viernes, 7 de septiembre de 2018

¿QUIÉN ESTÁ MATANDO A LOS MOÑECOS?

Pese a lo delirante (y horrible) que pueda parecer el título en español de The Happytime Murders, la campaña publicitaria que pretende atraer a los jóvenes “milenials” al cine gracias al uso del término “moñeco” y al uso de David Troncano como doblador de diversos personajes del film es, posiblemente, una de las ideas más aplaudibles de todo el film. Ese ¿Quien está matando a los moñecos? ayuda, además, a dejar las cosas claras desde el principio, y trae a la memoria del espectador a la maravillosa ¿Quién engañó a Roger Rabitt? de Robert Zemeckis. Porque sí, la película que dirige Brian Henson, hijo del mítico creador de los Muppets (Los Teleñecos para nosotros), está muy vinculada a aquella obra maestra que fusionaba animación con imagen real y que funcionaba también como cine negro de calidad.

¿Las diferencias? Notables. Mientras en aquella película el tono provocativo y sensual pero para todos los públicos se podía resumir en dos frases de la exuberante Jessica Rabbit como: “¿Llevas un conejo en el bolsillo o es que te alegras de verme?” y la eterna “No es que sea mala, es que me han dibujado así”, la “sutileza” para casi ningún público de ¿Quién está matando a los moñecos? se centra en perlas como la que le suelta un teleñeco yonqui a la protagonista: “por cincuenta céntimos te chupo la polla”. ¿Hace falta más ejemplos?
A nivel argumental, nada nuevo bajo el sol. Una buddy movie de tono noir en toda regla que finge tener un subtéxto racial como pasara con esa otra patochada que era Bright, de David Ayer, aunando a un humano con un orco. Posiblemente, en este sentido, el mejor referente de mezcla racial (y vamos a olvidar las películas de poli con perro propias de los videoclubs de los noventa), aparte de la de Roger Rabbit, sea la Zootrópolis de Disney, que unía en un caso de asesinato a un zorro y una coneja con unos subterfugios mucho más adultos de lo que se puede apreciar en una primera lectura rápida. Sin embargo, en el fondo, el argumento no es más que una burda excusa para concadenar una serie de gags cafres y de mal gusto que harán las delicias de los amantes de la escatología más burda pero que insulta directamente la inteligencia de un público mínimamente exigente.
Naturalmente, la saturación de gags estúpidos y banales terminan por provocar alguna que otra carcajada, y es imposible no encontrarse con algún momento realmente divertido en medio de todo este esperpento, pero lo cierto es que la historia de un mundo en el que, sin más explicación, interactúan humanos y muñecos de trapo, con chistes de sexo a cascoporro, tampoco es que de para más, y lo que más se lamenta es lo desaprovechada que queda la supuesta coprotagonista humana, una Melissa McCarthy que por más que se esfuerce no encuentra espacio en un guion marrullero para lucir lo más mínimo su demostrada bis cómica. Y eso por no hablar de algunos secundarios vistos y no vistos, como Elizabeth Banks, Joel McHale o Maya Rudolph, que posiblemente estén preguntando todavía a sus representantes que extraña broma les han querido gastar.
Pero el colmo es, una vez más, la cobardía. Han querido hacer una película grotesca y deslenguada, buscando la polémica y la grosería, pero al final han terminado quedándose cortos. Apenas alcanzada la hora de metraje los trucos ya no funcionan y todo es una repetición del mismo esquema, y aunque se la pueda considerar polémica y transgresora (pobre de aquel padre que haya llevado a su niño a ver esto pensando que era una peli de Los Teleñecos convencional), no llega a serlo tanto como ellos mismos se piensan, quedando muy por debajo de otra salvajada con similares intenciones como fue La Fiesta de las Salchichas que, al menos, era capaz de satisfacer a su target particular.
En fin, una pérdida de tiempo que podrá entretener aunque sin entusiasmar a un público objetivo pero que solo supone una sucesión de tontadas algo irreverentes a ojos del resto. Tan justita que no alcanza ni como pasatiempo ocasional.

Valoración: Cuatro sobre diez.

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