Uno de los temas
más antiguos de la historia del cine (o ser la literatura, ya puestos) es la
eterna lucha del bien contra el mal. Retorciendo a su antojo conceptos
bíblicos, 30 monedas se ampara en ese
concepto para componer una obra maestra cargada de homenajes y referentes al
género del terror con una brillantez inaudita.
El principal mérito
de Álex de la Iglesia y su guionista de cabecera, Jorge Guerricaechevarría, es
saber hacer una fusión de géneros sin que rechine en ningún momento. Uno de los
problemas que suele tener el cine español (y por extensión su vertiente
televisiva) es el trabajar entre dos aguas: la de seguir sus pepitas señas de
identidad o el querer verse en el reflejo de las producciones americanas. Con 30 monedas, de la Iglesia consigue una
comunión espectacular entre ambos conceptos, logrando codearse con el cine de
Carpenter sin renunciar a un toque berlanguiano (qué ganas tenía de utilizar la
expresión desde que fuese aceptada por la Real Academia). A fin de cuentas, si
Stephen King huye de las grandes urbes para situar sus historias en sencillos
pueblos de Maine, por qué no íbamos a hacer aquí lo mismo con la España rural.
30 monedas es, como ya he dicho,
otra vuelta de tuerca al concepto de Dios contra el Diablo, una guerra santa
que, como suele ser habitual, se termina librando en la tierra.
Las influencias del
cine de Carpenter son claras, con especial hincapié a La Niebla, El pueblo de los
malditos o La Cosa, pero también
hay mucho referente literario detrás, desde personajes que parecen extraídos
del Drácula de Brad Stoker, monstruos
Lovecraftianos o tramas que recuerdan a La
tormenta perfecta o La Niebla de
Stephen King. De hecho, ese Angelo que personifica el mal en estado puro bien
podría haberse llamado Randall Flagg.
Y ese es el otro
gran mérito de 30 monedas. En una
historia a priori muy lineal (una moneda perteneciente al pago por la tradición
de Judas aparece en un pequeño pueblo de Segovia y sólo el alcalde, la
veterinaria y el cura pueden evitar que caiga en manos del demonio) se
reinventa en casa episodio de manera que las sorpresas son continuas,
impidiendo que el espectador pueda edificar nunca lo que le espera. Si un
episodio recuerda a El exorcista, el
siguiente parece sacado de una película de terror teen con ouija incluida. Hay brujas, poseídos, y hasta reversos
tenebrosos. Incluso he creído ver referencias al terror claustrofóbico de Alien. Todo eso, acompañado de una
imaginería visual impecable, como una versión oscura de las fantasías propias
de Guillermo del Toro.
Además, para
conseguir una mayor coherencia, de la Iglesia abandona su humor más literal,
aquel que hacía dudar si El día de la
Bestia o Las brujas de Zugarramurdi
eran reír o comedia, para limitarse a toques más sutiles, como la ineptitud
inicial del alcalde (muy convincente Miguel Ángel Silvestre) o la sorpresa que
produce la aparición de ciertos esperpentos.
Álex de la Iglesia
tiene una mente privilegiada, capaz de hacernos viajar a mundos imaginarios y
hacernos creer que están justo al cruzar la puerta, pero en esta ocasión riza
el rizo en un salto mortal sin red, trayendo lo que quizá sea la propuesta más
arriesgada del audiovisual español en toda su historia. Una epopeya de terror
que, bien apoyada en la gran labor de Eduard Fernández, funciona como un tiro,
con seis episodios que casi parecen películas independientes por sí solas y un
final partido en dos capítulos cuyo peaje por tan loca osadía es el aceptar
algunas elipsis algo bruscas que impiden un desarrollo de personajes más
perfecto y una cierta limitación presupuestaria (HBO tampoco lo es todo, que les pregunten si no a los de Juego de Tronos) que hace que algunos de
los monstruos reciclables den un poco el cante. Un peaje que yo pago gustoso,
impaciente por ver qué más se puede sacar de la chistera el mago de la Iglesia
para la segunda temporada (en su cabeza está la idea de un tríptico), para la
que conservaremos muchas preguntas, algunas de las cuales quedarán sin duda sin
respuesta, lo cual llegar incluso a ser algo positivo. Al fin y al cabo,
recordemos que esto va sobre religión, y en cuestión de fe nadie puede dar
mejores respuestas que uno mismo.
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