Estamos
ante otra de esas tonterías supuestamente basada en una historia real destinada
a un público muy poco exigente que acude al cine a ver películas de terror con
el único fin de sobar a sus novias con la excusa de abrazarlas fuerte para que
no lo pasen mal. Pero ni para eso les va a servir este film.
Dirigida
con notable incompetencia por Tom Elkins, un editor de cine que debuta con esta
cosa mal llamada película y que bien debería ser también su última propuesta.
Independientemente de que nos creamos la verosimilitud o no de la historia (si
juntamos todas las pelis de terror basadas en hechos reales uno no logra
entender cómo el Anticristo no domina claramente a la humanidad), lo cierto es
que no solo la trama se desarrolla con insoportable lentitud y cientos de
planos absurdos de relleno (un primer plano a un fregadero, a una puerta, a la
ventana…) sino que el supuesto giro de guion que nos debe dejar con la
mandíbula desencajada se ve venir a leguas de distancia, resultando incomprensible
que los protagonistas sean tan estúpidos como para no enterarse de lo que está
pasando.
La
historia es la siguiente. Una familia caracterizada por la cualidad de ver
espíritus (del matrimonio protagonista, la hija de estos y la hermana de ella
solo el varón del clan es normal) no
tiene mejor ocurrencia que irse a vivir a una casa perdida en mitad de la nada
con su obligado pasado truculento, en esta ocasión rememorando la época de la
esclavitud americana, y las apariciones no tardan en hacer acto de presencia
para advertir a nuestros protagonistas de algo que ellos se empeñan tozudamente
en ignorar.
La
primera tomadura de pelo está en el título, ya que no hay en toda la película
un solo exorcismo ni va de eso la cosa (no hay posesiones tampoco, así que ya
me dirán). La segunda señal de que vamos por el mal camino es la avalancha de
tópicos con que el tal Elkins nos golpea apenas comenzar la película para
intentar asustarnos por el camino fácil, con golpes de música, apariciones sobre montadas, chillidos sin sentido… Tal es la propia desconfianza que el director
muestra en sí mismo que pretende apostar seguro en esto del terror de
baratillo, pero tanto abusa del recurso fácil que las únicas bocas que consigue
abrir son para bostezar, no para gritar. Quizá en manos más competentes la
historia habría podido funcionar en un formato televisivo en aquellas series
clásicas de Dimensión desconocida o Más allá de la realidad, pero no para
una película de cine de más de noventa minutos y un mínimo de ocho euros la
entrada.
Nada
en esta tontada es aprovechable (guion, fotografía, montaje, música) excepto,
tal vez, los actores, los únicos infelices que parecen tomarse en serio el
asunto y que ponen de su parte para que haya algo de calidad, aunque en ocasiones
la buena voluntad no es suficiente. Los poco conocidos Chad Michael Murray y
Abigail Spencer cumplen como pareja joven y guapa y consiguen caer lo
suficientemente bien como para que nos preocupe lo que les pase, Emily Alyn
Lind está en la estela de otras niñas de películas de terror que consiguen,
pese a su tierna edad, convencen sin problemas y Katee Sackhoff es la única que
tiene un poco de bagaje gracias a su participación en Galáctica, estrella de combate.
Si
tras hora y cuarenta de aburrimiento y simpleza esto es con lo único que nos
podemos quedar no creo necesario hacer mucho más comentario. Con películas así
no me extraña que haya quien eleve a los altares a mediocridades como Expediente Warren.
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