La reina victoria y Abdul es la nueva película de Stephen Frears prácticamente
un año justo después de Florence Foster Jenkins.
De
nuevo, el cineasta irlandés se apoya en una historia real para elaborar una
comedia inteligente y emotiva. Ya en el ocaso de su reinado, Victoria del Reino
Unido y emperatriz de la India conoció a Abdul Karim, un hindú al que traer
desde su Jhansi natal para entregar una ofrenda a la monarca. Su desparpajo y sincero
descaro pronto cautivan a la reina, que decide convertirlo, primero, en su
criado personal y, más tarde, en su Munshi, una especie de mentor que la
introducirá en la cultura india y musulmana. La relación entre ellos será apasionada
y cariñosa, algo mal visto por la sociedad de la época. Por eso, por encima de críticas
a la política colonizadora del imperio o a subrayar la disparidad cultural y
racial entre ambos personajes, Frears prefiere hacer hincapié en la corte real
que rodea, como buitres al acecho, a la reina, encabezados por su propio hijo Bertie
y heredero al trono.
Como
el propio Frears reconoce, no es este un cineasta de gran personalidad y huella
reconocible. Además, sus intenciones son más las de entretener que las de dar
una lección de historia. Por ello quizá se pueda echar en falta en la película
un poco más de punch, un deje crítico que se puede intuir solo a base de
voluntad. Sin embargo, como retrato de una época y plasmación de una hermosa e improbable
amistad, la película funciona estupendamente, siempre con la inestimable ayuda
de la grandísima Judi Dench (que había trabajado hace poco con el propio Frears
en Philomena, y consiguiendo algunos
momentos realmente divertidos, casi siempre en torno a las reacciones de los
estupefactos nobles de la Casa Real.
No
es, en fin, un alegato contra el racismo ni la intolerancia religiosa, aunque
sí sería muy aconsejable que la viesen muchos que piensan que en esta vida todo
es blanco y negro y no dejan espacio para nuevas ideas en sus aletargados
cerebros.
Con
Le reina Victoria y Abdul, Frears consigue decir muchas cosas sin pretenderlo.
Y, además, con una sonrisa constante en el rostro.
Valoración:
Siete sobre diez.
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