Es
maravilloso el metalenguaje que se puede producir en ocasiones en algunas
películas. La reciente Flash, de Andy
Muschietti, es el mejor ejemplo. Más allá de analizar su calidad (que se puede
resumir diciendo que es tan entretenida y divertida como vergonzosamente
estúpida y ridícula), lo interesante está en su fondo. Adaptando muy a su
manera dos clásicos del cómic como son Flashpoint
y Crisis en Tierras Infinitas y
volviendo al tema del multiverso (que tras Spiderman:
No way Home, Dr. Strange en el
Multiverso de la Locura, Spider-man:
Un nuevo universo, Spider-man:
cruzando el multiverso, la oscarizada Todo
a la vez en todas partes y la propia versión de Crisis en Tierras Infinitas de las series de CW, ha resultado que la famosa burbuja del cine de superhéroes era,
en realidad, la burbuja del cine sobre el multiverso), la película trata sobre
la posibilidad de que el universo que describía el CDEU pueda desaparecer, recurriendo para ello a multitud de fan services tan resultones como cafres
(y es que pocas veces he visto una película tan irregular como esta Flash). Sin embargo, tras su fracaso en
taquilla (y van…) la situación ficticia se ha traducido a la vida real,
pudiendo anticipar el fin del universo de DC
en cines, un universo que, en su nueva variante, ni siquiera había llegado a
nacer.
Para
los que no estéis muy al tanto, voy a poneros en situación: Durante décadas,
desde DC se han dedicado a explotar
sus franquicias de manera individual, sin conexión alguna entre sus personajes:
Estaba el Superman de Christopher Reeve (que también tuvo el efímero rostro de
Brandon Routh), el Batman de Michael Keaton (que compartió rostro con Val
Kilmer y George Clooney) y el Batman de Christian Bale. Sagas independientes
que jamás aspiraron a compartir universos. Pero hete aquí que el éxito de Marvel y su Fase Uno, concluyendo con la apoteósica Los Vengadores, de Joss Whedon, en 2013, propició que en DC quisieran subirse al carro y
encargaran a Zack Snyder hacer su propio Universo compartido, dando el
pistoletazo de salida con El hombre de
acero en 2013. Sin embargo, no iba a ser un camino de rosas, y la
particular visión de Snyder iba a chocar con buena parte del fandom y la crítica, aparte de con una
cúpula directiva que no tenía ni idea de qué era esto de los comics. Ya he
comentado alguna vez que podría llegar a ser más apasionante una película sobre
los despachos de Warner/DC que sobre
cualquiera de sus personajes comiqueros, y sin un Kevin Feige dando cohesión al
invento, la propuesta iba a quedar muy deslavazada. No es solo que las
diferentes películas tuviesen estilos muy alejados unos de las otras, cosa que
también sucedía en Marvel sin que
representara ningún problema, lo malo era que no parecían conducir a un mismo
lugar. Y las cifras tampoco ayudaban a guiar los pasos de los creativos. Que la
absurda Escuadrón Suicida de David
Ayer tuviese bastante más recaudación que El
hombre de acero y casi la misma que Batman
V. Superman: el amanecer de la justicia no ayudaba demasiado a esos
directivos ineptos a saber sobre qué terreno se movían.
El por aquel entonces
llamado DCEU (DC Expansive Universe), pero que entre el fandom iba a ser más conocido como el Snyderverso, agonizaba y la película de La liga de la Justicia sería la que marcaría el principio del fin.
Aquí la información se entremezcla con la suposición, pero podemos concluir que
tras un primer visionado que no gustó nada a esa cúpula directiva, y
aprovechando cruelmente los trágicos problemas familiares por los que
atravesaba Zack Snyder con el rodaje casi finalizado, le dieron la patada y le
buscaron un sustituto, el Joss Whedon de Marvel
al que prometieron una peli de Bat girl
a cambio de arreglar el desaguisado de La
Liga de la Justicia y hacerla más divertida y colorida (dicho en otras
palabras, más Marvel), aunque
sospecho, vistos los resultados, que tampoco le dejaron trabajar con demasiada
libertad. El resultado, con el problema del conflicto de fechas de Henry Cavill
con Mission Imposible: Fallout de por
medio y los carísimos reshoots que
dispararon el presupuesto, fue un desastre de película. La Liga de la Justicia debería ser el colofón de una saga épica,
pero se convirtió en el hazmerreír de Hollywood. La que se suponía era Los Vengadores de DC se estrelló en taquilla, algo inaudito siendo la culminación de
la historia de Superman y Batman y con la presencia de Wonder Woman, Aguaman,
Cyborg y Flash (todos los pesos pesados de la editorial), y mientras, en la
acera de enfrente, a las puertas de Infinity
War.
Warner se encontraba enfrascada en la tormenta perfecta. La solución parecía
pasar por hacer borrón y cuenta nueva, pero Wonder
Woman había funcionado suficientemente bien como para ignorarla y las
previsiones de Aquaman también eran
bastante optimistas, por no olvidar que todos querían tener a la Harley Quinn
de Margot Robbie haciendo lo que sea. A eso se sumaba las progresivas marchas
de Ben Affleck de su hipotética película de Batman
(primero dejó el cargo de director, luego el de actor y al final se rechazó
también su guion en un proyecto que derivó en el film de Matt Reeves con Robert
Pattison ajeno al canon del DCEU) y,
sobretodo, la inminente llegada de AT&T,
que iba a adquirir Warner con la idea
de, tras fusionarla a Discovery, convertirla
en un gigante de la comunicación. Eso, en lugar de traer algo de calma, revolucionó
aún más el mundillo, que señalaba a Walter Hamada, presidente de DC, como culpable de todos los males.
Hubo, en esos días, un par de alegrías para el directivo, ya que Aquaman finalmente resultó ser un éxito
y a Shazam, teniendo en cuenta que
sus aspiraciones eran más pequeñas, tampoco le fue nada mal, pero eso no hacía
más que aumentar el interrogante: ¿Cómo avanzar en un Universo donde los
comparsas tenían más éxito que las estrellas principales?
La mejor solución
parecía pasar por un reboot
parcial, y los comics tenían la solución
perfecta en una historia de Flash que permitiría reescribir la historia y quedarse
tan solo con los elementos que funcionaran, obviando los que no. Así nació el
proyecto conocido como Flashpoint, la
última esperanza del DCEU mientras en
las carteleras se demostraba que hacer cine siguiendo las modas no era buena
idea (tras la llegada de Affleck todo fueron proyectos relacionados con Batman
y con Robbie estaba pasando más o menos lo mismo) y Aves de presa se estrelló en taquilla. Para colmo, acusaciones de
violencia de género contra Joss Whedon (por cierto, de su Batgirl nada más se supo), críticas del actor que dio vida a Cyborg
del supuesto racismo de toda la cúpula directiva de Warner, Hamada al frente, rumores convertidos en clamor sobre un
supuesto montaje de La Liga de la
Justicia de Snyder… Y, como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela.
Y esa abuela se llamó covid-19 y paralizó a toda la industria (audiovisual y en
general) con catastróficas consecuencias para muchos. Eso contando con que el
Flash que debía arreglarlo todo estaba interpretado por un Ezra Miller que,
visto en La Liga de la Justicia, no
había gustado a nadie.
Como
en Warner parecen aficionados a
apagar fuegos con gasolina, durante el parón obligatorio por la pandemia no se
les ocurrió mejor idea que, fingiendo que escuchaban al fan (aunque la realidad
es que estaban dispuestos a cualquier cosa por lanzar la plataforma de streaming de HBO), confirmaron la existencia de ese montaje casi definitivo de
Zack Snyder y soltaron un buen puñado de billetes para rodar nuevo metraje y
estrenar la ansiada cinta en la susodicha HBO.
El resultado, como no podía ser de otra manera, dividió al aficionado, que se
debatía entre los que opinaban que era la misma bazofia de Joss Whedon pero con
más cámaras lentas y más egocentrismo y los que la consideraban una obra
maestra y exigían la restauración del canon del Snyderverso.
La
única alegría para la productora, por decirlo de alguna manera, era la satisfacción
de haberles robado a los de Disney a
James Gunn, despedido (y posteriormente recuperado) de Guardianes de la Galaxia, Vol. 3 por unos twits antiguos de dudoso gusto. Dejando de lado las cifras
(paupérrimas, por cierto) de Wonder Woman
1984, primera película del DCEU
estrenada tras la pandemia, las cosas no le fueron mucho mejor a El Escuadrón Suicida de Gunn, aunque a
alguien le debió gustar lo suficiente como para ofrecerle al realizador carta
blanca en una serie spin-off de El Pacificador para HBO.
Eran
tiempos difíciles, y no parecía haber muchas esperanzas en una pronta
recuperación. Los grandes iconos de DC
seguían desaparecidos y las esperanzas estaban puestas en la segunda parte de
Aquaman y la tercera de Wonder Woman, mientras que otros proyectos ampliamente
anunciados (La Fosa, Gotham Sirens…) habían desaparecido de
los calendarios. Sí se llegó a rodar un film de Batgirl con muy buena pinta (Leslie Grace como protagonista, los
directores de Bad boys for live,
Michael Keaton regresando como Batman…) pero se eliminó de un plumazo tras
haberse gastado en ella la friolera de noventa millones de dólares. Iba a ser
una película estrenada directamente en HBO
pero el nuevo CEO de Warner, Peter Zafran, tratando de
arreglar los estropicios de su antecesor, un Jason Kilar que pasará a la
historia por su decisión de estrenar sus películas simultáneamente en cines y
plataforma, provocando el batacazo de la genial Dune y la huida de nombres como Christopher Nolan), decidió que tal
y como estaban las arcas de la compañía resultaría más rentable destruir la
película que estrenarla. Y digo destruir porque no se ha conservado ni una
copia de la misma, ya que si alguna vez llegara a ver la luz la cifra a pagar
en concepto de impuestos sería astronómica.
Así
las cosas, aún quedaba un halo de esperanza en la figura del todo poderoso
Dwayne Johnson. El taquillero actor llevaba años tratando de levantar una
película sobre Black Adam, hecho que incluso propició que el personaje no apareciera
en Shazam como estaba previsto
inicialmente, y por fin lo había conseguido. Convertido en su máximo valedor (a
nadie parece importarle que el director de la misma sea el catalán Jaume
Collet-Serra), Johnson prometió que su película iba a cambiar para siempre el CDEU. El problema vino con la aparición
de un falso rumor que especulaba con la aparición de Superman en el film,.
Cuando en la ComicCon se mostraron
las primeras imágenes de la película y no había ni rastro del último hijo de Kripton
hubo abucheos para Johnson, que reaccionó rápido y acudió a la cúpula directiva
de Warner para exigir la
participación de Henry Cavill aunque sea a modo de cameo final. Cabe destacar
que por aquel entonces Cavill, sin comerlo ni beberlo, se había convertido en
un apestado, viendo cómo se recurría a un Superman «decapitado» en el final de Shazam y de quien Hamada llegó a decir
que jamás se pondría el traje de Superman de nuevo. En ese momento, había una
nueva tormenta en Warner Discovery, y
Michael De Luca y Pam Abdy acababan de ser contratados para dirigir la división
de cine de Warner. Aunque Hamada
seguía al frente de DC Films, debía
rendir cuentas a estos y Johnson decidió, no corto ni perezoso, saltarse el
escalafón y acudir directamente a ellos para solicitar el regreso de Cavill,
pese a que el estudio ya estuviese trabajando en una versión de un nuevo
Superman, esta vez de raza negra. Johnson lo consiguió, Cavill regresó y hasta
se habló de una secuela de El hombre de
acero.
¿Fueron
felices y comieron perdices? Para nada. En el breve periodo de tiempo en que se
reveló el ansiado cameo y el estreno de la película volvió a haber una tormenta
interna. Hamada fue despachado, su supuesto sustituto (Dan Lin) no llegó ni a
sentarse en la silla de su despacho y Peter Zafran junto a James Gunn fueron
designados para dirigir DC Films y
reorganizar el DCUE a su gusto.
Primeras consecuencias: confirmación de que no habrá secuela de El hombre de acero y de que Henry Cavill
ya no tenía contrato con la productora, cancelación de Wonder Woman 3 y peleas mediáticas con Dwayne Johnson por la
taquilla de Black Adam (que terminó,
cameo incluido, siendo un fracaso).
Y
mientras, desde hace ya unos años, Flash
(que a estas alturas ya había dejado de llamarse Flashpoint) entre rodajes y reshoots.
Como colofón, el comportamiento de un Ezra Miller que se empeñaba en hacer de
todo y nada bueno: posesión de drogas, acusaciones de violencia y abusos
sexuales, robos, problemas mentales y hasta presunto líder de una secta. De
nuevo Warner monta y un circo y le
crecen los enanos.
En
esas, con todo lo que se relacione a Snyderverso
apestando a cadáver, el fracaso de Shazam
2 no fue nada sorprendente, pero todo apuntaba a que la polémica película
de Flash iba a ser, al fin, un punto
de inflexión. Pese a los escándalos de Miller, pese a que pertenece a una época
ya caduca, pese a los diversos cambios de su final (uno por cada directiva con
la que le ha tocado lidiar), los tráileres presagiaban algo bueno. Había cierto
hype tras las palabras de entusiasmo
de los primeros espectadores que la habían disfrutado (Tom Cruise y Stephen
King entre ellos, tal vez algún día sepamos la verdad tras esas alabanzas
desorbitadas). Y todo parecía indicar que el film de Andy Muschietti iba a
encargarse de cerrar el Snyderverso y
abrir las puertas al nuevo DCEU. De
nuevo regresaba Michael Keaton como el hombre murciélago, aparentando ser el
nuevo Batman oficial de este proyecto, y los cameos y las mil fiestas para los
fans que auguraban un verdadero deleite.
En
ocasiones se ha criticado al cine de género por no escuchar a los fans, pero
también ha habido otras muchas ocasiones en las que hacer una película pensando
solo en los fans es un peligro. Pasó con World
of warcraft, se repitió con Star
Wars: el ascenso de Skywalker y vuelve a suceder ahora con Flash. Unos efectos especiales ridículos,
una trama muy limitada y un exceso de cameos casi telegráficos es un pequeño
resumen de lo que el film de Muschietti ofrece (nada que ver con sus
estimulantes aproximaciones al terror con Mamá
e It), y el público ha reaccionado en
consecuencia.
La
que debía sentar la cátedra del nuevo proyecto, una estación de paso entre dos
universos (incluso se hablaba ya de la continuidad de Miller en el DCEU de Zafran y Gunn y de una posible
secuela), ha sido un rotundo fracaso, mayor aún que el de Black Adam. Incluso se especula que habría sido más rentable no
haberla estrenado, como se hizo con Batgirl
que hacerlo en estas condiciones. Warner
ya ha tirado la toalla y apenas dos semanas después de su estreno ya ha
anunciado la fecha en la que se podrá ver en HBO Max (de perdidos al río).
Flash habla sobre la colisión de varios mundos paralelos y la posible
destrucción de ellos, pero lo que nos cuenta fuera de plano es la definitiva
destrucción del Snyderverso. Falta, a
modo de epitafio, esa secuela de Aquaman
por la que nadie da un duro. Y el proyecto random
de Blue Beetle, que bien llevado
podía aspirar, por aquello de ser un personaje nuevo, a pertenecer al plan de
Gunn, pero que posiblemente supondrá otro clavo en el ataúd de los superhéroes
de DC.
En
los despachos ya dan las películas por perdidas y solo quieren mirar hacia el
futuro. Hacia «su» futuro. Ya se ha anunciado al nombre del actor que
interpretará al nuevo Superman y liderará el proyecto de Gunn y Zafran, pero
viendo cómo han gestionado el final de la etapa anterior hay pocas esperanzas
de que consigan devolver la ilusión a los fans.
Snyder
ha muerto. Sus nuevos universos aspiran a brillar (ya sea en forma de
apocalipsis zombi o de epopeya espacial) en Netflix.
Henry Cavill va a trabajar con Guy Ritchie, Chad Stahelski y Matthew Vaughn.
Margott Robbie suena mucho por las oficinas de Marvel… Nombres de grandes talentos que resurgirán de sus cenizas.
Pero el universo que compartieron, sin ningún superhéroe que luchase por
salvarlo, ha sido aniquilado. Ahora, la gran pregunta es si le espera un largo
recorrido al Universo planteado por Gunn (que recordemos que se pegó un
batacazo con El Escuadrón Suicida) o
si por el contrario nace ya moribundo.
El
tiempo dirá.