Acostumbro a desconfiar
bastante del trabajo de Clint Eastwood como director, posiblemente uno de los
más apreciados por la crítica pero que a mi particularmente nunca me ha
terminado de convencer. Demasiado dado al melodrama para mi gusto e
ideológicamente manipulador (véase su último trabajo, El francotirador, como ejemplo claro). Claro que también es cierto
que a excepción de ese título concreto sus obras más recientes tampoco es que
hayan seducido demasiado al público, aunque eso parece haber dado un vuelco con
este Sully, un verdadero pelotazo en
taquilla.
Y es que ciertamente, Sully es una de las mejores películas de
Eastwood, la mejor sin duda de la última década. Puede que esto se deba,
sobretodo, a que en lugar de retratar a los perdedores de siempre, personajes
oscuros en busca de redención, Eastwood presenta esta vez a un verdadero héroe,
un hombre merecedor de convertirse en leyenda que no sólo logra hacer un
milagro a los mandos de un Airbus 320 sino también luchar contra el sistema y
los intereses creados.
Sully
es una película muy heredera de los atroces acontecimientos del 11S, el cual,
pese a no nombrarse más que en un efímero momento en la película, está muy
presente en todo el metraje, sobre todo en la intencionalidad de expandir el
heroísmo de Sully a toda la ciudadanía de Nueva York, ya sean tripulantes del
avión, pasajeros, policías, médicos de urgencias, etc.
Estamos ante la historia
de Chesley 'Sully' Sullenberger, un experimentado piloto de avión que en pleno
vuelo pierde los dos motores de su nave y decide, como medida desesperada,
amerizar en medio del río Hudson, logrado la proeza sin ninguna víctima mortal.
El problema viene cuando, tras ser designado como un héroe por los medios, la
compañía aseguradora y la Administración Federal de Aviación siembran la sombra
de la duda al asegurar que Sully podía haber llegado hasta una lista de
aterrizaje sin necesidad de poner en peligro la vida de todo el pasaje.
Hay una película de
referencia muy cercana en el tiempo, El vuelo, de Robert Zemeckis, cuyo punto de partida era muy similar aunque la
integridad moral del piloto que en esa ocasión interpretaba Denzel Washington
era la que se ponía en duda (por sus coqueteos con el alcohol). Quizá con esa
película en mente (o puede que también con Viven,
de Frank Marshall), Eastwood se ha asegurado de no cometer el error de sus
colegas de mostrar la escena más espectacular al inicio del film (el accidente
del avión en sus respectivas variantes), por más que la película, en realidad trata más sobre la
investigación (por no decir juicio) al que someten a Sully en la intimidad que
de su heroica gesta. Es por ello que el director californiano recurre a contar
la historia en dos líneas temporales, recurriendo con efectividad a los
flashbacks que nos permiten ver hasta en tres ocasiones el complicado
acuatizaje, no siendo hasta el momento final de la película en que lo
apreciamos en todo su esplendor, rescate posterior de pasajeros incluido. Solo un
par de flashbaks sobre la infancia de Sully desentonan, no aportando nada
verdaderamente importante a la trama, ya que en el fondo el detalle más íntimo
del comandante no queda nunca bien definido.
El problema de la decisión de Eastwood radica en que se
ponen todas las cartas sobre la mesa desde el primer momento, imagino que dando
por hecho que todo el mundo conoce de sobras la historia real y no dejando nada
de intriga para su desarrollo. Quizá si hubiesen pensado que fuera de los
Estados unidos nadie iba a recordar con detalle la aventura del A-320 y se
hubiesen guardado algún dato para el final habría resultado más emocionante,
como por ejemplo desconocer el destino de todos los pasajeros. Aun así, parece
claro que por una vez no se busca la emotividad a través del drama, sino de la
alegría, y Eastwood es capaz de provocar lágrimas viendo las manifestaciones de
los supervivientes y su reacción ante la presencia de Sully (de nuevo el recuerdo
del 11S sobrevuela la película), y ese es posiblemente su mayor acierto.
Puede que Sully
sea, a su manera, igual de manipuladora que 100 metros, ya que eso de convertir a personajes anónimos en héroes es algo que
a los americanos se les da muy bien, pero como sea hay que reconocerle a
Eastwood que hace un trabajo impecable tanto en los momentos más intimistas
como en las escenas del avión y que sabe sacar todo el jugo de la pareja
protagonista, un Tom Hanks sensacional y un Aaron Eckhart muy notable. La única
pega, como digo, dejar de lado la vida personal de ambos, a los que apenas
llegamos a conocer, más cuando de Sully sí nos muestran retazos que, a la
postre, resultan incompletos.
Magnífico, esta vez sí, Eastwood en una película
emocionante y muy disfrutable, que oculta una feroz crítica a los intereses
creados y a la manipulación de la realidad en pos de los beneficios económicos.
Valoración: Ocho sobre diez.
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