Resulta curioso que la
mejor película de Sam Raimi sea a la vez la peor. Me explico: en 1981 se juntó
con un grupo de amiguetes (del que solo ha sobrevivido -artísticamente
hablando- Bruce Campbell), unas cámaras de cine y un presupuesto de chiste y se
fueron a una cabaña en mitad del bosque a rodar una peli en la que el propio
Raimi ejercería de guionista, director, editor de efectos especiales y lo que
se terciara. Evidentemente, y desde un punto de vista cinematográfico, lo que salió de ahí no era más que una broma,
un espectáculo dantesco con mucho gore y más comedia que terror con planos
accidentados, malas interpretaciones y efectos cutres. Pero a la vez tenía esa
fuerza que solo se consigue en los primeros trabajos, cuando el presupuesto
obliga a que la imaginación supla la falta de recursos y donde el buen rollo
del rodaje se acaba transmitiendo al espectador. Así nació un título de culto
que ha acabado pasando a la historia del cine y que pese a sus limitaciones
posee una frescura que Raimi no conseguiría repetir en la mayoría de sus
trabajos posteriores.
Ahora, más de treinta años
después, en plena fiebre de los remakes
(sobre todo de films de terror de bajo presupuesto de los ochenta), llega una
modernización de la historia (otra más,
pues su secuela Terroríficamente
muertos era más una copia que una secuela) dirigida por el desconocido Fede
Alvarez con el beneplácito de Raimi y Campbell.
¿Y qué vamos a encontrar
en esta nueva Posesión Infernal? ¿Más
de lo mismo? Pues sí y no. La historia es básicamente la misma, un grupo de
amigos que van a una cabaña perdida en medio de un bosque, descubren un libro
que no deberían tocar (pero tocan, por supuesto que tocan) y convocan
accidentalmente a un ente diabólico que tratará de poseerlos uno a uno. Alvarez
hace un esfuerzo considerable por superar sin ofender al clásico, intentando dar más coherencia a la
historia, empleando unos efectos
visuales impecables pero siempre (o casi siempre, que algo hay) evitando lo
digital en favor de lo artesanal y con una actriz en el rol que en la original
tenía Campbell, Jane Levy, que sobresale por muy por encima del resto del
reparto, por otra parte bastante mediocre. Así pues, ¿donde está el problema?
Pues como cinta de terror no está mal, una más del montón, pero como remake -y como tal no puede
quejarse de que haya comparaciones- el hecho de que renuncie totalmente a todo ese
humor negro que tenía la obra de Raimi y que tanto nos hacía disfrutar provoca,
como poco, decepción. Además, la calidad de sus efectos no siempre es para
mejor, pues sustituir la casquería de la peli del 81 por amputaciones y
mutilaciones impecables y con todo lujo de detalles al principio impresiona,
pero tras el cuarto litro de sangre, aburre. Y eso es lo peor que le puede
pasar a una película de terror, que aburra. Y no hay duda que eso es lo que sucede
en esta nueva Posesión Infernal, que
superado el ecuador de la misma, cuando están ya todas las cartas sobre la
mesa, nos encontramos ante un festival gore de sangre y vísceras sin sentido
alguno, con personajes que parecen morir infinidad de veces (es lo que pasa si
quieres hacer una película con muchas muertes pero sólo cinco personajes) y
llegando a un punto donde da la sensación que ya no importa nada lo que suceda,
que lo único que uno espera es que fallezcan todos y termine de una maldita vez
y cuyo único aliciente para aguantar hasta el final es ver en qué momento
aparece la icónica motosierra,
imprescindible en la saga de Raimi.
Una lástima, podía haber
salido algo bueno de aquí, pero al final
le ha pasado como a la mayoría de remakes de este estilo, que es totalmente
innecesaria.
Todos nos seguimos
quedando con la deliciosa cutrada de Raimi y Campbell; su travelling entre los
árboles sí era infernal de verdad.
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