Debería comenzar diciendo que Downton Abbey es una película deliciosa, con un sentido del humor agradable y que desprende una sensación de bunas intenciones y positividad que se agradece. Es una lujosa recreación de la Inglaterra eduardina centrada en la historia de una familia que recibe en su mansión al mismísimo monarca y los tejemanejes de su cuerpo de empleados por conseguir ser ellos los encargados de atender a os invitados en lugar del propio séquito que lo acompaña desde palacio.
Sin ser una obra perfecta, la película se deja ver con agrado, sin conflictos demasiado relevantes ni villanos que amenacen con agriar el ambiente. Es una dramedia pura para un sábado por la tarde agradable, con un argumento algo tibio que se puede adolecer, si acaso de una falta de ritmo que puede llegar a aburrir a aquel que no acepte dejarse enamorar por el glamour y la elegancia de los bailes reales y los banquetes.
Dicho esto, es momento de entrar en el gran problema de la película. Y es, ni más ni menos, que no es una película. Hecha con un buen presupuesto y grandes recursos, estamos, en realidad, ante el capítulo alargado de una serie de televisión. La conclusión, de hecho, de la ya mítica Downron Abbey que a su vez era heredera de la clásica Arriba y Abajo. Esto significa que todos los esfuerzos y todo el cariño depositados en esta producción van dirigidos, casi exclusivamente, a los seguidores de la serie, dejando que el resto de los espectadores entremos en la mansión por la puerta de atrás, como invitados de segunda fila, con permiso para mirar, pero no tocar. Así, al ajeno a la producción televisiva le costará mucho entrar en la historia, entender de buenas a primeras las relaciones familiares o simpatizar con los protagonistas, ya que no hay una presentación de personajes formal y se da por sentado que quien se vaya a aventurar a ver esta película viene directamente de la serie. Es algo similar a lo que sucediera, en su tiempo, con Serenity, que el iluso que escribe esto pretendió ver sin tener conocimiento alguno de lo que era Firefly.
Así, sin desmerecer el resultado final, me veo en la obligación de, si no desaconsejar, por lo menos advertir, a los que no sean fieles seguidores de la serie, para que estén sobre aviso de que se van a encontrar con una fiesta ajena. Y que van a poder distraerse con las peripecias de la familia Crawleys y sus sirvientes, pero nunca lograran sentirse como en casa y disfrutar como se debe.
Valoración: Seis sobre diez.
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