Cuando
falta cada vez menos para la entrega de los premios Oscar (apenas una semana
justa), y siendo evidente que como siempre nos quedaremos sin poder ver alguna
de las películas importantes de la noche, se estrena este fin de semana la
última obra de Spike Jonze, Her, otra
que compite como mejor película y guion, aunque extrañamente su director y
protagonista (casi omnipresente) han sido obviados (¿será que la película se ha
hecho sola?).
Aunque
no suele ser lo habitual en mí, en ocasiones me enfrento a una pantalla de cine
sin tener ni idea de lo que voy a ver, sin una base argumental a la que
agarrarme. Algunas veces (y The Master,
con el mismo protagonista, es un buen ejemplo) ese es un error atroz, pero esta
vez me ha resultado toda una sorpresa, sintiéndome desconcertado y sorprendido
hasta casi el ecuador del film.
No
obstante, si ustedes no son gente intrépida y prefieren saber de qué va el
último invento de un director tan personal como Spike Jonze, que llamó mi
atención con Cómo ser John Malkovich,
no estuvo mal en Adaptation (el ladrón de
orquídeas) y me aburrió en la visualmente interesante pero poco más Donde viven los monstruos, aquí les dejo
cuatro pinceladas.
Joaquin
Phoenix (uno de esos actores que normalmente no trago por mucho que suela
alabarlo la prensa del CSI) es Theodore, un hombre solitario y amargado por el
fracaso de su matrimonio pero con alma de poeta (se dedica a escribir cartas personales
para otros –sí, ese es su oficio, en serio-) hasta que se hace con un nuevo
sistema operativo con inteligencia artificial con quien entablara una peculiar
relación. Hay que advertir, si no lo han notado ya, que estamos ante una
película futurista, pero a apenas unos pocos años de nuestro presente. Nada de
coches voladores ni pistolas de rayos, solo ligeros avances tecnológicos, un
poco al estilo de Un amigo para Frank,
o la patria Eva).
Con
esta premisa, Jonze nos invita a conocer un mundo obsesionado por la tecnología
donde un ordenador o un videojuego puede llegar a ser suficiente para
satisfacer las necesidades sociales del individuo, más cuando ese ordenador tiene
la capacidad de aprender y evolucionar, llegando a tener sentimientos más
intensos incluso que una persona de carne y hueso (y alma).
Pero
no es esta una fábula sobre los peligros dela tecnología, pues en todo momento
(independientemente de hacia dónde termine dirigiéndose el film) esos avances
se ven más como una bendición que como un problema y no es ese el objetivo real
de Jonze, firmante también del guion. Una vez más, como ya sucediera en Nebraska, la última película de la que
hablé, se trata de hablar sobre sentimientos. Sobre la soledad, el amor (y la
perdida de este) y los problemas de comunicación.
Phoenix
está extrañamente brillante, y pese a lucir su habitual cara de circunstancias
en algunos momentos, en otros muestra una variedad de registros como no le
conocía al hermano del malogrado River Phoenix, siendo capaz de aguantar la
presión de la cámara en los muchos momentos de conversaciones virtuales en la
que su rostro ocupa un permanente primer plano.
Está
muy presente el tema del matrimonio y del fin del amor en una pareja, por lo
que me deja la duda sobre si la empatía que siento hacia Theodore es sólo por
su calidad interpretativa o hay un punto de implicación personal por mi parte,
pero lo que no deja margen de duda es que tanto él como los pocos (y conocidos)
actores que lo rodean desprenden una naturalidad sorprendente en curioso
contraste con la temática tecnológica del asunto. Por aquí andan la nueva novia
de América Amy Adams, una fugaz Olivia Wilde, Rooney Mara –la Lisbeth Salander yanqui-
y Chris Pratt, el nuevo héroe Marvel.
Y
sin dejar el apartado interpretativo quiero hacer hincapié de nuevo en el
terreno del desconocimiento del que les hablaba al principio de mi comentario.
Una parte esencial de la historia la compone
ese personaje virtual al que oímos contantemente la voz pero solo nuestra
imaginación es capaz de poner rostro. Y eso me lleva a una reflexión: ¿es
intención del director influir en nuestra imaginación con respecto al físico
tras la voz o debería ser ese un elemento más con el que jugar? Los
espectadores que acudan a verla en versión original quizá lo tengan claro, pero
en la versión doblada yo acudí de nuevo con la ignorancia de quienes eran los
intérpretes aparte del protagonista de la carátula. Y al escuchar la voz sin
rostro me recordó a Ellen Page no podía evitar pensar en la protagonista de Juno a ver a Theodore hablar son su
Sistema Operativo (SO). ¿Habría cambiado algo si desde el primer momento
hubiese sabido que la voz original correspondía a Scarlett Johansson? Ahí les
dejo la pregunta.
En
resumen, una interesante propuesta sobre las parejas, el amor, la amistad y la
artificialidad bien aderezada con planos reflexivos e interesantes y bellos
paisajes.
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