…) y me muero de ganar por ver la primera parte de Misión Imposible: Sentencia mortal, aunque apuesto que tras su conclusión me quedaré tan roto como al finalizar la historia de Miles Morales y el multiverso arácnido.

En resumen, que mientras seguimos sumidos en el exceso superheroico que tanto molesta a Tarantino, en el frenesí multiversal y en guerras por visionados en streaming, cada vez son más los que se apuntan a eso del «continuará…», convirtiendo el cine en folletines televisivos. Una o dos veces puede tener su gracia, pero convertirlo en la nueva moda me parece ya abusivo.

En fin, que habrá que ver cómo responde la taquilla a esta especie de epidemia para poder sacar mejores conclusiones y comprobar si es un error o soy yo el equivocado. O, dicho de otra manera, continuará…

miércoles, 7 de junio de 2023

A VUELTAS CON LA CRISIS DEL CINE

Puede que me repita un poco y si es así pido disculpas de antemano, pero estoy francamente preocupado por el estado del cine hoy en día y con el paso de los meses la cosa no tiene pinta de mejorar.

En realidad, esto no viene de ahora, sino que el problema empezó hace ya años, cuando pese a que la afluencia en las salas era masiva los datos de taquilla revelaban que Disney se lo estaba comiendo casi todo, ya sea con Marvel, Star Wars o sus adaptaciones de clásicos animados. Esta escasez de variedad ya debería habernos alertado del problema, ya que una vez estallara la burbuja de una de estas, las alternativas brillarían por su ausencia.

Tres son los culpables de que el cine este enfermo de necesidad, y ninguno de ellos es el precio de las entradas (que el cine no es tan caro como se dice). Por un lado, está la falta de originalidad en las propuestas para un público que, por otro lado, tampoco tiene muchas ganas de originalidad. Por otro, la pandemia, que a cambio del miedo a salir de casa para encararnos con otras personas en salas oscuras y sin ventilación nos enseñó lo cómodo que era el salón de casa para ver películas y series a go go. Y, por último, a la proliferación de plataformas de streaming, que se ha volcado en producciones propias aparte de comprar las ajenas para engordar sus catálogos y significaba, en el peor de los casos, que películas pensadas para ver en salas se estrenaran en casa de manera simultánea o con apenas un par de meses de diferencia con respecto al estreno en cines.

Tras casi un año con los cines cerrados, la recuperación se antojaba lenta, pero no tanto. Los grandes han caído y la primera víctima de estos tres factores ha sido el cine de superhéroes. Tanto preguntar cuando iba a estallar la burbuja que esta al fin lo ha hecho.

Si nos fijamos en Marvel, todo esto coincidió con el inicio de la Fase Cuatro, una fase que salvo honrosas excepciones (Spider-Man: no way home y Dr. Strange en el multiverso de la locura) no ha tenido muy buena acogida. Y por más que se quiera señalar a Kevin Feige y al agotamiento de la fórmula, lo cierto es que no ha sido tan mala. Eternals es una gran obra que apuesta por algo diferente y Shang Chi es un pasatiempo mucho más digno que Iron Man 2 o Thor, el mundo oscuro, que para mí siguen siendo las dos peores películas del MCU hasta la fecha y Ant Man y la Avispa: Quantumanía (está ya de la ase cinco) es tan divertida como las dos anteriores de Ant Man pero mucho más espectacular (vamos a dejar fuera de la ecuación al Thor de Waitiki que merecería un artículo aparte para si sólo, con sus defensores y detractores). No es, aunque pueda parecerlo, un problema de calidad, sino de cantidad. Cantidad y agotamiento.

Pero por muy fan de Marvel que pueda ser no estaría preocupado por sus fracasos (o vamos a llamarlo decepciones), que al fin y al cabo yo no soy accionista de la empresa, si no fuera porque aún con esa bajada de recaudación sigue siendo de lo más visto en cine. Es decir, las películas de superhéroes atraen a menos gente a las salas pero siguen siendo las que más atraen. Fijémonos por ejemplo en el 2022, donde junto a Avatar 2, Maverik y Jurasic World: dominion, entre lo más alto del ranking encontramos a Black Panther: Wakanda forever, Dr. Strange en el multiverso de la locura, The Batman y Thor: Love&thunder. Pero aunque estemos hablando de éxitos, algunos de ellos incluso avalados por la crítica y con nominaciones a los Oscars como Black Panther, se han quedado muy por debajo de las previsiones.

Algo similar ocurre en lo que llevamos de año. Cerca de llegar al ecuador, se han quemado ya muchos de los cartuchos ganadores y pese a que Guardianes de la Galaxia vol. 3 ha reconciliado a Marvel con sus fans sus números también están por debajo de lo esperado, siendo difícil que logre superar lo conseguido por el Volumen 2. Algo similar está sucediendo con Fast&Furious X, que pese a estar arrasando parece casi imposible que se acerque siquiera a la barrera de los 1.000 millones que superaron las entregas siete u ocho. Sí nos fijamos en el resto de estrenos, dejando de lado la burrada que está recaudando Super Mario Bros, Creed III también ha quedado por debajo de sus antecesoras, mientras que el gran éxito del año, John Wick 4, juega en otra liga, siendo un éxito y un fenómeno mundial con taquillas que quedan muy lejos de los monstruos mencionados. Prueba de ello es que ha conseguido superar los ansiados mil millones… pero a base de sumar los números de las cuatro entregas.

Aún quedan unas cuantas balas en el cargador del 2023, como la despedida de Indiana Jones, la secuela de Spider-Man: un nuevo universoMisión Imposible 7The Meg 2The Marvels, o la gran esperanza de DC Cómics para frenar la racha de fracasos con The Flash. Eso aparte del supuesto duelo que nos quieren vender de Oppenheimer contra Barbie. Vamos, que puede pasar cualquier cosa, pero sí la tónica va a ser repartirse el pastel entre cuatro y que el resto sean decepciones de taquilla como Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones o directamente fracasos como Shazam: la furia de los diosesBabylon o 65, mal vamos. Al final, parece que vamos a tener que seguir (mal) viviendo del cine de superhéroes.

Pero lo que habría que analizar, más allá de la falta de originalidad en los guiones de Hollywood y al agotamiento propiciado por los superhéroes, es porqué la gente ya no va al cine. Siguiendo con mi teoría de las tres causas, puedo entender que la gente se haya acomodado y prefiera consumir cine en el salón de su casa (algo que nunca compartiré por más pantalla grande o equipo Dolby Stereo que pueda tener y la ausencia de niñatos molestando con sus gritos o móviles), y podríamos sacar a relucir la teoría de la evolución. Los tiempos cambian y el casete sustituyó al vinilo para ser derrotado por el CD que ahora agoniza contra el formato digital. Los videoclubes desaparecieron y el VHS fue sustituido por el DVD y el Blu-ray. La radio resiste pero agoniza ante los podcast y casi todo el mundo prefiere leer la prensa en Internet que en papel. Las cosas cambian y hay que aceptarlas. Y si el cine debe morir en manos de streaming, que así sea. Sería la primera y dolorosa baja de la guerra de las plataformas. Pero hay una segunda lectura, una más catastrófica y que revela la realidad de esta guerra absurda y sin posibles ganadores:

Netflix, la única plataforma que ha anunciado beneficios en lo que llevamos de 2023, ha perdido, sólo en España, más de un millón de suscriptores, cosa que será extensible al resto del planeta cuando se prohíba a nivel mundial el uso de cuentas compartidas. Disney+ y HBO Max han tenido pérdidas, que les ha llevado a replantear su política de estrenos, modificando los calendarios Marvel y Star Wars en el caso de la primera y reinventándose un y otra vez en el caso de la segunda, no estando muy claro qué pasará cuando se convierta en simplemente MAX. Y si nos metemos con las más pequeñas, encabezadas por los resultados económicos catastróficos de Paramount+, la desaparición de una o varias de estas parece cosa hecha. Sólo se salva de la lista negra Amazon Prime, pero no por su buen funcionamiento (las inversiones millonarias en Los anillos del poder y Citandel no se han traducido en buenos resultados de crítica y visionados), sino porque al ser el streaming un extra de la suscripción de compras, cuesta valorar la correlación entre suscriptores y espectadores de la plataforma.

Todo esto nos da la conclusión de que el cine está gravemente herido, ya que cada vez son menos los espectadores que llevan las salas, pero tampoco podemos decir que vaya a ser sustituido por el streaming. La nueva forma de consumir de los jóvenes no es necesariamente en plataformas y si no se encuentra una solución rápida podía ser el fin de todo. No es que el cine como tal se vaya a terminar, desde luego, pero en la dirección que vamos auguro un auge de EmuleTorrent y compañía a la vez que la verdadera competencia está en TikTokTwich y bobadas similares…

Tiempos extraños (y tristes) nos tocó vivir…