Apenas acabamos de empezar el año y ya nos ha llegado el primer gran éxito del cine francés, la película que está arrasando en el país vecino. Vamos, una de esos cientos de récords que al parecer se baten como si nada cada año.
El gran baño supone la dirección en solitario del actor Gilles Lellouche después de codirigir Narcos con Tristan Aurouet, y su argumento es una especie de mezcla entre títulos como Full Monty, con una serie de marginados sociales buscando demostrar que tienen un lugar en el mundo (tanto para los demás como para sí mismos), y Campeones, dando una nueva vuelta de tuerca a la historia de un equipo deportivo sin posibilidades para ganar que gracias a la aptitud de un entrenador con sus propios fantasmas consigue lo imposible.
Con un reparto bastante bien nutrido de caras reconocibles de la cinematografía del país vecino, la película cuenta con dos problemas esenciales. Por un lado, que, pese a pretender ser una comedia, tiene un arranque cantante poco acertado, teniendo poco tino Lellouche a la hora de presentar a los personajes de su historia coral (de hecho, alguno de los protagonistas ni siquiera tiene historia), con lo que se acerca más al drama simplista que al humor, mientras que por el otro termina resultando inverosímil, previsible y, lo que es peor, aburrida.
Aunque soy conocedor de que el humor francés tiene unos rasgos distintivos que no lo hacen accesible para todo tipo de público, no estando yo entre los más entregados a la causa, la realidad es que poco lucimiento hay en una historia vista mil veces, torpemente contada y que resulta más simpática (no como sus protagonistas) que divertida, con un montaje final, además, demasiado alargado para un film de estas características.
Es, en resumen, una muestra más de que en Francia muchas películas parecen hechas con una fotocopiadora y al público parece darle igual. A veces, la fórmula es la correcta. En este caso, no.
Valoración: Cuatro sobre diez.
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