Demasiado tiempo he tardado en poder hablar de una de las mejores series del año. Pero como se suele decir, la actualidad manda. Y en mi caso la actualidad ha sido un duro golpe que me ha dejado sin ganas para casi nada durante un buen tiempo.
No sé si La línea invisible sea la mejor opción para recuperar mi rutina con el blog (iba a decir que necesito escribir para mantener mi cordura, pero lo cierto es que nunca he dejado de hacerlo y en camino está ya mi cuarta novela), pues no se trata precisamente de un tema cómico, pero si de lo que se trata es de encajar golpes duros de la vida, que mejor ejemplo que el descubrir, en una historia que refleja bastante la realidad de lo sucedido, como se empezó a gestar la banda terrorista ETA.
No querría perder mucho tiempo en la absurda polémica que ha envuelto a la serie (como siempre, auspiciada por unos iluminados que la han atacado antes incluso de su estreno), pero desde luego quien piense que la lujosa producción de Movistar tiene como objetivo blanquear a la banda terrorista no puede ir más equivocado.
Al igual que hiciera Amenábar en la maravillosa Mientras dure la guerra (no es casual que Alejandro Hernández participe como guionista en ambas producciones), Mariano Barroso se ha limitado a reflejar una realidad, la de la España de postguerra, lo más imparcial posible. Puede que a algunos no les haga gracia que los etarras no se muestren como unos sádicos asesinos sin escrúpulos, pero esperar eso sería buscar ficcionar algo que no fue así. ETA, al menos en sus comienzos, tenía un carácter más revolucionario que violento, y no fue hasta cruzar la metafórica línea invisible del título que se inició un camino sin marcha atrás que derivó en lo que todos conocemos. Así, la serie nos muestra a unos jóvenes idealistas que, con más o menos razones, se embarcan en una misión como oposición al régimen de Franco y en defensa de unos supuestos valores patrios que, como refleja la propia división interna en la banda, solo puede aspirar a hacerse notar por la vía de la sangre.
Enfrente, el cuerpo de policía representado por Melitón Manzanas, que puede llegar a resultar odioso, aunque, como el Franco de Amenábar, no por ello deja de ser un hombre de familia capaz de querer y proteger a los suyos.
Esta es una pugna ideológica entre los personajes de Antonio de la Torre y el de Àlex Moner, una cargada de claroscuros en la que nunca puede haber y vendedor. Y para dejar constancia de ello, el episodio cinco, clave para el devenir de la trama, no está protagonizado por ninguno de los dos, dejando claro que en realidad esto no va de luchadores, sino de víctimas. Y las víctimas no son ni los presuntos opresores ni los presuntos oprimidos sino, justamente, todos los demás, todos los inocentes que, como en cualquier conflicto, como en cualquier guerra, no pasan de ser recordados como los clásicos daños colaterales.
Y es por eso que uno pueda extrañarse al principio de ver a Anna Castillo en un rol tan secundario, pero su decisión final y el monólogo suyo con el que se abre y cierra la serie es toda una declaración de intenciones.
Lo dicho, una magnifica serie y un magnífico retrato de una época que solo auguraba un futuro sombrío para el país y que veremos en breve en la adaptación de la novela Patria que está a punto de ver la luz en HBO.
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