Joe
Wright es un director de gran personalidad y potente pericia visual, y a
excepción de la fallida Pan todas sus
películas han aportado un cierto punto de interés por su puesta en escena,
siendo el caso de Anna Karenina,
posiblemente, el más radical.
En
El instante más oscuro Wright parece
moderarse un poco a la hora de acometer la figura del primer ministro británico
Winston Churchill, en una obra que podría ser la cara B de la Churchill de Jonathan Teplitzky
estrenada hace un par de meses y que yo tuve la ocasión de ver esta misma
semana, pero que también se relaciona con otras películas recientes como el Dunkerque de Christopher Nolan o Su mejor historia de Lone Scherfig, sin
duda la más redonda de las cuatro.
El instante más oscuro tiene un punto de partida muy similar al de Churchill, presentándonos la figura del
político y orador a través de una nueva secretaria y de su esposa, aunque hay
una diferencia en cuanto a la época a describir que rápidamente diferencia
ambas películas y ofrece dos miradas casi en las antípodas del personaje.
Mientras en aquella se veía a un Churchill asustado por las posibles bajas
humanas del desembarco de Normandía aquí es el principal defensor de la guerra,
convencido de que firmar la paz significaría rendirse ante el régimen nazi y
perder con ello toda la identidad del Imperio.
Gary
Oldman, bien escudado en el látex, hace una brillante interpretación del
político, imitando sus gestos y tono de voz a la perfección, y Wright juega con
la cámara como tanto le gusta, con inspirados planos secuencia y mostrando la
guerra apenas con cuentagotas pero suficiente como para transmitir las sensaciones
oportunas, siendo su representación del rescate civil a Dunkerque mucho más
creíble y épico que el de Nolan. Claro que eso no es nuevo para él, ya que en Expiación un soberbio plano secuencia
resumía lo que posiblemente fueron las playas de la costa francesa mucho mejor
que Nolan en una película entera. Sin embargo, y pese a estos momentos de
delicia visual, la película no va mucho más allá, resultando algo reiterativa
en su discurso y terminando por ser una repetición de gente hablando entre la
oscuridad de las salas del parlamento británico repitiendo lo mismo. Las intrigas
palaciegas para poner a Churchill en el poder, primero, y tratar de quitárselo
de encima, después, no ahondan lo suficiente como para conocer de verdad los
entresijos de la política británica en tiempos de guerra y tampoco la propia
figura de Churchill, limada de cualquier atisbo de claroscuros que pudiera
tener, resulta demasiado bien definida.
Al
final, estamos ante una película de cuidada técnica y potente interpretación,
pero que como retrato de una época histórica sigue resultando demasiado pobre,
como si Wright dudase entre desnudar al hombre de sus miserias o, simplemente,
rendirle pleitesía.
No
muy superior a la reciente Churchill,
es solo un complemento para poder apenas imaginar algo sobre el primer
ministro, aunque la historia del cine todavía le debe una buena película al un
político que será más recordado por sus discursos que por sus decisiones.
Valoración:
Seis sobre diez.
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