Joel
Edgerton (visto como Ramses en Exodusy, más recientemente, en Black mass)
no es el primer (ni el último) actor que se pasa a tareas de dirección. Lo
curioso es que lo haga también ejerciendo como guionista, lo cual demuestra que
más que un capricho es un deseo por alcanzar una autoría propia.
La
película elegida, El regalo, que pude
evocar a muchos thrillers de los noventa como De repente un extraño, Mujer
blanca soltera busca, etc. parte de la clásica premisa de un extraño
irrumpiendo en la tranquila vida de una familia feliz. Ese es el arranque de El regalo: un matrimonio se traslada a
una casa nueva en California, cerca de donde el marido creció, y apenas
instalados se topan por casualidad con un antiguo compañero de colegio que, a
base de regalos y pequeños detalles, empezará a introducirse poco a poco en su
círculo íntimo.
Sin
embargo, lo que puede parecer una película más del montón, tópica y típica,
pronto se vuelve oscura y desconcertante. Con una dirección precisa que no
afloja el ritmo de la intriga sin caer en engaños rocambolescos ni tramposos,
el guion parido por Edgerton logra sorprender lo suficiente para distanciarse
de las películas antes mencionadas para alcanzar una identidad propia, para
hablar de los matices que se entremezclan entre el bien y el mal y logrando
además, y esto es lo más meritorio, crear unos personajes que saben evolucionar
a lo largo del metraje, no quedándose en simples estereotipos planos e
indefinidos.
Pese
a algunos secundarios que deambulas por ahí, la historia se sostiene
básicamente en estos tres personajes, magníficamente interpretados por Jason
Bateman (que posiblemente haga una de sus mejores interpretaciones alejado del
rol cómico al que nos tenía acostumbrados), Rebecca Hall (quizá la que tenga un
personaje menos evolutivo pero más complicado por la contención que demuestra
en su interpretación) y el propio Edgerton en el papel del invasor que le dio
el premio al mejor actor en el pasado Festival de Sitges.
Sin
grandes proezas ni artimañas, la película funciona perfecta de principio a fin,
con giros desconcertantes pero creíbles que mantienen en tensión al espectador
e incitándolo a identificarse con un personaje para, acto seguido, hacerle
cambiar de idea y de simpatías.
Poco
más se puede hablar de una película que conviene disfrutarse sin demasiadas
pistas más allá de su argumento inicial y que atrapa desde el primer momento,
con esa mirada hipnótica de Edgerton y su inquietante pasividad, amenazante y
triste a la vez.
Un
verdadero descubrimiento que invita a seguir muy de cerca los pasos de este
nuevo realizador.
Valoración:
ocho sobre diez.
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