Dirigida por Derrick Borte, Salvaje
es una de las valientes que se han atrevido a estrenarse en dices, quizá por
venir de la mano de una productora pequeña.
El inmenso (en todos los sentidos) Russell Crowe interpreta a un
personaje de vueltas de todo, empecinado en enseñar, por las malas, lo que es
tener un mal día a una madre maleducada con la que se cruza en la autopista.
Con tintes de El diablo
sobre ruedas, Crowe encarna al mal en estado puro, un desquiciado
acongojante del que sabemos muy poco (prácticamente lo que se nos muestra en un
inquietante a la par que desconcertante prólogo) que para nada puede suponer un
ejemplo de ejemplaridad social, por mucho que él mismo se lo pueda creer. De
hecho, no es la intención de Borte la de adoctrinar, pese al punto de
concienciamiento social que puedan tener los títulos de crédito (un poco a
imagen y semejanza de los de la saga de La
purga). Con apenas un par de pinceladas sobre el pasado del protagonista no
es posible empatizar con él como se podía hacer con el personaje de Michael
Douglas en la mencionada Un día de furia. Puede que en su mente la sociedad lo
haya tratado muy mal, pero eso no lo habilita para convertir a esa desconocida
en la personificación de toda esa sociedad que merece su venganza.
Análisis profundos aparte, la película podría verse como una sarta
de secuencias absurdas, casi ridículas, que obligan al espectador a ser
cómplice de la trama. Con unos excesos sanguinolentos y una violencia gratuita
desmedida, la película es digna de festivales tipo Sitges, aunque carece del
humor zafio que otras propuestas usan para compensar esos momentos casi gores.
Por eso, la valoración de esta película va a depender más de la calidad del
espectador que de la propia producción, pudiendo ser una gozada para unos y un
espanto para otros.
Lo que no se puede negar es su cualidad para mantener en vilo al
espectador, traspasándole la angustia de la protagonista y permitiéndole, en
estos tiempos tan difíciles que vivimos, olvidar por una hora y media, los
problemas del mundo exterior. Se trata de gozar con el sufrimiento ajeno, un
ejercicio de masoquismo egoísta que, en la ficción, resulta muy saludable.
Valoración: Siete sobre diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario