François Ozon es un director de reconocido prestigio en su Francia natal al que le gusta dotar a sus historias de personajes perdidos en busca de respuestas acerca de la propia vida de un estilismo visual bastante impecable.
Después de Joven y Bonita, en El amante doble Ozon sube la apuesta y describe a una muchacha herida por dentro, una mujer en busca del amor y la felicidad que, sin embargo, parece incapaz de sentir. Cuando tras varias sesiones de terapia termina conviviendo con su psiquiatra, un oscuro secreto sobre su nuevo novio la incitará a investigar en un cruento pasado que podría facilitarle respuestas sobre su propia identidad.
Con un inteligente juego de dobles cámaras e imágenes reflejadas en espejos, metáforas claras sobre el desdoblamiento de los protagonistas (en la pripia mente de la joven Chloé y en forma de los dos hermanos gemelos que conforman su pareja Paul y Louis, también psicólogo), Ozon peca de querer buscar unas metas demasiado ambiciosas, jugando a imitar el ambiente sórdido y malsano de directores como De Palma, Cronenberg o Verhoeven, paseando siempre por la delgada línea que separa la genialidad con el mal gusto (el comienzo de la película es un primer plano de una vagina que se transforma en el ojo de Chloé), llegando a rozar en ocasiones el propio ridículo. Es, quizás, su desesperado deseo de provocar que lo lleva a momentos de erotismo incómodo que se atreve a llegar hasta donde no se atrevieron los autores de la bobada esa de Cincuenta sombras de Grey, un erotismo que en ocasiones ayuda a dar sentido a una historia intrigante y excesivamente rocambolesca pero que en otras resulta algo hastiante y excesivo.
A la postre, El amante doble pretende ser un juego de incertidumbres y pistas falsas sobre la identidad y el deseo, pero aspira demasiado Azon al pretender confundir al espectador de tal manera que por momentos la trama resulta confusa y casi incomprensible, buscando (aunque no aseguraría yo que consiguiendo) que el desenlace invite al debate y la reflexión entre los espectadores para tratar de acordar sobre lo que acaban de ver.
Aun atufando en algunos momentos a artificiosidad (e incluso algo de pretenciosidad también), la historia engancha lo suficiente como para mantener el interés en todo momento, atrapando de manera hipnótica al espectador y consiguiendo que se sienta culpable por la enfermiza fascinación que provoca, en parte gracias a la mezcla de fragilidad y dulzura que logra transmitir Marine Vacth.
Valoración: Seis sobre diez.
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