¿Alguna vez os ha pasado
que estáis ocupados en casa o en el trabajo y al comprobar vuestro correo
descubrís que alguien os ha enviado una presentación de esas de PowerPoint? No
queréis entreteneros, pero por no borrarlo sin mirar le pagáis un vistazo
rápido. Alguien, un amigo que os quiere mucho, os ha mandado una colección de
fotos espectaculares, paisajes maravillosos de lugares increíbles. Cada imagen
contiene además una parrafada con frases llenas de sentimientos y buenas
intenciones pero, seamos realistas,
apenas llegáis a la mitad del primer párrafo y ya os entran las prisas,
y decidís que todo ese rollo bienintencionado os importa una mierda y que lo
único que vale la pena son las bonitas vistas. ¿Sabéis de lo que hablo, verdad?
Pues exactamente eso es Un amor entre dos
mundos, una solemne tontería que no interesa para nada pero con un diseño
de fotografía alucinante con un efecto casi hipnótico.
La película empieza con
una explicación (de la que debo confesar que no me enteré de nada) sobre porqué
hay dos mundos, uno encima del otro, con gravedades contrarias, de tal manera
que una persona de un mundo no puede físicamente estar en el otro.
Inevitablemente, un mundo simboliza la clase alta y el otro la clase obrera, y
más inevitablemente aún un chico y una chica de distintos mundos se conocerán,
se enamorarán, desafiarán las leyes de la física y de la sociedad para estar
juntos y todos irán contra ellos. Vamos, una vuelta de tuerca más al manido
amor imposible a lo Romeo y Julieta.
En otras ocasiones habría
comenzado con una parrafada sobre las influencias crepusculares a este tipo de
obra, pero sinceramente no creo que sea el caso. El argentino Juan Solanas, sin
dejar de lado el factor romántico, pretende subrayar el humor y la ciencia
ficción en este invento suyo al que, cuanto menos, hay que definir como
original, agradeciendo que de entrada renuncie al empacho de empalaguería
previsible y para lo que ha contado con dos actores de carreras ya consumadas,
en lugar de tiernos yogurines, como son Kirsten Dunst y Jim Sturgess, pero unas
cuantas buenas intenciones no bastan para evitar que su historia sea una chorrada
total. Persecuciones arriba y abajo, saltos entre mundos... todo es tan confuso
que en ocasiones parece que ni el propio director tiene claro hacia qué
dirección le toca caer a cada uno, aparte de lo absurdo que es todo por
definición. Aceptando que pudiesen haber dos mundos opuestos con sus
respectivas gravedades, si están tan cercanos que hay un ascensor que los une y
casi se pueden tocar en sus zonas de montaña, ¿cómo narices puede haber día y
noche y paisajes estrellados? ¿Alguien me lo puede explicar?
En el apartado positivo (y
posiblemente única justificación de Solanas al realizar esta película) es su
belleza visual, planos imposibles, sugerentes, aunando el surrealismo propio de
Dali con el de Escher, paisajes maravillosos sacados de un sueño.
No son razón suficiente
para salvar esta película, pero es que no hay nada más.
Y, por cierto, no es
necesario que se la reenviéis a diez amigos, por mucho que los queráis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario