Charles Cullen fue un enfermero que alrededor del cambio de siglo fue vagando por diversos hospitales dejando un reguero de muertes a su paso. En el juicio, fue declarado culpable de 29 pero se calcula que el número total de víctimas podría rondar los 400. No lo hacía por piedad, ni por venganza. Eran muertes aleatorias, fortuitas y fruto de una mente desequilibrada. Aunque lo que da verdadero pavor es cómo podían todos los hospitales por los que pasó tener sospechas de su conducta y no decir nada.
Esa
es la base principal de El ángel de la muerte, película dirigida por el danés Tobias Lindholm que tiene en Eddie
Redmayne y Jessica Chastain como principales reclamos comerciales.
Pese
a ser un gran detractor de Redgrayne (no me avergüenza definirlo como el peor
actor del mundo), su amaneramiento y mirada tortuosa le van como anillo al dedo
al personaje de Cullen, casi un amalgama del Norman Bates de Psicosis con quien podría compartir un
trauma infantil con madres muertas de por medio como vaga justificación por sus
actos. Chastain, por su parte, interpreta a una enfermera con problemas de
corazón que empieza simpatizando mucho con Cullen (un verdadero encanto si se desconoce
su verdadera cara) pero que, con las cartas sobre la mesa, es la principal
impulsora de su detención, colaborando estrechamente con el departamento de
homicidios.
Podría
parecer que me estoy volviendo muy flexible con el tema de los spoilers, pero
tanto el tráiler como las primeras secuencias del film dejan más o menos claro
por dónde van los tiros, anulando el misterio de la ecuación de la película.
Hay una investigación policial, cierto, pero no con el fin de descubrir al
asesino, sino de descubrir cómo atraparlo. Imagino que el caso causó tal
conmoción en los Estados Unidos que no valía la pena jugar a resolver pistas,
estando ya todo el mundo en sobre aviso del final, pero ello lastra a la
narrativa, tornándola algo pesada e incluso aburrida por omentos. Además, el
apocamiento de Cullen y el agotamiento de la enfermera Amy Loughren consiguen
traspasar la pantalla y contagiar de cierta apatía al espectador que, pese a lo
interesante de la historia, puede tener que lidiar con más de un bostezo a lo
largo de los estirados 121 minutos de
metraje.
No
es que Lindholm tenga una larga trayectoria como director, pero es una lástima
que no le hayan dejado encargarse también del guion, ya que solo con ver su
trabajo en La Caza u Otra ronda uno puede pensar que habría sacado mucho más
petróleo del que nos encontramos en un film algo plano y que, desde España
(donde por mucho que nos quejemos tenemos una estupenda Seguridad Social), no
queda demasiado lejos todo. Y es que hay momentos en que parecen más
interesados en denunciar tanto al sistema sanitario americano en general (los
problemas de Loughren por aguantar hasta conseguir, por contrato, seguro
médico) como de los hospitales privados en particular. Pero, atados como están
a la realidad de la historia, poco pueden hacer por denunciar sin hacer
demasiada sangre.
En
fin, una película que explica unos hechos atroces de manera más o menos fiel,
con buenas interpretaciones, pero que necesita un añadido extra para ser capaz
de emocionar como debería.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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