martes, 19 de octubre de 2021

Cine: SIN TIEMPO PARA MORIR

Desde que Daniel Craig llegara a la franquicia de James Bond las cosas empezaron a cambiar en la saga inspirada, cada vez menos, en el personaje literario de Ian Fleming. Craig ha dado vida a un Bond más rudo y contundente pero, a la vez, más sensible y romántico. Además, es la primera vez que una saga delimitada por la participación de un actor en concreto tiene su propio argumento continuista, pudiéndose decir que el bond de Craig es, a la vez, el de la saga de Spectre, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva.

Bueno, porque da a la franquicia una solidez al permitir un mayor y más creíble desarrollo de personajes. Malo, porque obliga a cada película a sufrir el lastre de los errores de las antecesoras. Y es que otra cosa que define al Bond de Craig es su terrible irregularidad. Aciertos como Casino Royale o Skyfall se alternaban con patinazos como Quantum of Solance y Spectre (la más decepcionante de todas), invitando a pensar, por una simple cuestión de alternancia (se dice que las películas buenas son las impares), que a Sin tiempo para morir le tocaba ser de las buenas.

Lo que más marca a Sin tiempo para morir es su marcado espíritu de despedida, quedando claro desde el primer momento que se trata del final de una etapa, no solo por las declaraciones del propio Craig diciendo que abandonaba para siempre al personaje, sino por la propia estructura narrativa de la misma, aunque ello tampoco era garantía de nada. A fin de cuentas, habían jugado la misma carta con Spectre, que también se suponía era el final definitivo de este Bond y cuyo epílogo (bond abandonándolo todo por una chica y la ilusión de purgar sus fantasmas con la pretensión de una familia de verdad) recordaba mucho al que tuvo el Batman de Nolan al final de El Caballero Oscuro: la leyenda renace.

Dirigida por Cary Joji Fukunaga, realizador quizá excesivamente valorado cuya ya lejana primera temporada de True Detective sigue siendo su mejor trabajo, la película adolece de un estilo visual propio digno de un director de tal renombre. Sí acierta en el ritmo, tan trepidante que uno apenas tiene tiempo de pensar en lo que está pasando en pantalla. Muchos son los que están alabando las virtudes de este último Bond, y la clave de ello está precisamente en ese ritmo tan adrenalítico que hace que uno se agarre fuerte a su butaca y sufra poniéndose en la piel del agente con licencia para matar. Solo en un segundo visionado, o si se toma la molestia de reflexionar un poco el film tras salir de la sala del cine, uno se da cuenta de lo ridículo (casi insultante por momentos) que puede resultar el guion, con uno de los peores villanos de toda la saga (y no me refiero a la de Craig solamente; el tal Lyutsifer Safin es posiblemente el villano más plano y burdo de las veinticinco películas oficiales), y no solo por culpa (que también) del trabajo de Rami Malek.

He comenzado diciendo que este Bond se aleja bastante del prototipo matón y mujeriego creado por Ian Fleming, y aunque eso no es necesariamente malo (ha tenido tiempo de evolucionar, adaptándose también a los tiempos más actuales), no deja de estropear un poco la esencia del personaje. No me termina de entusiasmar eso de tener a un Bond enamorado (y es algo que se arrastra desde la primera película y la dichosa Vesper), pero lo que sí me chirría es lo de que en cierto momento se rinda tan fácilmente.  A fin de cuentas, lo primero ya lo habíamos visto en 007 al servicio secreto de su majestad, película a la que Sin tiempo para morir rinde constantes homenajes; lo segundo, todavía no.

Mi principal problema con la película, aparte de un final de opereta que desvirtúa la historia del bond de Craig, es que va claramente de más a menos. Con la esperanza de que el personaje de Blofeld interpretado por Christoph Waltz tuviese una redención tras el fiasco de Spectre y quedarme con las ganas, hay un punto de inflexión en la película en la que el interés empieza a decaer terriblemente, en paralelo a los disparates que su guion propone. 

Es justo decir que ello es debido a un arranque majestuoso, con dos prólogos brillantes (el primero parece casi una película de terror, el segundo es una de las secuencias de acción más emocionantes y espectaculares de la franquicia) que provocan que los inevitables títulos de crédito iniciales lleguen casi a la media hora de metraje. Poco después nos encontramos con la chica Bond definitiva (y no, no me refiero a la insulsa de Léa Seydoux ni a una Lashana Lynch que compone un personaje prefabricado con aspiraciones a protagonizar un spin-off femenino que no me interesaría para nada): la Paloma de Ana de Armas. Con una aparición demasiado fugaz consigue comerse con patatas todas las piruetas argumentales y visuales de la película, consiguiendo no solo las secuencias más divertidas y la mejor lucha del film sino que sus secuencias terminan siendo las más recordadas de todo Sin tiempo para morir. Llegada casi como capricho de Craig (coincidió con Ana de Armas en Puñales por la espalda), su Paloma sí sería merecedora de una película propia (o una saga entera, ya que estamos). Luego llegaría el momento de Jeffrey Wright/Felix Leiter, emotivo como el que más. Y de ahí, hacia abajo.

Insisto, Sin tiempo para morir no es para nada una película aburrida. Si se consigue no pensar demasiado en lo que se está viendo puede llegar a ser muy disfrutable, con Hans Zimmer jugando a ser John Barry, Aston Martins a tutiplén y todos los homenajes que hayan podido caber para un fin de ciclo digno pero insuficiente. Al fin de cuentas, estamos ante una película de casi tres horas que nunca se hace pesada, por más que algo de tijera le habría sentado muy bien.

 

Valoración: Seis sobre diez.

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