Nos estamos acostumbrando
a que el cine español se abra poco a poco a temas más variados tomando como
referente un Hollywood cada vez menos inalcanzable, pero quizá películas como
esta son todavía una rara avis por aquí, más allá de algún drama intenso como Mar abierto.
100 metros
es una película basada en un personaje real (Ramón Arroyo) con una enfermedad,
pero más allá de eso es una historia de superación, una historia sobre que no
hay nada imposible y que los únicos límites que tenemos son los que nosotros
mismos nos imponemos.
100 metros cuenta como
vida de un gran publicista cambia cuando descubre que tiene esclerosis
múltiple, una enfermedad degenerativa que lo mengua física y anímicamente y lo
hunde en una depresión de la que sólo puede aspirar a salir con el empeño de
finalizar un Iron Man, una de las pruebas deportivas más duras y exigentes que
hay.
Como no podia ser de otra
manera, esto deriva en una aventura de gran calado sentimental y lágrima fácil,
con momentos que rozan la pornografía sentimental que ríete tú de Un monstruo viene a verme, con un
dramatismo épico que funciona aunque fuerza demasiado la maquinaria.
Afortunadamente, hay en la
película una segunda historia que desconozco si es igual de real que la
primera, que se centra en la vida triste y aislada de su suegro, aspirante a
gran ciclista en su juventud y entrenador retirado ahora. Enfrentados a muerte
desde siempre, es la enfermedad y la desesperación lo que les obligará a
entenderse y a aprender el uno del otro. Y es en esta subtrama donde mejor
funciona el elemento emocional, quizá debido a la empatía del personaje o puede
que por la calidad de la interpretación de Karra Elejalde.
Y es que una vez más Dani
Rovira se empeña en disfrazarse de actor dramático y la cosa le queda muy
forzada, mientras que a Elejandre la pasión le sale de dentro, estando tan
brillante como es habitual en él. Rovira se esfuerza, eso es notable, y logra
superar su papel en aquella patochada de El futuro ya no es lo que era, pero su composición resulta algo artificial y
exagerada. A medio camino se encuentra Alexandra Jiménez, otra habitual de la
comedia que sale airosa del experimento pero por los pelos. Y eso me lleva a
preguntarme en qué narices estaban pensando los responsables de casting, más
allá de la pura comercialidad, para reunir a tres actores de un rango tan
marcadamente cómico en semejante drama.
Marcel Barrena, el
director, olvida definir un poco mejor al protagonista, Ramón, un friki en
potencia (o eso imaginamos) al que relaciona al principio en exceso (en un
intento de metáfora nada sutil) con el Iron
Man de Marvel para olvidarse pronto de ese rasgo distintivo, mientras que
reúne a una colección de marginales demasiado estereotipada para representar el
drama de una enfermedad ya que no conviene demostrarle en exceso en el
protagonista. Al menos, eso sí, el aprovechamiento de los paisajes es mucho más
inteligente y vistoso que en la reciente La
propera pell, convirtiendo a la ciudad de Barcelona y sus alrededores en
parte de la historia.
100 metros
no es una película perfecta y peca por momentos de manipuladora pero cumple en
sus requisitos de mostrar una historia de superación casi imposible de creer si
no fuese real, con un trasfondo sobre el amor, la amistad y la pérdida que sin
duda empañará muchos ojos este fin de semana, aunque sea abusando de la
sensiblería.
Valoración: Siete sobre
diez.
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