Gus Van Sant es uno de esos directores que cuando
filman una película dejan su sello marcado. Sin tener una virtuosidad especial
con la cámara ni juegos de luz dignos de ser estudiados en las academias de
cine, si tiene un estilo personal, un
punto de autor, que hacen de sus películas algo especial. Títulos como El
indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester o Mi nombre es Harvey Milk así
lo demuestran y Tierra prometida no es ninguna excepción.
Con Matt Damon volviendo a escribir un guion
(recordemos su Oscar junto a Ben Affleck por la mencionada El indomable Will
Hunting), esta vez junto a John Krasinski, la película cuenta la sencilla
historia de dos comerciales de una compañía de gas que acuden a un pueblo
llamado McKinley con la intención de conseguir permiso para perforar en sus
tierras a cambio de una generosa compensación. Un trabajo que Steve Butlet
(Matt Damon), un joven natural de un pueblecito muy parecido a McKinley,
pensaba que iba a ser pan comido, pero que se complicará con la entrada en
escena de un activista ecológico. Una historia sencilla y rural que invita a
meditar sobre el poder de las multinacionales, aunque lo verdaderamente
importante es el viaje interior que realiza Steve y que le hará replantearse
todo en lo que creía.
Quizá de entrada la historia no desborde
originalidad (hay un giro de guion hacia el final que se ve venir de lejos),
pero está narrada con una sencillez tal que se convierte en entrañable, invitándonos a sentirnos como un habitante
más de McKinley y participar en el debate. Un debate, por cierto, en el que el espectador puede
tomar partido libremente pues (al menos a priori) ni la empresa es una
estafadora a quien se deba odiar ni los habitantes del pueblo son unos avariciosos
catetos a los que despreciar. Steve y su compañera Sue Thomason (Frances
McDormand), exponen su oferta con sinceridad y tanto los argumentos a favor
como los que son en contra son válidos y justificados.
En el tema interpretativo Damon cumple con creces,
en el papel de un tipo corriente, simpático y agradable, con el que resulta
fácil identificarse y mucho más creíble, a mi parecer, que cuando hace de tipo duro a lo Jason
Bourne. Secundándolo Frances McDormand está excelente como siempre y hacen acto
de presencia rostros conocidos como Hal Holbrook, Titus Welliver o Rosemarie
DeWitt, mientras que el coguionista John Krasinki se reserva el personaje del
activista.
Película agradable y deliciosa que permite
alejarse de la gran ciudad y enamorarse de la sencillez del campo y de sus
gentes y quizá, ¿por qué no?,
ilusionados con comprar nuestra propia parcela en la tierra prometida.
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