Cuando
una saga cuesta cuatro duros y da buenos dividendos resulta difícil
desprenderse de ella, incluso cuando su protagonista principal decide
desvincularse de ella.
Esto
es, por lo menos, lo que debe pensar Luc Besson al tratar de revitalizar la
serie de Transporter que no es, en el
fondo, más que otra de sus producciones clónicas con espectaculares peleas,
coches saltando por los aires y chicas atractivas. En realidad, daría lo mismo
que hablásemos de esta versión afrancesada de Fast & Furiouos que de cualquier otra de las historias que
Besson coescribe para entregárselas a alguno de sus amiguetes (esto sí que es
una buena cantera, y lo las del futbol) para que la dirija, tales como la
trilogía de Venganza, MS1: Máxima seguridad o Tres días para matar, películas sin
complejos totalmente autoconscientes de sus propias carencias pero sin más
pretensión que la de entretener.
Y
en este punto está el gran acierto de Transporter
legacy. Y es que pese a sus muchas limitaciones, la película resulta
sumamente entretenida, con un protagonista mucho más duro y chulesco que nunca,
un cuarteto de femmes fatales de nivel y un Ray Stevenson que es el verdadero
amo del cotarro en el papel del padre de Frank cuya carisma hace aumentar el
valor de la película.
Y
carisma es, precisamente, lo que le falta al protagonista, Ed Skrein, un
secundario del montón de Juego de Tronos
y cuyo Frank Martin está a años luz del que compuso el incomparable Jason
Statham.
Camile
Delamarre, director de Brick Mansions
pero editor en alguno de los Transporters
anteriores así como de otras franquicias de Besson, sabe sacar partido de una
excelente labor de especialistas, consiguiendo espectaculares persecuciones en
coches sin necesidad de recurrir al CGI y filmando coreografías de luchas
divertidas y muy imaginativas, buscando la originalidad en sus decorados, como
la escena del pasillo estrecho con cajones metálicos o el uso de un salvavidas
como arma defensiva en la pelea del barco. Y todo ello sabiendo hacer un buen
uso de los hermosos paisajes de la Costa Azul francesa.
En
resumen, una película muy disfrutable si se accede a ella con las expectativas
bajas y en las que transcurren los noventa y seis minutos de metraje sin necesidad de mirar una sola
vez el reloj. Y es que algunas veces,
cuando nos ofrecen un buen pasatiempo, no hace falta exigir mucho más.
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