Habitualmente tengo un
problema con el cine de Steven Soderbergh: o bien me gusta mucho o me aburre
soberanamente. Erin Brockovich, Traffic
o la saga Ocean's, por ejemplo, me
parecen buenas películas, mientras que cosas como su Solaris, las dos partes de Che
o El Soplón son soporíferas y no me
interesaron para nada. Esto parece haber cambiado en sus últimos títulos, en
los que muestra, para bien o para mal, una cierta regularidad, volviéndose algo
más plano y lineal. Esto coincide con su anuncio de retirarse del cine una vez
culminados los proyectos que tenía comprometidos, y entre ellos se incluye Contagio, Indomable (Magic Mike me la salto porque me la
perdí) y estos Efectos Secundarios,
cinco títulos (aún queda uno pendiente de estreno) entre 2011 y 2013 con una
calidad poco más que aceptable.
Apoyándose una vez más en
un buen reparto la sensación general ante esta nueva película dramática ha sido
de decepción, una decepción que no parte tanto de sus cualidades
cinematográficas (o la falta de ellas) como de las expectativas creadas, lo
cual no sé si habría que achacar al propio Soderbergh, al guionista Scott Z.
Burns o a quien decidiera los cortes del tráiler y la campaña publicitaria. Me
explico:
Efectos secundarios trata sobre los problemas mentales de Emily, que
cuando su marido Martin ingresa en prisión por fraude fiscal, cae en una
profunda depresión, teniendo que ser tratada por el doctor Jonathan Banks con
un medicamento experimental. Lo que nadie esperaba es que el nuevo fármaco
provocara en Emily episodios de sonambulismo, que tras la salida de la cárcel
de Martin van a desembocar en un trágico accidente.
Conociendo el gusto de
Soderbergh por la denuncia y las películas en las que hay algo que decir, era
de esperar que la cosa derivara en una crítica hacia la industria farmacéutica,
o hacia los facultativos que recetan medicamentos en fase experimental a cambio
de generosas comisiones. Sin embargo, la ambigüedad moral de semejantes
prácticas apenas se apuntan en la primera mitad del film para ser desechadas
inmediatamente y convertirse en un thriller psicológico con pretensiones
hitchcockianas pero que apenas llega a la suela de los zapatos al peor De
Palma, ya que tras el tercer giro de guion el interés comienza a decaer, el
final no es tan sorprendente como debería y el momento lésbico (no daré más
detalles) parece demasiado forzado, como buscando polemizar a lo Verhoeven en
sus mejores tiempos pero sin conseguirlo.
Rooney Mara está
convincente como depresiva, apática y plana, aunque sus esfuerzos son estériles
cuando conviene cambiar de registro. Channing Tatum, por su parte, es tan mal
actor aquí como en cualquiera de sus otras películas anteriores, demostrando lo
importante que es en la vida, y en Hollywood más, caer en gracia. Jude Law, en cambio cumple con creces,
creciendo como actor en cada nuevo papel (basta con recordar su reciente
Karenin de Anna Karenina) mientras
que Catherine Zeta-jones simplemente pasaba por ahí.
Una lástima este acomodo
de Soderbergh, pues podría haber hecho una interesante denuncia o un
apasionante thriller, pero que termina deambulando entre ambas opciones sin
saber por cual decantarse, lo cual acaba reflejándose en la película, correcta pero desapasionada y sin
personalidad.
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