jueves, 5 de noviembre de 2015

TRUMAN (8d10)

Todos tenemos nuestra propia vida, una vida que, según las expectativas o el punto de vista, puede ser más o menos feliz, plena, con constantes proyectos, rodeada por seres queridos o disfrutando de una envidiable soledad. Tero un día, súbitamente, alguien nos recuerda que esa vida tiene fecha de caducidad. Y es una fecha irremediablemente cercana. ¿Cómo reaccionamos ante esa noticia?
Esa es la historia que nos cuenta Truman, una película que habla sobre cómo enfrentarse a la muerte y en la que acompañaremos durante cuatro días al protagonista mientras pone sus cosas en orden y se prepara para llegar al final del camino.
Con un inmenso Ricardo Clarín, Truman es una película dura, que golpea al corazón y remueve nuestros sentimientos. Pero no es, en cambio, una película sensiblera ni de lágrima fácil. Cesc Gay consigue distanciarse del melodrama televisivo o del impostado trascendentalismo de películas de temática similar como la reciente Bajo la misma estrella para abordar el tema con madurez, rociando la historia de un humor sutil y ácido que nos mantiene en el filo de la navaja y en la que el personaje de Javier Cámara comparte el punto de vista del espectador y, muy probablemente, sus opiniones, desconciertos y dudas.
Pero lo más importante de Truman no es, al final, la muerte, sino la vida. Una vida que, en el caso del protagonista, viene marcada por su familia, distante pero cercana a la vez (su hermana, su exmujer, su hijo que estudia en Ámsterdam…), por su pasión por su trabajo (es un prestigioso actor teatral) y, sobre todo, por su amistad.
Así pues, estamos  básicamente ante un alegato hacia la vida, una vida que debe vivirse con pasión, con intensidad, recogiendo para sí mismo los pequeños momentos de alegría y sabiendo cuando compartirlos y con quien. Julián y Tomás son los dos amigos a los que el tiempo y los quehaceres profesionales ha alejado y cuya inminente tragedia vuelve a reunir en estos cuatro días en los que se desarrolla la película y que nos servirá para conocer lo usto y necesario sobre ellos y aceptar su desdicha como nuestra propia.
Y, finalmente, la película es también, en honor a su título, la historia de Truman, el perro del protagonista al que hay que encontrar nuevo dueño y que Gay utiliza como metáfora sobre ese sentido de la amistad como algo leal e irreductible.
Aún con algún altibajo argumental centrado en el personaje de Cámara (hay un acto suyo que no cuadra demasiado por más que pueda entender el sentido final de la escena) la película es, en definitiva, una magnífica reflexión sobre el dolor y la pérdida, con un imposible pero magnífico toque cómico que permite disfrutarla sin incomodidad, dejando que los sentimientos y sensaciones que provoca se queden en el corazón para recuperarlos muchas horas, días incluso, después de haber visionado el film.
Emotiva, sensible, inspirada, amarga y profunda. Todo eso y mucho más es Truman. Pero, ante todo, es Ricardo Clarín. Un Ricardo Clarín en estado de gracia  y cuya intensidad en la escena que comparte con Eduard Fernández resume toda su intensidad.

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