Yo,
Daniel Blake es la nueva película de Ken Loach tras la interesante Jimmy’s Hall y que supone una nueva
colaboración con guionista habitual, Paul Laverty, después de que este se
tomara un respiro para escribir la estupenda El Olivo.
Siguiendo
con coherencia el estilo habitual de estos dos colegas, Yo, Daniel Blake se engloba dentro del cine de denuncia en el que
tan bien se desenvuelven ambos, con la historia de un veterano carpintero que
debe dejar de trabajar tras un infarto y al que el gobierno de niega el
subsidio por enfermedad por no tener el grado de gravedad necesario según los
resultados de un test escrito. Su única posibilidad para conseguir dinero es
acogerse a la prestación de desempleo, pese a saber que no está en condiciones
de trabajar. Pero su vida dará un vuelco tras conocer a Katie, una madre con dos
hijos sin trabajo y en la más completa miseria con quien forjará una gran
amistad.
Yo, Daniel Blake es una película amarga en la que Loach reflexiona con
sarcasmo sobre la estupidez de una burocracia compleja y ridícula y la falta
total de empatía de unos trabajadores gubernamentales incapaces de salirse del
camino estipulado y ofrecer soluciones que no sean contempladas por los
formularios y los programas informáticos. Pese al dolor y la desesperación que
rezuma la película no todo está perdido, y Loach y Laverty esparcen pequeñas
pinceladas de optimismo en forma de los diferentes secundarios que van
apareciendo a lo largo de la película y que permiten pensar que no todo está
perdido en esta sociedad consumista y digitalizada en la que vivimos.
Sin
caer en el sentimentalismo barato, Loach consigue conmover a la vez que
indignar con una historia sobre el sufrimiento humano y la fuerza del espíritu,
personificados en la figura de un hombre que, pese a las adversidades, se niega
a perder la escasa dignidad que le queda y aspira a luchar contra el sistema,
por más que las nuevas tecnologías sean una más de las muchas barreras del
camino.
Una
película conmovedora pese a que contiene momentos ligeramente previsibles y no
llega a sorprender en ningún momento, quizá porque estamos ya demasiado
acostumbrados a ver injusticias como las del film a nuestro alrededor. No es
cuestión de revelarnos y alzarnos contra el sistema, pero sí es reconfortante
que alguien alce la voz de vez en cuando, y para eso Loach es único.
Valoración:
Siete sobre diez.
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