Bueno, pues parece que al
final la gripe y las distribuidoras, empeñadas en boicotear sus posibles éxitos
comerciales, no han sido suficientes como para impedirme disfrutar de una de
las películas más interesantes del año y que estará presente en la próxima gala
de los Oscars cuyas candidaturas acaban de anunciarse.
12 años de esclavitud es la tercera película de Steve McQueen (nada
que ver con el actor) tras las interesantes Hunter
y Shame, en la que vuelve a colaborar
con su actor fetiche, esta vez en un rol secundario, Michael Fassbender.
Ambientada en unos Estados
Unidos próximos a su Guerra Civil, 12
años de esclavitud cuenta el drama real de un hombre de color libre,
Solomon Northup, que es secuestrado y vendido como esclavo, perdiendo su
identidad y pasando por las manos de diversos amos, entre los que destacan el “bondadoso”
Ford y el cruel y retorcido Edwin Epps.
Lejos de los movimientos de
cámara enérgicos e imprecisos de Hunter
y de la incomodidad sexual que desprendía Shame,
12 años de esclavitud rezuma clasicismo
por todos sus poros, tanto narrativa como visualmente. Se trata, cómo no, de un
alegato en contra del racismo, en una denuncia que debe verse más allá de su
contexto histórico, abogando por una igualdad total entre razas, tema ya
planteado en los últimos meses por en panfletario Lincoln de Steven Spielberg y la genial Django desencadenado de Quentin Tarantino.
Destacando por encima de todo
el gran nivel interpretativo de todos sus actores, desde el prolífico pero poco
conocido protagonista, Chiwetel Ejiofor, hasta los “amos” Benedict Cumberbatch
(este hombre no para: es su cuarta película rodada en el 2013; así no es de
extrañar que la tercera temporada de Sherlock
se haya hecho tanto de rogar) y el ya mencionado Fassbender, a los que hay que
añadir otras ilustres aunque breves apariciones como las de Paul Giamatti, Paul
Dano y un grandioso Brad Pitt que se basta con apenas cinco minutos de metraje
para convertirse en uno de los pilares de la película.
En una primera lectura, rápida
y superficial, no parece que haya nada nuevo bajo el sol. La crueldad
demostrada por Epps (en contraposición con su “supuesta Fe cristiana”) y,
sobretodo, su esposa Mistress (Sarah Paulson) está desarrollada de manera
inteligente y sin ningún atisbo de humor negro que nos permita relajarnos, pero
no por ello se diferencia demasiado de los negreros que interpretaran Don
Johnson o Leonardo DiCaprio en el film de Tarantino, mientras que las
dramáticas historias secundarias de las esclavas Eliza (Adepero Oduye) primero
y Patsey (Lupita Nyong'o) después pueden tener puntos en común con la propia
Brunilda. Es, sin embargo, en el episodio de Ford en el que creo que hay que
leer entre líneas, escarbar en la basura de esa sociedad cruel y violenta para
encontrar el verdadero mensaje del film.
Y es que nada nos puede
impresionar de un negrero que maltrata a sus esclavos, pero sí en la figura de
uno que los cuida y protege. Ford hace regalos a Solomon (que en su epopeya
como esclavo durante los dichosos doce años deberá responder al nombre de
Platt) y escucha sus consejos, con lo que podemos sentirnos a gusto con el
personaje, identificándolo como uno de los buenos de la peli. Pero, ¿estamos
olvidando que es un esclavista y que retiene a sus trabajadores contra su
voluntad? “Es lo que le ha tocado vivir”, comenta Solomon en un momento dado,
defendiéndolo. “Es un negrero”, le replica Eliza. En esa conversación radica el
gran mensaje de la película. ¿Quién es peor: el villano cruel y despiadado o el
que tiene buena conciencia y mejores intenciones y pese a ello permite que la
esclavitud siga su curso?
Una segunda e interesante
reflexión hay que buscarla en la figura del propio Solomon, ya que su origen
como hombre libre (en la época la mayoría de negros nacían ya siendo esclavos)
lo ponen en la curiosa tesitura de no luchar por la igualdad ni la injusticia
hacia su raza, sino en la indignación personal y egoísta de haber sido vendido
como esclavo por error. El drama de Solomon no es que los negros sean esclavos,
sino que a él no le correspondería serlo. Y aunque durante la película hay una inteligente
evolución del personaje que propicia el cambio de actitud y pensamiento hacia
el final (gracias, sobre todo, a la historia de Patsey) no deja de ser curioso
ese arranque en el que la injusticia contra ese hombre sea más burocrática que
social.
Dos puntos interesantes y que
hacen brillar a una película que, de lo contrario, recordaría demasiado a otras
parecidas, desde la mítica serie Raices
hasta la Amistad de Spielberg.
Este es el gran talón de Aquiles
de 12 años de esclavitud. Que
desprende la sensación de que ya nos sabemos lo que cuenta. Y eso hace que
duela un poco menos.
Me parece una crítica brillante. Describe a la perfección lo que me trasmitió la película y mi opinión de ella. Gracias por el blog!!!
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