El otro día hablaba
sobre la conveniencia de que las plataformas ofrezcan las series por temporadascompletas y, en mi caso particular, este es un ejemplo perfecto.
Antes de ver esta traca
final habría jugado que la serie ha ido de más a menos. Las dos primeras
temporadas me resultaron impecables, y la salida del personaje de Julián,
dejando alguna trama inconclusa y otras resueltas de cualquier manera no me
terminó de funcionar. Y no porque no me gustase su sustituto, pues Hugo Silva
brilla como Pacino y se hace con el personaje con rapidez, pero ya no era el
mismo Ministerio que nos había enamorado.
Creada por los
hermanos Olivares, la serie narra, con cierto tono de procedimiental, las
aventuras de una patrulla capaz de viajar por el tiempo para corregir
alteraciones del pasado que puedan afectar a nuestra historia. Así, Javier
Olivares (mente maestra tras todo el invento tras el doloroso fallecimiento de
su hermano, al va dedicada la serie) combina ciencia ficción con pinceladas de
historia nacional, aprovechando para hacer una curiosa crítica social que
mantiene un peligroso pero acertado equilibrio entre el patriotismo y la
crítica más feroz. Pero es en sus tramas secundarias, esa con aroma
culebronesco, donde está el gran valor de El
Ministerio del Tiempo, pues consigue componer una serie de personajes de
los que es fácil enamorarse, perdonándoles incluso los muchos errores que
cometen. Un magnífico trío protagonista formado por Julián, Alonso y Amelia que
no eclipsan, sin embargo, a los entrañables secundarios.
Sin embargo, como
ya he adelantado, la serie causó furor en las redes, creando una legión de
devotos fans, que no se tradujo en audiencia en pantalla (una prueba más de que
el concepto clásico de televisión está obsoleto) y tras dos temporadas se
anunció su cancelación. Tuvo que ser Netflix
quien echara un cable a TVE para que
la demandada tercera temporada fuese una realidad, pero la serie estaba ya
herida de gravedad y es esa temporada la que considero más floja, pese a la
incorporación también de la maravillosa Macarena García. Dos de los miembros
iniciales habían caído (Rodolfo Sancho estaba a otras cosas y Aura Garrido
pidió que su participación en la serie se fuera reduciendo hasta desaparecer
del mapa) y, para colmo, los nuevos guiones no estaban especialmente
inspirados. El truco de dar una forma homogénea a toda la temporada con un
villano único no terminaba de funcionar del todo y hastá los fans más acérrimos
empezaron a acusar el agotamiento.
Todo parecía
indicar que la historia terminaba aquí, pero casi dos años después, esta vez
con HBO de por medio, se anunció una
cuarta temporada. Nadie ha dicho oficialmente que será la última, pero está
claro que sus creadores así lo creen, pues el tono de despedida el capítulo
final es indudable.
Tengo la sensación
de que ya había sido demasiado tarde y la noticia no causó el impacto necesario
para resucitar el fenómeno, pero lo cierto es que contra todo pronóstico está tanda
de ocho episodios posiblemente sea la mejor de toda la serie. Consciente de que
ya no tenía nada que perder, Javier Olivares tira la casa por la ventana y se
atreve a romper tabúes que él mismo se había impuesto, como la imposibilidad de
viajar al futuro o la de deshacer sucesos del pasado en beneficio propio. Con
celebrados homenajes de todo tipo, ya sea a clásicos del cine, la literatura o
incluso el cómic (aunque el de Los
Intocables de Eliott Ness es el que más me canta), la serie se vuelve
completamente loca, apostando por un humor más abierto y llevando a lugares
donde nunca se habían atrevido a ir, con naves especiales, retornos a la
infancia, efectos mariposa demenciales… Hay regresos muy aplaudidos, otros que
saben a poco y un misterio que se cocina a fuego lento hasta el capítulo final.
Quizá la única nota
discordante la encuentro, precisamente, en ese episodio de despedida que, si
bien cumple todos los cánones propios de la situación, me dejó un poco
desangelado. Se me antoja salgo precipitado, sin terminar de cerrar bien todas
las tramas y con personajes tomando decisiones que no alcanzo a comprender.
No es plan de
cuestionar las normas de los viajes en el tiempo, pues en el terreno de la
fantasía cada uno es dueño de sus propias reglas, pero me da la sensación de
que Oliveros es muy tramposo en demasiadas ocasiones, retorciendo los conceptos
de las paradojas y los efectos mariposa a su antojo, llegando incluso a
contradecirse. Hay también elementos que se quedan algo colgados, como el
rejuvenecimiento de ciertos personajes o una prueba de embarazo que no conduce
a nada, pero gracias a un capítulo en el que constantemente se altera el
presente mediante cambios en el pasado se podría pensar que todo deriva en
líneas temporales alternativas, como si se plantearan varios «what if» para
dejarlos colgados a la imaginación de cada espectador, como una especie de
chiste al que no le termino de pillar la gracia.
Una flor no hace el
verano y un episodio que me entusiasmó menos de lo esperado no va a arruinar
una serie que finaliza por todo lo alto. No es el final emotivo y lacrimógeno
que pretende, pero sí es un final que deja las puertas abiertas a un futuro
Ministerio del Tiempo pero que resulta evidente que no será el mismo que
conocemos y amamos.
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