Más
de dieciocho años después de que Trueba triunfara en los premios Goya con la
interesante La niña de tus ojos, con
la que culminaba una época dorada tras su coqueteo americano de Two Much, La Reina de España supone una continuación de las peripecias de esa
troupe cinéfila alrededor de la estrella Macarena Granada a la que daba vida
Penélope Cruz.
Como
recordarán, La niña de tus ojos
culminaba con un Antonio Resines desamparado en la Alemania nazi al que se le podía
dar por muerto, condensando el descenso a la oscuridad de una película bastante
divertida que se iba volviendo más seria y triste a medida que avanzaba el
metraje. Con La reina de España
sucede justo lo contrario, empieza muy dramática, con el personaje de Resines
regresando a un Madrid lluvioso, convertido en un hombre sin hogar y, casi, sin
identidad, para ir cogiendo color hasta un final festivo y bastante simplón, un
final “made in Hollywood”, que diría Woody Allen.
Pues
sí, el antaño director de cine Blas Fontiveros ha sobrevivido a su estancia en
un Campo de Concentración y ha regresado a la España de postguerra coincidiendo
con el retorno del Hollywood dorado de su musa y antigua amante, la actriz
Macarena Granada, que va a protagonizar en España una película basada en Isabel
la Católica (un proyecto, por cierto, que existió realmente: Samuel Bronston
habría producido Isabel of Spain
protagonizada por Sophia Loren de no ser por el fracaso de La caída del Imperio Romano).
Así,
Fontiveros y Macarena se reencuentran, al igual que el resto del equipo: Julián
Torralva (Jorge Sanz), Castillo (Santiago Segura), Lucía (Neus Asensi), Trini
(Loles León) y Rosa (Rosa María Sardà). Solo el marco interpretado por Jesús
Bonilla cae de la ecuación y su participación se limita a un simple cameo. A
estos hay que añadir a dos nuevos integrantes, el ayudante de dirección Pepe
Bonilla (Javier Cámara) y el maquinista Leo (Chino Darín).
La
excusa para esta secuela (algo a lo que, Torrente y REC aparte, no estamos demasiado
acostumbrados en este país) es la ilusión de Fernando Trueba por saber qué ha
sido de estos personajes a los que tomó tanto cariño y volver a reencontrarse
con ellos, y sin duda esa ha sido también la excusa para que el reparto
original al completo haya accedido a regresar, Penélope incluida. Sin embargo,
quien ya no está es David Trueba y Rafael Azcona en la escritura del guion y
quizá eso sea lo que marca las principales diferencias entre La reina de España y La niña de tus ojos. Y es que, digámoslo
sin tapujos, La reina de España es
inferior, muy inferior, a la película de 1998.
Trueba
parece querer hacer un homenaje a su profesión y reivindicar el ejercicio de
los cineastas españoles durante el franquismo, en un ejercicio de egocentrismo
profesional y auto homenaje similar al que hicieran los hermanos Coen en ¡Ave, César! pero con mucha menos gracia.
La mayoría de los gags no divierten como debieran, la trama general es
simplista y absurda y se intuyen un montón de posibles buenos momentos
desaprovechados. Hay, además, un claro discurso político que no favorece en
nada a la película y al que supo esquivar muy bien en La niña de tus ojos, convirtiendo por momentos el film en una
proclama antifranquista (por más que se empeñe también en minimizar la figura
del dictador español con constantes comparativas con Hitler).
Ni
siquiera la aportación americana luce como debe, con un esperpéntico Cary Elwes
(que lejos ha quedado La Princesa
prometida) que logra milagrosamente sacar algo de jugo a su torpe
personaje, un interesante Mandy Patinkin (desaprovechado reflejo de la Caza de
Brujas de McCarthy, un presencial Arturo Ripstein reflejando al propio Bronston
y una versión cruelmente deformada de John Ford con los rasgos de Clive Revill.
Eso sí, al menos hay que reconocer que los actores se esfuerzan al máximo y
logran sacar provecho de lo poco rescatable de sus guiones. Se nota que se
sentían cómodos en los personajes y que han podido acomodarse en ellos a la
perfección, abriendo las puertas (el propio Trueba no lo ha descartado) a una
tercera película.
No
todo en La Reina de España es malo.
Hay momentos divertidos, secuencias muy bien rodadas y se denota un amor por el
cine que siempre termina por traspasar la pantalla y contagiar al espectador
más apasionado. Esos trucos con los decorados, esas construcciones de cartón
piedra y esas intimidades en los rodajes son una gozada, y la magnífica puesta
en escena (es lo que hay cuando se tiene dinero para gastar) consiguen que la
película merezca el aprobado justo, lo cual no deja de ser una tremenda
decepción ante las expectativas creadas.
La reina de España es más una fiesta de reencuentro entre viejos amigos
que una película, y todo aquel que no se sienta partícipe de la misma se
quedará con un regusto amargo y con la sensación de que el propio guion no es,
en cierta medida, una copia de lo que ya había en la anterior película. Eso sí,
como en toda fiesta que se precie, hay invitados sorpresa. Y saber reconocerlos
es también un aliciente añadido.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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