martes, 8 de noviembre de 2022

Visto en Netflix: EL ÁNGEL DE LA MUERTE

Charles Cullen fue un enfermero que alrededor del cambio de siglo fue vagando por diversos hospitales dejando un reguero de muertes a su paso. En el juicio, fue declarado culpable de 29 pero se calcula que el número total de víctimas podría rondar los 400. No lo hacía por piedad, ni por venganza. Eran muertes aleatorias, fortuitas y fruto de una mente desequilibrada. Aunque lo que da verdadero pavor es cómo podían todos los hospitales por los que pasó tener sospechas de su conducta y no decir nada.

Esa es la base principal de El ángel de la muerte, película dirigida por el danés Tobias Lindholm que tiene en Eddie Redmayne y Jessica Chastain como principales reclamos comerciales.

Pese a ser un gran detractor de Redgrayne (no me avergüenza definirlo como el peor actor del mundo), su amaneramiento y mirada tortuosa le van como anillo al dedo al personaje de Cullen, casi un amalgama del Norman Bates de Psicosis con quien podría compartir un trauma infantil con madres muertas de por medio como vaga justificación por sus actos. Chastain, por su parte, interpreta a una enfermera con problemas de corazón que empieza simpatizando mucho con Cullen (un verdadero encanto si se desconoce su verdadera cara) pero que, con las cartas sobre la mesa, es la principal impulsora de su detención, colaborando estrechamente con el departamento de homicidios.

Podría parecer que me estoy volviendo muy flexible con el tema de los spoilers, pero tanto el tráiler como las primeras secuencias del film dejan más o menos claro por dónde van los tiros, anulando el misterio de la ecuación de la película. Hay una investigación policial, cierto, pero no con el fin de descubrir al asesino, sino de descubrir cómo atraparlo. Imagino que el caso causó tal conmoción en los Estados Unidos que no valía la pena jugar a resolver pistas, estando ya todo el mundo en sobre aviso del final, pero ello lastra a la narrativa, tornándola algo pesada e incluso aburrida por omentos. Además, el apocamiento de Cullen y el agotamiento de la enfermera Amy Loughren consiguen traspasar la pantalla y contagiar de cierta apatía al espectador que, pese a lo interesante de la historia, puede tener que lidiar con más de un bostezo a lo largo de los estirados  121 minutos de metraje.

No es que Lindholm tenga una larga trayectoria como director, pero es una lástima que no le hayan dejado encargarse también del guion, ya que solo con ver su trabajo en La Caza u Otra ronda uno puede pensar que habría sacado mucho más petróleo del que nos encontramos en un film algo plano y que, desde España (donde por mucho que nos quejemos tenemos una estupenda Seguridad Social), no queda demasiado lejos todo. Y es que hay momentos en que parecen más interesados en denunciar tanto al sistema sanitario americano en general (los problemas de Loughren por aguantar hasta conseguir, por contrato, seguro médico) como de los hospitales privados en particular. Pero, atados como están a la realidad de la historia, poco pueden hacer por denunciar sin hacer demasiada sangre.

En fin, una película que explica unos hechos atroces de manera más o menos fiel, con buenas interpretaciones, pero que necesita un añadido extra para ser capaz de emocionar como debería.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

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