Por mucho que Spike Lee se
canse en decir que no es un remake, sino una adaptación directa del comic, es
imposible evitar las comparaciones con la brillante película de Chan-wook Park.
No voy a ocultar mi admiración por el cine de Park –basta con que reviséis mi
crítica de Stoker-, pero lo cierto es
que no hay en esta nueva versión de una terrible historia de venganza nada de
la belleza visual y el colorido de la original, más allá de algunos carteles
inspirados y un par de escenas concretas.
Ya de entrada no hay nada destacable
desde el punto de vista de la dirección. Spike Lee fue años atrás un director
de gran personalidad caracterizado por su lucha por la igualdad social, siendo Malcon X su mejor ejemplo, pero de un
tiempo a esta parte se ha domesticado en exceso y aun manteniendo sus dotes fílmicas
no muestra unas señas de identidad destacables.
En vacío el debate sobre si es
o no necesario este remake, ya que debemos recordar que el público objetivo es
el americano y posiblemente ellos no habrán podido disfrutar (y mucho menos
doblada al inglés) la Old Boy de
Park, por lo que es mucho más lógico un remake como este que, por ejemplo, el
de Robocop que llegará a España en
unos días.
Old Boy cuenta la historia de un hombre despreciable, alcohólico,
tan mal marido como padre, que un día es secuestrado y retenido durante veinte
años en una pequeña habitación mientras mediante un televisor es informado del
atroz asesinato de su ex mujer y de cómo él es el principal sospechoso, siendo
buscado por la policía y repudiado por su propia hija. Cuando al fin consiga la
libertad pondrá en marcha una sangrienta venganza y una búsqueda de la
redención sin más ayuda que la de una joven voluntaria social.
El principal escollo de la
película, dejando de lado las comparaciones, está en la interpretación de dos
de los protagonistas (Elizabeth Olsen está muy bien, como nos tiene
acostumbrados), ya que Josh Brolin lo borda cuando tiene que ser desagradable y
consigue que lo odiemos pero fracasa a la hora de convencernos para empatizar
con él y apoyemos su cruenta venganza que, por otro lado, no le resulta
demasiado complicada (dejando de lado el giro final que no es cuestión de
revelar aquí), mientras que Samuel L. Jackson insiste en mimetizarse en tipos
extravagantes y ridículos que no ayuda a que nos involucremos en la trama.
Las escenas de lucha no son,
desde luego, lo fuerte de Lee, que no domina el arte de las coreografías como merece una historia surgida de un comic
oriental, propiciando que la venganza de este hombre llamado Doucett sea menos
creíble todavía.
Si bien su argumento es
interesante, su puesta en escena es cansina y pesada, llegando a aburrir
durante su primera mitad, alargando en exceso esos veinte años que dura el
encierro, de manera que cuando empieza la acción el público ya ha perdido gran
parte del interés. Y cuando eso sucede, en ocasiones es imposible recuperarlo.
Para rematar, la distribuidora
es la primera que no ha confiado para nada en la película, habiéndose estrenado
(otra más) muy mal, casi a escondidas, por lo que de nuevo he tenido que
recurrir a una “sesión privada” como muestra el asterisco de arriba.
Y puestos a tener que recurrir
al cine de salón, ¿por qué no os revisáis mejor la película de Chan-wook Park?
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