domingo, 7 de abril de 2013

POSESIÓN INFERNAL (4d10)

Resulta curioso que la mejor película de Sam Raimi sea a la vez la peor. Me explico: en 1981 se juntó con un grupo de amiguetes (del que solo ha sobrevivido -artísticamente hablando- Bruce Campbell), unas cámaras de cine y un presupuesto de chiste y se fueron a una cabaña en mitad del bosque a rodar una peli en la que el propio Raimi ejercería de guionista, director, editor de efectos especiales y lo que se terciara. Evidentemente, y desde un punto de vista cinematográfico,  lo que salió de ahí no era más que una broma, un espectáculo dantesco con mucho gore y más comedia que terror con planos accidentados, malas interpretaciones y efectos cutres. Pero a la vez tenía esa fuerza que solo se consigue en los primeros trabajos, cuando el presupuesto obliga a que la imaginación supla la falta de recursos y donde el buen rollo del rodaje se acaba transmitiendo al espectador. Así nació un título de culto que ha acabado pasando a la historia del cine y que pese a sus limitaciones posee una frescura que Raimi no conseguiría repetir en la mayoría de sus trabajos posteriores.
Ahora, más de treinta años después,  en plena fiebre de los remakes (sobre todo de films de terror de bajo presupuesto de los ochenta), llega una modernización de la historia (otra más,  pues su secuela Terroríficamente muertos era más una copia que una secuela) dirigida por el desconocido Fede Alvarez con el beneplácito de Raimi y Campbell.
¿Y qué vamos a encontrar en esta nueva Posesión Infernal? ¿Más de lo mismo? Pues sí y no. La historia es básicamente la misma, un grupo de amigos que van a una cabaña perdida en medio de un bosque, descubren un libro que no deberían tocar (pero tocan, por supuesto que tocan) y convocan accidentalmente a un ente diabólico que tratará de poseerlos uno a uno. Alvarez hace un esfuerzo considerable por superar sin ofender al clásico,  intentando dar más coherencia a la historia,  empleando unos efectos visuales impecables pero siempre (o casi siempre, que algo hay) evitando lo digital en favor de lo artesanal y con una actriz en el rol que en la original tenía Campbell, Jane Levy, que sobresale por muy por encima del resto del reparto, por otra parte bastante mediocre. Así pues, ¿donde está el problema? Pues como cinta de terror no está mal, una más del montón,  pero como remake -y como tal no puede quejarse de que haya comparaciones- el hecho de que renuncie totalmente a todo ese humor negro que tenía la obra de Raimi y que tanto nos hacía disfrutar provoca, como poco,  decepción. Además,  la calidad de sus efectos no siempre es para mejor, pues sustituir la casquería de la peli del 81 por amputaciones y mutilaciones impecables y con todo lujo de detalles al principio impresiona, pero tras el cuarto litro de sangre, aburre. Y eso es lo peor que le puede pasar a una película de terror, que aburra. Y no hay duda que eso es lo que sucede en esta nueva Posesión Infernal, que superado el ecuador de la misma, cuando están ya todas las cartas sobre la mesa, nos encontramos ante un festival gore de sangre y vísceras sin sentido alguno, con personajes que parecen morir infinidad de veces (es lo que pasa si quieres hacer una película con muchas muertes pero sólo cinco personajes) y llegando a un punto donde da la sensación que ya no importa nada lo que suceda, que lo único que uno espera es que fallezcan todos y termine de una maldita vez y cuyo único aliciente para aguantar hasta el final es ver en qué momento aparece la icónica motosierra,  imprescindible en la saga de Raimi.
Una lástima, podía haber salido algo bueno de aquí,  pero al final le ha pasado como a la mayoría de remakes de este estilo, que es totalmente innecesaria.

Todos nos seguimos quedando con la deliciosa cutrada de Raimi y Campbell; su travelling entre los árboles sí era infernal de verdad.

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